lunes, 7 de enero de 2013

Seguimos rodando

Aquí estamos de nuevo, lo que indiscutiblemente significa que no hubo fin del mundo. Algunos hicieron caja, no obstante, a costa de la supuesta profecía maya. Con la que está cayendo, cualquier excusa es buena para ganar algo de dinero. Si hay que recurrir a una cultura tan antigua como absurdamente sangrienta, hágase.

Recuerdo el final de la película dirigida por Mel Gibson (Apocalypto) en la que se hace coincidir un baño de sangre de los sacerdotes aborígenes en una de sus pirámides, con la llegada de los conquistadores españoles a la costa. No es que con los Spaniards se le revelase la civilización a aquel lugar del planeta. Nada de eso. Ellos poseían una rica cultura, aunque con ingredientes mágicos bastante destructivos basados en el sacrificio de humanos para, se pensaba, agradar a los dioses.

Se ha escrito mucho sobre el significado de esa profecía terminal, lo que quizá sea síntoma de que esa posibilidad despertaba un sustancial morbo entre los ciudadanos. Los mayas no fueron una simple tribu primitiva, sino que disponían de una tecnología avanzada, demostrada a través del diseño y construcción de complejos urbanos. Quizá por eso se ha mirado sin condescendencia a lo que dijeron con respecto a lo que podría suceder en 2012.

Sigmund Freud especuló sobre un presunto instinto de muerte. El ser humano quiere vivir, naturalmente, pero también coquetea con la muerte. En cierto modo vivir resulta agotador y, a veces, inconscientemente, se hacen cosas que nos colocan en una situación de probable pérdida de la vida.

El atractivo desatado por la profecía maya del fin del mundo pudiera tener alguna relación con ese instinto discutido por el médico vienés. A lo mejor no nos parecía del todo mal que por fin se cumpliese alguna de las profecías apocalípticas que ya se han vivido en el pasado, y, todos a una, como los habitantes de Fuenteovejuna, dejásemos este mundo.

Aparcando esos filtreos con la extinción en masa, seguimos aquí al píe del cañón abrazando el consejo de Woody Allen, trabajando a destajo para evitar pensar demasiado en verdades incómodas. No son pocos los individuos a quienes les parece impropio enzarzarnos en discusiones y peleas supuestamente estériles, pero es algo inevitable.

El conflicto se encuentra asociado a la negociación. El yin y el yang son inseparables. El blanco cobra sentido ante la presencia del negro. El villano existe porque debe combatir la bondad.

Disfrutemos de la belleza pero no, como decía cansinamente aquel locutor de radio, porque sea lo único que merece la pena en este asqueroso mundo, sino porque esa belleza puede encontrarse y descubrirse en los sucesos y lugares más insospechados. Esa sensación no tiene precio y hace que merezca la pena seguir por estos lares, ¿no creen?

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