¿Es una novela buena o mala? Depende. Y
depende de varios factores. Tengo recuerdos de haber disfrutado de una determinada
lectura en un momento y sufrir extraordinariamente al releer exactamente el
mismo texto tiempo después. Los diagnósticos definitivos sobre el particular
son, por tanto, absurdos.
Acaba de volver a sucederme al revisitar 'El manuscrito carmesí' de Antonio Gala. No se puede dudar de que este escritor (e intelectual)
maneja el español con soltura. A menudo con demasiada. Con frecuencia se le va
la mano.
Esta novela ganó el Premio Planeta en 1990.
Mis recuerdos de aquella primera lectura eran magníficos, pero después de una
segunda lectura en el presente debo reconocer que cambió mi valoración.
Aunque la historia que Gala narra me sigue pareciendo
interesante, incluyendo algunas reveladoras ideas sobre la supuesta conquista
árabe de la península, el modo de diario en el que Boabdil, el último sultán de Granada, va narrando los sucesos
degrada su fuerza.
Los hechos parecen descafeinados a los ojos
de quien lloró como mujer lo que no pudo defender como hombre. Por cierto,
anécdota ésta última que Gala omite de la narración. Desde su niñez hasta su
retiro en Marruecos, Boabdil pasa por encima de los sucesos que rodearon los
últimos momentos del Islam en Iberia.
Gala es el Dios del 'acaso'. Escribe como habla y eso convierte el relato en un
empalagoso plato. Su engolamiento deprime la historia. Eso sí, como inteligente
narrador que sin duda es, nos regala, de cuando en cuando, algunas perlas que
no tienen desperdicio. Algunos ejemplos:
-. "afirman que toda historia se repite, y no es cierto: los que
se repiten son los historiadores".
-. "somos distintos unos de otros, y eso nos induce a creer que
somos libres; pero estamos prefigurados de antemano".
-. "cualquier pueblo acaba por acomodar su religión y su pensamiento
a sus actitudes y a sus comprensiones, a sus modos de amar y de apenarse y de
aguardar la muerte".
-. "resucitar no es imprescindible para quienes, por su actos, aún
viven en la memoria de sus agradecidos; es la mejor manera de inmortalidad que
reconozco".
-. "el hombre es un animal como los otros que, si piensa
suficientemente, deduce que es un animal como los otros: ésa es toda la
diferencia. Lo que pasa es que el hombre no piensa suficientemente casi nunca".
-. "con frecuencia la vida, que es muy descuidada, nos inunda
las manos de flores y se olvida de darnos un florero".
-. "confundimos lo imaginado con lo vivido porque deseamos
referir nuestra propia historia con nitidez, pero nuestra historia fue nítida
en muy cortas ocasiones".
-. "ser astuto no tiene tanto mérito (...) cuando los fuertes
aspiran a ser además astutos, solo consiguen ser despreciables".
-. "el alma no se copia".
-. "el náufrago que se ahoga es más grande que el mar porque el
primero sabe que se muere pero el segundo no sabe que lo mata".
Gala insiste en que jamás hubo en la
península una invasión guerrera musulmana. Los hispanos abrazaron el Islam. Los
godos lucharon con los árabes, pero los nativos optaron:
"la inmensa mayoría de los habitantes en esa época eran
hispanorromanos, de religión cristiana unitaria, seguidora de Arrio y perseguida entonces por herética.
Eran
propensos a abrir sus puertas y sus corazones a una corriente mucho más próxima
a la suya.
Adoptan
la cultura islámica sustituyendo la barbarie visigótica que los extorsionaba.
Esa
cultura nueva se introduce insensiblemente a través del comercio, de sabios y
pensadores influyentes, de embajadas literarias y artísticas, de algunos
exiliados de la revolución abasí contra los omeyas.
No
hubo invasión, ni árabes.
Al
Islam se le dio en Andalucía una versión muy peculiar: abierta y comprensiva,
una mezcla de islamismo y arrianismo.
Por
culpa de la intransigencia de los cristianos y de los almorávides se apagó la
hoguera de una Península que, gracias a los andaluces, fue un faro deslumbrante".
En una de sus conversaciones con Gonzalo Fernández de Córdoba (el gran
Capitán) Boabdil se lamenta de que cuando suceda lo inevitable "ocho siglos se
comprimirán entre dos parpadeos". En esa larga conversación el
sultán se percata de que Gonzalo habló más en árabe y él más en castellano.
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