lunes, 2 de septiembre de 2013

Pasado, presente y futuro del ser humano

Los Profesores Juan Luis Arsuaga y Manuel Martín-Loeches han publicado recientemente el ensayo titulado ‘El sello indeleble’ (Debate) con el subtítulo clarificador que encabeza este post. Se hace un repaso de lo que convierte en únicos a los seres humanos con respecto al resto del reino animal y, también, en relación a los que podrían considerarse nuestros ancestros.

Como excelentes conocedores de los detalles que rodean al presunto proceso evolucionista, van subrayando aquellos factores que podrían haber dado lugar a la aparición del sapiens, usando la metáfora del zoom, pasando de la humanidad al individuo y su cerebro. Dicen los autores que no les interesan las diferencias entre humanos, sino la humanidad, aunque posteriormente se esfuerzan, bastante, por desmontar ideas, según ellos erróneas, sobre las supuestas razas humanas:

Somos excepcionales dentro de los mamíferos por nuestra homogeneidad
(…) si desapareciera toda la humanidad salvo una de las poblaciones que ahora existen, se perdería menos de un 20% de la diversidad genética”.

Quizá un 20% no sea demasiado, pero tengo reservas.

Se decantan por la tesis de que el carácter social del humano resulta clave para entender cómo es nuestro cerebro. No sería tan relevante el ambiente ‘físico’ como el ‘social’ para capturar las peculiaridades de ese órgano:

Una vez conseguido el dominio ecológico, sería la competencia social la fuerza que crearía las presiones de selección que impulsarían la aparición y el desarrollo de muchas de nuestras características, incluidas la consciencia de uno mismo, el lenguaje y la inteligencia general
(…) nuestro cerebro es una máquina volcada en los demás”.

Hacen equilibrios entre la práctica de destacar lo que nos hace únicos (y quizá especiales) y el hecho de que seamos, simplemente, unos primates. Somos resultado de un ciego proceso evolucionista, de una asombrosa acumulación de casualidades, pero no hay nada de especial en ese proceso. Aunque escriben que “han hecho falta más de 3.500 millones de años de lenta evolución bajo las leyes de la naturaleza para que aparezca el Homo sapiens. Nada puede estar más lejos de la casualidad”.

Me pierdo un poco…

Quizá la parte más interesante sea la dedicada al futuro. Los autores siguen jugando (posiblemente porque les encanta la idea del Homo Ludens) con una relativa ambigüedad, en este caso entre lo que seríamos capaces de hacer para dirigir nuestro futuro como especie, y lo que moralmente deberíamos intentar hacer. Aquí aparece el ‘espectro’ de la eugenesia, realmente popular entre los intelectuales de mediado el siglo XX, pero los autores no caen en la tentación fácil de la descalificación sin más.

Le dan la palabra a autores como F. Galton, B. F. Skinner, J. Huxley, J. B. S. Haldane o T. Dobzhansky. Y les permiten decir bastantes cosas sobre cómo vieron ellos el futuro de la humanidad. Por ejemplo, relatan que H. J. Muller propuso que mejorar la humanidad suponía elegir a los mejores individuos reproductores usando dos criterios, inteligencia y solidaridad, porque las generaciones futuras deberían ser más racionales y tener mejores sentimientos hacia los demás.

Pero, para que no haya dudas sobre qué piensan los autores de este ensayo, escriben:

Son nuestros genes  los que nos hacen pertenecer a la especie biológica Homo sapiens, y vivir, sentir y pensar, pero nuestra grandeza y nuestra dignidad no están en ellos.
No somos nuestros genes”.

Francamente, es una frase que me suena extraña, cuando no contradictoria.

Como se dijo antes, a los autores de este ensayo no les interesan las diferencias entre humanos. Pero salpican su obra de declaraciones sobre esta cuestión. Por ejemplo, recurren a Matt Ridley para decir que “las políticas sociales se tienen que adaptar a un mundo en el que todos somos diferentes”. O, también, “las gran variabilidad de las caras humanas –no hay dos iguales—hace que nos podamos identificar por ella más que por ninguna otra parte o estímulo del cuerpo”.

Termino mi reseña con dos notas.

La primera es una interesante tesis de Julian Huxley: la medida del progreso biológico sería la capacidad de un organismo para controlar su espacio interior y también el exterior, y para independizarse de él. Coincide, por cierto, con Asimov: “cuanto más controla un organismo su entorno inmediato y más libre está de sus presiones, más avanzado es”. Desde esta perspectiva, está claro que el sapiens está por encima del resto de seres vivos. Somos especiales.

La segunda es que estuve esperando (en vano) durante la lectura de este ensayo el recurso a la excelente obra de J. R. Harris (No Two Alike). Si nuestro cerebro es resultado de nuestra naturaleza social, entonces los tres sistemas que explora Harris (de relación, de socialización y de estatus) resultan cruciales y les hubiera permitido a los autores ordenar los interesantes datos que van desgranando en las páginas de su ensayo. Especialmente el sistema de estatus. Quizá en una futura edición de ‘El sello indeleble’ consideren esta sugerencia. Opino que mejorará el resultado final.


2 comentarios:

  1. Hola Roberto,
    los autores del ensayo apuntan a "la competencia social como fuerza para crear las presiones de selección que impulsarían la aparición y el desarrollo de muchas de nuestras características..."
    Me pregunto: para lograr este objetivo, la población mundial debería formar inicialmente un homogéneo estado de oportunidades y capacidades. De no ser así, qué ocurriría con el sector de población (incluso países y continentes) más desfavorecidos que no tienen acceso a determinadas capacidades y medios, y por ende no puede alcanzar las habilidades suficientes para entrar en esa "competencia social"?. Me asusta la idea de "sólo los más capaces, altos, guapos,... más competentes...", al menos en nuestro s.XXI.
    Gracias. Un saludo.
    Javier.

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  2. Gracias Javier. La naturaleza puede asustar, pero es como es. Probablemente el éxito de los humanos resida en encontrar medios de sortear a la naturaleza, al menos hasta cierto grado. Las sociedades han construido los medios para superar sus situaciones desfavorables desde el material que suponen sus recursos humanos. El camino es de abajo arriba, no al revés. Saludos, R

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