Este es el típico artículo publicado en una
revista de alto impacto que no captura demasiada atención. De hecho, casi nula.
Pross, J. et al. 2012. Persistent near-tropical warmth on the Antarctic
continent during the early Eocene epoch. Nature, 488, 73-77, doi:10.1038/nature11300
Y la razón es
sencilla: demuestra que hace 52 millones de años la concentración de dióxido de carbono (CO2) en
la atmósfera era más del doble que en la época actual.
No debería ser complicado admitir que en esa época los
humanos (esos bichos inmundos y despreciables que, según los chicos del IPCC, parecen estar acabando en la actualidad con Gaia)
no contribuían en absoluto a alterar las concentraciones de CO2 en nuestra
atmósfera.
En aquella época los sapiens no extraían petróleo para ponerlo en los vehículos y emitir
horribles gases. Se limitaban a hacer cosas de cazadores y, quizá, meterse en
cuevas para resguardarse de la lluvia y el frío (más benigno que ahora, por
cierto).
Este estudio de 'Nature' demuestra que el continente
de la Antártida tuvo un clima prácticamente tropical en aquella época. Su
vegetación era llamativa, como demostró el análisis de las muestras de rocas
extraídas del mar de la Tierra de Wilkes.
En los inviernos de aquellos tiempos la temperatura
pasaba de los 10 grados y las plantas, sensibles a las heladas, se propagaban
de modo exuberante.
Pero el CO2 no fue el único responsable de aquella
situación. Fue necesario que llegasen corrientes cálidas desde el océano. El
regreso de las corrientes frías terminó con las selvas tropicales de aquella
región.
Este planeta sigue su propia dinámica y nosotros, como
se recuerda a menudo aquí, le importamos un rábano. Las interacciones con el
Cosmos, y muy especialmente con el sol, constituyen el elemento esencial que
regula el clima terrestre. Las cositas caóticas que nosotros los sapiens podamos
hacer, son ridículas para la escala espacio-temporal de ese Cosmos.
Soy consciente de que la comparación sonará extraña,
pero esta historia recuerda a los accesos narcisistas de quienes somos padres
cuando pensamos que nuestros actos determinan el futuro desarrollo de nuestros
retoños. Olvidamos que ellos siguen su propio curso a pesar de nuestra
presencia.
La Tierra no es nuestro retoño, pero padecemos una
tendencia patológica a pensar que así es. ¿Será que no lo podemos evitar?
Ciertamente, a la Tierra le importamos un rábano. Pero eso no significa que un cambio en las condiciones climáticas globales no suponga una potencial catástrofe para las especies -incluida la humana- actualmente extantes.
ResponderEliminarUn saludo y felicidades por el interesante blog.
Lorenzo, un calentamiento o enfriamiento de la Tierra influirá sobre las especies. Pero la pregunta relevante aquí es si esos cambios son causa de la acción del homo sapiens. El contenido de este post responde negativamente a esa pregunta. Saludos, R
ResponderEliminar