"Una indemnización
en diferido en forma efectivamente de simulación... simulación o lo que hubiera
sido en diferido en partes de una... lo que antes era una retribución, tenía
que tener la retención a la Seguridad Social".
Estas
parecen ser las palabras textuales pronunciadas por Cospedal al ser preguntada por la situación de Bárcenas. Un auténtico galimatías que ha dado mucho juego a
tertulianos y comentaristas.
Pues bien,
no pretendo ahora hablar de Cospedal, aunque podría dar mucho juego el tema,
sino del lenguaje y de ciertas perversiones que se están produciendo en su uso en
estos momentos en nuestra sociedad. Se han producido siempre, sin duda; se
producen en muchos países, también es cierto. Pero conviene centrar la atención
en lo que nos ocurre cerca pues es eso lo que primero debemos abordar, aunque
solo sea para ser fieles al consejo sabio: «piensa globalmente, pero actúa localmente».
Si nos
atenemos a las normas de la lógica conversacional desarrolladas por Grice, la frase de Cospedal incumple
básicamente las cuatro:
1. A pesar
de ser una frase corta, da información superflua.
2. No está
proporcionando información relevante para la pregunta que se le formula.
3. No es en
absoluto clara, sino casi intencionalmente confusa.
4. Y, lo que
es muy importante, no parece ser veraz, es decir, no parece intentar una
contribución verdadera. Y que la comunicación tenga sentido siempre presupone que
los interlocutores pretenden ser veraces al hablar.
Si empezamos
por centrarnos en esto último, veremos que estamos ante un hecho que ya es
demasiado frecuente entre los políticos: no dicen la
verdad. No se trata de que estén equivocados, que pueden estarlo.
Tampoco se trata de que su pensamiento esté sesgado por opciones políticas
previas, que también lo está. O que, como dice Lakoff, utilicen metáforas que distorsionan los hechos más que ayudar
a comprenderlos. Creo que se trata, simple y llanamente, de que mienten y lo
hacen con cierta contundencia para que terminemos
confundiendo la verdad, en el sentido de lo que realmente ocurre, con la
falsedad, en el sentido de lo que no ocurre o no es el caso.
Como están
obcecados con una determinada manera de resolver los problemas graves que nos
afectan aquí y ahora, y no ven que sus recetas, tras tres años de rigurosa
aplicación, están provocando enorme sufrimiento de manera preferente entre unas
determinadas capas de la población (por otra parte las más numerosas y vulnerables)
deben insistir, machaconamente, en un discurso cuya
principal función es lograr que esa falsa comprensión de lo que hay se
convierta en lo que hay.
Apoyados por
expertos de comunicación y centros de estudios con gente muy cualificada, ponen
en práctica un cierto remedo de lo que Orwell
en 1984 llamaba el Ministerio de la Verdad, cuya función principal era precisamente
esa, hacer pasar como verdad lo que era pura mentira: expresión
consciente de lo que sabemos que es falso con la intención clara, pero no
explícita, de engañar a las personas a las que nos dirigimos.
Hay un
segundo aspecto en esta intervención de Cospedal que convierte el caso en un paradigma
de esta profunda manipulación de la lengua. Consiste esto en un profundo empobrecimiento del lenguaje. También aquí
podemos volver a Orwell y a su profética novela 1984. En un episodio del relato, Winston, el protagonista, habla con Syme, un amigo que trabaja para el Ministerio de la Verdad, y este
le dice claramente que su objetivo es crear un nuevo lenguaje, uno de cuyos
rasgos es destruir palabras, reducir al máximo el número de palabras. El
objetivo final es la ortodoxia completa y la desaparición del pensamiento: «Al final acabaremos
haciendo imposible todo crimen del pensamiento. (…) Cada año habrá menos
palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño».
Es más, si
tenía razón Aristóteles, quien
definía a los seres humanos como seres dotados de la palabra, ese
empobrecimiento del lenguaje termina provocando un claro debilitamiento de la
propia identidad humana. Todo lo que
tiene que ver con el lenguaje afecta al núcleo duro de nuestra identidad como
especie y como personas concretas. La riqueza verbal,
en sentido amplio, es un rasgo fundamental de la capacidad cognitiva de un ser
humano. Empobrece esa capacidad y estarás logrando empobrecer uno de las
dimensiones más valiosas del ser humano: su
inteligencia.
Este
programa de control social, responda o no a un deliberado plan fraguado en
sesudos gabinetes de estudios, está reforzado por la insistencia
en el lenguaje políticamente correcto, el empleo de eufemismos cada vez
más alejados de la realidad o en la machacona repetición de frase cortas, lemas
estereotipados, que reducen más si cabe el abanico de posibilidades de
comprensión de la realidad y de elaboración de proyectos de intervención que
consigan un cambio positivo en el mundo en el que vivimos.
No soy
especialmente pesimista en este sentido, aunque mis palabras anteriores
parezcan indicarlo. Me alejo del final de la espléndida novela de Orwell, y
también de gran parte de la ciencia ficción que describe panoramas sombríos
para el futuro de los seres humanos. Es tan importante el lenguaje, es tan
imprescindible buscar y encontrar la verdad, que confío en que los seres
humanos podremos superar estas dificultades que aparecen en el camino.
Ahora bien,
tengo claro que en estos momentos se está librando una
seria batalla en torno al lenguaje, que permite pensar en serios riesgos
de un profundo y duradero deterioro de las relaciones sociales. Ser conscientes
de ello es condición necesaria, aunque no suficiente, para preservar vivo un
lenguaje que potencie el pensamiento crítico y creativo, el pensamiento
cuidadoso y riguroso, que hace de nosotros una especie tan novedosa y tan
atractiva.
Muchas gracias por este interesantísimo artículo Félix. Está claro que al lenguaje le carga el diablo y que a través de su uso se puede hacer mucho daño al pensamiento. Pero este es bastante más general que el lenguaje. Muchas de las cosas que nos hacen humanos y rebeldes no pasan por el lenguaje, si no por la acción y la imagen. Con el lenguaje se puede mentir, se puede mentir mucho. Pero las acciones admiten menos margen de interpretación. La imagen también se puede distorsionar. El caso es que, pienso, el problema no reside en el lenguaje usado si no en los medios que el ciudadano usa mayoritariamente para informarse. Siendo cierto que cada vez hay más gente que usa Internet para recabar activamente información, la televisión sigue siendo el principal medio de obtención de información para una inmensa mayoría de la ciudadanía. Ese es el problema. Es necesario un cambio radical de actitud para desconectar el televisor y pasar a la acción. Por ahora, y solo por ahora, Internet es un medio de libre difusión. Los representantes políticos mienten, pero ¿quién no lo hace? Ese no es el problema. Tampoco lo es que usen el lenguaje para confundirnos. El problema es que damos crédito a quienes no lo merecen. Si tienen éxito es porque nosotros les dejamos que ganen. Es muy interesante la siguiente entrevista al creador de un cómic que me consta te resulta bastante familiar:
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