Leía
con interés hace unos días una reseña del último libro de Edward O. Wilson realizada por José
Manuel Sánchez Ron, La conquista
social de la Tierra.
No pretendo en estos momentos entrar en una valoración de la gran aportación científica de Wilson, tampoco en las reflexiones que todos debiéramos hacer respecto a las implicaciones sociales y políticas de su obra, que le ha permitido en un momento ser físicamente atacado bajo la pobre excusa de considerarle un defensor del racismo, la misoginia, la eugenesia e incluso el capitalismo y más tarde ser alabado como uno de los héroes en la defensa de la biodiversidad y en el ecologismo en general.
Lo
interesante de este libro, que espero leer más bien pronto, es que —como queda
recogido en diversas reseñas del mismo e incluso en una sugerente entrevista
que merece la pena escuchar
realiza
una defensa clara de su actual propuesta: es la
solidaridad el grupo, no de la familia genética próxima, la que explica el
enorme éxito adaptativo de la especie humana. No es algo exclusivo de esta
especie, como él mismo ha explicado en su obra anterior, sino que está presente
en muchas especies de seres vivos; ahora bien, en el caso de la especie humana
es un rasgo que está especialmente desarrollado, alcanzando niveles de
cooperación que no se dan en otras especies. Populariza en este libro, ampliando
su alcance, una tesis que había expuesto
en un artículo científico en colaboración con otros colegas, «The
evolution of sociality»
No
es una hipótesis nueva, pues ya la defendió Pedro Kropotkin hace más de un siglo, en 1902, fecha en la que publicó
un espléndido libro con un claro título El apoyo mutuo. Un factor en la evolución.
El científico y anarquista ruso polemizaba entonces contra un darwinismo social que simplificaba excesivamente la tesis
de que la evolución se produce en una lucha de todos contra todos en la que
gana el más fuerte. En lugar de eso, Kropotkin señalaba, como lo hace
ahora Wilson, que son las especies que mejor ha sabido colaborar las que han
logrado más éxito en su adaptación al medio ambiente. La evidencia empírica la
obtenía a partir de sus observaciones naturalistas en Siberia y de sus lecturas
de la historia europea.
Siempre
he defendido, y sigo defendiendo, la hipótesis de Kropotkin, pues como él, creo
que está avalada por una enorme evidencia empírica. No obstante recojo con
interés una aportación de Wilson que resume bien una cita incluida por Sánchez
Ron en su reseña: «En la evolución social genética”, escribe, “existe una regla de
hierro, según la cual los individuos egoístas vencen a los individuos
altruistas, mientras que los grupos altruistas ganan a los grupos de individuos
egoístas. La victoria nunca será completa; el equilibrio de las presiones de
selección no puede desplazarse hasta ninguno de los dos extremos.
Si tuviera que
dominar la selección individual, las sociedades se disolverían. Si acabara
dominando la selección de grupo, los grupos humanos acabarían pareciendo
colonias de hormigas».
La
distinción entre dos factores diferentes, pero también complementarios, en la
explicación de la evolución humana puede ayudar a alcanzar una mejor
comprensión del problema, ofreciendo además una manera de resolver un enfrentamiento
entre posiciones que no debe ser vistas como contradictorias sino como
complementarias. Por un lado, aceptando
la afirmación de que las mutaciones que provocan los cambios adaptativos se
producen siempre a nivel individual, la lucha por la vida y el triunfo de los
individuos mejor adaptados explican una gran parte del proceso. Por otro lado,
teniendo en cuenta la capacidad cooperativa de los individuos dentro de un
mismo grupo, podemos explicar también otra parte importante del proceso evolutivo.
El
equilibrio entre ambas en el caso de la especia humana no es sencillo. Las
sociedades que cultivan exclusiva o preferentemente el triunfo de los
individuos mejor dotados pueden provocar duros enfrentamientos internos que
terminen siendo destructivos para la propia sociedad y para los individuos que
la componen. La codicia y el egoísmo campan a su aire y eso no es bueno. Por el
contrario, las sociedades que priman en exceso la
cooperación pueden terminar ahogando la iniciativa individual sin la cual las
sociedades terminan convertidas en poblaciones homogeneizadas, apegadas
a prácticas rutinarias e incapaces de hacer frente a los constantes cambios del
ambiente. La lealtad y el patriotismo en su versión débil, el tribalismo y el
chauvinismo en sus versiones fuertes, conducen igualmente a un colapso social,
cambiando los nocivos enfrentamientos intra-grupos por enfrentamientos inter-grupos
tan nocivos como los anteriores.
La
idea general que se desprende de los estudios de Wilson está, por tanto, clara.
Sacar conclusiones eficaces en la configuración de las
instituciones sociales que regulan los comportamientos humanos no está tan
claro.
Dudo que esa colaboración sea signo de altruismo. Si los individuos colaboran es porque asumen que les resultará beneficioso para competir o, en el mejor de los casos porque no tienen nada que perder. La comparativa correcta se produciría cuando el individuo (o el colectivo) se plantea competir o colaborar y en el segundo caso perderá algo. Si colaborando se gana algo a alguien, entonces estamos ante un caso de competición encubierta. Saludos, R
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