Los Profesores Juan
Luis Arsuaga y Manuel Martín-Loeches
han publicado recientemente el ensayo titulado ‘El sello indeleble’
(Debate) con el subtítulo clarificador que encabeza este post. Se hace un repaso de lo que convierte en únicos a los seres
humanos con respecto al resto del reino animal y, también, en relación a los
que podrían considerarse nuestros ancestros.
Como excelentes conocedores de los detalles que rodean al presunto
proceso evolucionista, van subrayando aquellos factores que podrían haber dado
lugar a la aparición del sapiens, usando la metáfora del zoom, pasando de la
humanidad al individuo y su cerebro. Dicen los autores que no les interesan
las diferencias entre humanos, sino la humanidad, aunque posteriormente se
esfuerzan, bastante, por desmontar ideas, según ellos erróneas, sobre las supuestas
razas humanas:
“Somos excepcionales dentro de los mamíferos por nuestra
homogeneidad
(…) si desapareciera toda
la humanidad salvo una de las poblaciones que ahora existen, se perdería menos
de un 20% de la diversidad genética”.
Quizá un 20% no sea demasiado, pero tengo reservas.
Se decantan por la tesis de que el carácter social del humano
resulta clave para entender cómo es nuestro cerebro. No sería tan relevante el
ambiente ‘físico’ como el ‘social’ para capturar las peculiaridades de ese
órgano:
“Una vez conseguido el dominio ecológico, sería la
competencia social la fuerza que crearía las presiones de selección que
impulsarían la aparición y el desarrollo de muchas de nuestras características,
incluidas la consciencia de uno mismo, el lenguaje y la inteligencia general
(…) nuestro cerebro es una
máquina volcada en los demás”.
Hacen equilibrios entre la práctica de destacar lo que nos
hace únicos (y quizá especiales) y el hecho de que seamos, simplemente, unos primates.
Somos resultado de un ciego proceso evolucionista, de una asombrosa acumulación
de casualidades, pero no hay nada de especial en ese proceso. Aunque escriben
que “han hecho
falta más de 3.500 millones de años de lenta evolución bajo las leyes de la
naturaleza para que aparezca el Homo sapiens. Nada puede estar más lejos de la
casualidad”.
Me pierdo un poco…
Quizá la parte más interesante sea la dedicada al futuro. Los
autores siguen jugando (posiblemente porque les encanta la idea del Homo Ludens) con una relativa
ambigüedad, en este caso entre lo que seríamos capaces de hacer para dirigir
nuestro futuro como especie, y lo que moralmente deberíamos intentar hacer. Aquí
aparece el ‘espectro’ de la eugenesia, realmente popular entre los
intelectuales de mediado el siglo XX, pero los autores no caen en la tentación
fácil de la descalificación sin más.
Le dan la palabra a autores como F. Galton, B. F. Skinner, J.
Huxley, J. B. S. Haldane o T. Dobzhansky. Y les permiten decir bastantes cosas
sobre cómo vieron ellos el futuro de la humanidad. Por ejemplo, relatan que H.
J. Muller propuso que mejorar la humanidad suponía elegir a los mejores
individuos reproductores usando dos criterios, inteligencia y solidaridad,
porque las generaciones futuras deberían ser más racionales y tener mejores
sentimientos hacia los demás.
Pero, para que no haya dudas sobre qué piensan los autores de
este ensayo, escriben:
“Son nuestros genes los que nos hacen pertenecer a la especie
biológica Homo sapiens, y vivir, sentir y pensar, pero nuestra grandeza y nuestra
dignidad no están en ellos.
No somos nuestros genes”.
Francamente, es una frase que me suena extraña, cuando no
contradictoria.
Como se dijo antes, a los autores de este ensayo no les
interesan las diferencias entre humanos. Pero salpican su obra de declaraciones
sobre esta cuestión. Por ejemplo, recurren a Matt Ridley para decir que “las políticas
sociales se tienen que adaptar a un mundo en el que todos somos diferentes”.
O, también, “las
gran variabilidad de las caras humanas –no hay dos iguales—hace que nos podamos
identificar por ella más que por ninguna otra parte o estímulo del cuerpo”.
Termino mi reseña con dos notas.
La primera es una interesante tesis de Julian Huxley: la
medida del progreso biológico sería la capacidad de un organismo para controlar
su espacio interior y también el exterior, y para independizarse de él.
Coincide, por cierto, con Asimov: “cuanto más controla
un organismo su entorno inmediato y más libre está de sus presiones, más
avanzado es”. Desde esta perspectiva, está claro que el sapiens está
por encima del resto de seres vivos. Somos especiales.
La segunda es que estuve esperando (en vano) durante la
lectura de este ensayo el recurso a la excelente obra de J. R. Harris (No
Two Alike). Si nuestro cerebro es resultado de nuestra naturaleza
social, entonces los tres sistemas que explora Harris (de relación, de
socialización y de estatus) resultan cruciales y les hubiera permitido a los
autores ordenar los interesantes datos que van desgranando en las páginas de su
ensayo. Especialmente el sistema de estatus. Quizá en una futura edición de ‘El sello indeleble’ consideren esta
sugerencia. Opino que mejorará el resultado final.
Hola Roberto,
ResponderEliminarlos autores del ensayo apuntan a "la competencia social como fuerza para crear las presiones de selección que impulsarían la aparición y el desarrollo de muchas de nuestras características..."
Me pregunto: para lograr este objetivo, la población mundial debería formar inicialmente un homogéneo estado de oportunidades y capacidades. De no ser así, qué ocurriría con el sector de población (incluso países y continentes) más desfavorecidos que no tienen acceso a determinadas capacidades y medios, y por ende no puede alcanzar las habilidades suficientes para entrar en esa "competencia social"?. Me asusta la idea de "sólo los más capaces, altos, guapos,... más competentes...", al menos en nuestro s.XXI.
Gracias. Un saludo.
Javier.
Gracias Javier. La naturaleza puede asustar, pero es como es. Probablemente el éxito de los humanos resida en encontrar medios de sortear a la naturaleza, al menos hasta cierto grado. Las sociedades han construido los medios para superar sus situaciones desfavorables desde el material que suponen sus recursos humanos. El camino es de abajo arriba, no al revés. Saludos, R
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