viernes, 20 de septiembre de 2013

Humildad –por Jesús Mª Gallego

Si uno de mis hijos me pregunta “¿papá, por qué no somos del Real Madrid?”, se arriesga a ser acribillado con un montón de ráfagas de argumentos cruzados, en su mayoría endebles, siempre viscerales y a menudo producto de una conmovedora inestabilidad forjada en la costumbre de la derrota.

Pero frente a todo el argumentario de corte hooligan del que no estaría dispuesto a prescindir (lo poco imaginativo de su uniforme, la aberrante combinación de letra y música de su himno, Cristiano Ronaldo, esa imagen de megaempresa multinacional tan antipática, aquellos cientos de escandalosos goles de Hugo Sánchez en fuera de juego, Franco en el palco, la cuenta de twitter de Sergio Ramos); frente a todo eso, digo, emerge lo que sí creo que puede considerarse una razón real, que no proviene por vía directa del estómago o las gónadas, que admite contradicción y discusión. La razón es la abrumadora falta de humildad del madridismo.

En la primera página del capítulo uno de cualquier manual de urbanidad aparece como información consolidada aquello de que no puedo ir por la calle diciéndole a otro tipo que soy más alto que él, que mi cuenta bancaria tiene más ceros a la derecha que la suya y que mis vacaciones en Tahití son mucho más emocionantes que las suyas en Marina D’Or, ciudad de vacaciones.

Hay veces que no queda más remedio que competir, de acuerdo, pero el número uno de una oposición no se encara con el resto de los opositores enarbolando su dedo índice en señal de superioridad y jerarquía. ¿Se imaginan a J.M. Coetzee después de recibir el Premio Nobel de Literatura dirigiéndose a Philip Roth en términos de dialéctica madridista? Eso se llamaría alardear, y alardear está feo. A los niños se les enseña que no deben ir por la vida alardeando en público.  Se supone que de mayores ya lo tenemos aprendido. Pues bien, el madridismo te exige un certificado que acredite que el día que explicaron en tu colegio esa regla básica tú te saltaste la clase.


La dialéctica madridista se fundamenta en la costumbre de ir asegurando todo el rato que somos los más ricos, los más galácticos, los más excelsos, los más mejores del mundo mundial. Lo afirman, lo confirman y lo reafirman hasta el agotamiento; después de cada derrota y, lo que es peor, después de cada victoria, sin el menor recato y sin la menor compasión hacia el derrotado. Vean al suntuoso Florentino proclamando en cada una de sus intervenciones la hegemonía universal del madridismo, oigan al entrecortado Butragueño identificando con el escudo de su equipo todo aquello de valioso que al deporte se le pueda atribuir, recuerden al ilustrado Valdano, ideólogo de la excelencia, poco menos que postulando la sustitución del nombre de nuestro planeta por el de Magno Club de Fútbol Real Madrid. Y no olviden a Mourinho

Al hilo de estas reflexiones me doy cuenta de que individuos aquejados de graves limitaciones morales, como José Mourinho, que meten dedos en los ojos de los demás y que fingen no conocer a los entrenadores adversarios que no han ganado tantos títulos como ellos, encuentran una cómoda acogida en clubes que han desterrado de sus estatutos el concepto de humildad. Sí, José, eres uno de los nuestros, Florentino dixit. ¿Por qué te irías, José? decimos los demás, te echaremos de menos, que seas feliz en tu club actual, ese cuyo humilde propietario se organiza un concierto privado de Lady Gaga por 2,8 millones de dólares.

Humildad.

Hay que aceptar que es un término con poco glamour, un valor a la baja, pero creo que merece mucha más consideración, al menos frente a otros sentimientos-valores como el orgullo o la afirmación identitaria, que cotizan al alza y que pasan por momentos de fervorosa exaltación popular. Supongo que este es el punto al que quería llegar, que toda mi diatriba antimadridista no era más que un pretexto, un circunloquio en forma de mcguffin para centrar la cuestión que tanto me incomoda en los últimos días: la arrebatada exacerbación del patriotismo.


Solo unas cuantas preguntas:

¿No es posible encauzar un proceso de legítimo derecho a la autodeterminación sin una constante invocación a la idea de superioridad?
¿Solo te vas de un sitio si eres más alto, más guapo y tu PIB tiene más ceros a la derecha?
¿Qué tiene que ver el derecho a decidir con el victimismo?
¿Es necesario quemar la camiseta del equipo contrario?
¿Qué traumático proceso de aprendizaje es preciso para obtener la inequívoca consecución del objetivo que conduce a atribuir a la danza popular oficial de mi país una altura artística muy superior a la danza popular oficial del país de al lado?

Si uno de mis hijos me pregunta “¿papá, por qué no eres nacionalista?”, le contestaría que no puedo porque en el colegio no me salté la clase el día en que hablaron de la humildad.


Y por una cuestión estética: tanta bandera…

1 comentario:

  1. Estimado Jesús, tu escrito es magnífico. No solamente por cómo se escribe sino por lo que se describe. Hace tiempo que la humildad es una virtud en desuso, desgraciadamente. Nos creemos algo cuando somos poco. O quizá hacemos como si nos creyésemos algo para evitar pensar que somos poco. La competencia hizo mucho por la humanidad, pero la colaboración puede hacer más. Precisamente en tiempos como los que vivimos. Tu escrito es valioso por su fuerza para recordarnos quiénes somos en realidad. Olvidarlo nos hace menos humanos.

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