miércoles, 5 de septiembre de 2012

Recuerdos de Colombia


En una región montañosa al norte de la ciudad de Medellín (Colombia) se puede encontrar una serie de poblados en los que, masivamente, se padece una precoz degeneración cerebral. Sus habitantes sufren Alzheimer a consecuencia de una virulenta mutación genética potenciada por los matrimonios entre parientes.

Mientras que los síntomas suelen aparecer después de los 65 años de edad en el resto del mundo, en esa región de Colombia se manifiestan 25 años antes.

Este otoño comenzará una serie de ensayos clínicos con los habitantes de estos poblados para intentar comprender un fenómeno de repercusiones mundiales. Las familias más afectadas se han ofrecido voluntarias para someterse a novedosos tratamientos farmacológicos. Se trata de sustancias preventivas, no paliativas. Los científicos piensan que será más efectivo prevenir que curar. El riesgo de contraer el trastorno se duplica cada cinco años a partir de los 65.

El doctor Francisco Lopera, de la Universidad de Antioquía (Medellín) y el neuropatólogo Juan Carlos Arango, ‘persiguieron’ a las familias para lograr que sus muertos donasen sus cerebros a la ciencia. Terminaron aceptando. En Harvard se confirmó que la causa de su muerte fue el Alzheimer.

Mientras que un padre con Alzheimer tardío apenas influye en la probabilidad de que sus descendientes contraigan el trastorno, cuando es precoz esa probabilidad es del 50% si solamente un padre es portador. Cuando lo son los dos, la probabilidad asciende al 75%.

Se conoce bastante bien cómo evoluciona la enfermedad (las placas de proteína beta-amiloide se acumulan en la superficie de las células cerebrales y dañan las sinapsis; el cerebro presenta, también, redes tau, una proteína que interfiere el funcionamiento neuronal; al morir, el cerebro reduce su tamaño muy significativamente) pero, por ahora, se desconocen las causas que desencadenan el trastorno.

Las sustancias farmacológicas se centran en eliminar la placa amiloide, pero, a día de hoy, solo somos capaces de retrasar el progreso de la enfermedad.

La Universidad de Antioquía posee la colección más grande del mundo de cerebros con Alzheimer prematuro. Mientras que el peso medio de un cerebro masculino es de 1.300 gramos, el de un enfermo puede llegar a pesar la mitad.

Quién sabe, pudiera llegar el momento en el que la generosidad de estos pueblos colombianos ofrezca valiosos conocimientos al mundo para combatir uno de los trastornos que más quebraderos de cabeza causan  a los científicos y a los ciudadanos.

Imagino que el conocimiento verdaderamente iluminador provendrá de comparar los cerebros de quienes, ante similares tesituras endógenas (genéticas) y exógenas (ambientales) terminen contrayendo o esquivando el trastorno antes de morir.

Si así es, quizá tengamos que sorprendernos ante la evidencia de que son las cosas que se hacen, y no lo que somos genéticamente, lo que produce la diferencia. Quizá los fármacos no sean ‘la solución’, sino las conductas que podemos seguir para evitar la activación del mal.

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