Si uno de mis hijos me pregunta “¿papá, por qué no
somos del Real Madrid?”,
se arriesga a ser acribillado con un montón de ráfagas de argumentos cruzados,
en su mayoría endebles, siempre viscerales y a menudo producto de una
conmovedora inestabilidad forjada en la costumbre de la derrota.
Pero frente a todo el
argumentario de corte hooligan del
que no estaría dispuesto a prescindir (lo poco imaginativo de su uniforme, la
aberrante combinación de letra y música de su himno, Cristiano Ronaldo, esa imagen de megaempresa multinacional tan
antipática, aquellos cientos de escandalosos goles de Hugo Sánchez en fuera de juego, Franco en el palco, la cuenta de twitter de Sergio Ramos);
frente a todo eso, digo, emerge lo que sí creo que puede considerarse una razón
real, que no proviene por vía directa del estómago o las gónadas, que admite
contradicción y discusión. La razón es la abrumadora falta de humildad del
madridismo.
En la primera página del capítulo uno de cualquier manual de
urbanidad aparece como información consolidada aquello de que no puedo ir por
la calle diciéndole a otro tipo que soy más alto que él, que mi cuenta bancaria
tiene más ceros a la derecha que la suya y que mis vacaciones en Tahití son
mucho más emocionantes que las suyas en Marina D’Or, ciudad de vacaciones.
La dialéctica madridista se fundamenta en la costumbre de ir
asegurando todo el rato que somos los más ricos, los más galácticos, los más excelsos,
los más mejores del mundo mundial. Lo afirman, lo confirman
y lo reafirman hasta el agotamiento; después de cada derrota y, lo que es
peor, después de cada victoria, sin el menor recato y sin la menor compasión hacia
el derrotado. Vean al suntuoso Florentino
proclamando en cada una de sus intervenciones la hegemonía universal del
madridismo, oigan al entrecortado Butragueño
identificando con el escudo de su equipo todo aquello de valioso que al deporte
se le pueda atribuir, recuerden al ilustrado Valdano, ideólogo de la excelencia, poco menos que postulando la
sustitución del nombre de nuestro planeta por el de Magno Club de Fútbol Real Madrid. Y no olviden a Mourinho…
Al hilo de estas reflexiones me doy cuenta de que individuos
aquejados de graves limitaciones morales, como José Mourinho, que meten dedos en los ojos de los demás y que
fingen no conocer a los entrenadores adversarios que no han ganado tantos
títulos como ellos, encuentran una cómoda acogida en clubes que han desterrado
de sus estatutos el concepto de humildad. Sí, José, eres uno de los nuestros,
Florentino dixit. ¿Por qué te irías, José? decimos los demás, te echaremos de
menos, que seas feliz en tu club actual, ese cuyo humilde propietario se
organiza un concierto privado de Lady
Gaga por 2,8 millones de dólares.
Humildad.
Hay que aceptar que es un término con poco glamour, un valor
a la baja, pero creo que merece mucha más consideración, al menos frente a
otros sentimientos-valores como el orgullo o la afirmación identitaria, que
cotizan al alza y que pasan por momentos de fervorosa exaltación popular.
Supongo que este es el punto al que quería llegar, que toda mi diatriba
antimadridista no era más que un pretexto, un circunloquio en forma de mcguffin para centrar la cuestión que
tanto me incomoda en los últimos días: la
arrebatada exacerbación del patriotismo.
Solo unas cuantas preguntas:
¿No es posible encauzar un proceso de legítimo
derecho a la autodeterminación sin una constante invocación a la idea de
superioridad?
¿Solo te vas de un sitio si eres más alto, más
guapo y tu PIB tiene más ceros a la derecha?
¿Qué tiene que ver el derecho a decidir con el
victimismo?
¿Es necesario quemar la camiseta del equipo contrario?
¿Qué traumático proceso de aprendizaje es preciso
para obtener la inequívoca consecución del objetivo que conduce a atribuir a la
danza popular oficial de mi país una altura artística muy superior a la danza
popular oficial del país de al lado?
Si uno de mis hijos me pregunta “¿papá, por qué no eres
nacionalista?”, le contestaría que no puedo porque en el colegio no
me salté la clase el día en que hablaron de la humildad.
Y por una cuestión estética:
tanta bandera…
Estimado Jesús, tu escrito es magnífico. No solamente por cómo se escribe sino por lo que se describe. Hace tiempo que la humildad es una virtud en desuso, desgraciadamente. Nos creemos algo cuando somos poco. O quizá hacemos como si nos creyésemos algo para evitar pensar que somos poco. La competencia hizo mucho por la humanidad, pero la colaboración puede hacer más. Precisamente en tiempos como los que vivimos. Tu escrito es valioso por su fuerza para recordarnos quiénes somos en realidad. Olvidarlo nos hace menos humanos.
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