viernes, 14 de septiembre de 2012

Until the End of the World --por José Ferreirós Domínguez


Until the end of the world es una fantástica peli de 1991 dirigida por Wenders, que os recomiendo mucho; tiene además una banda sonora espectacular. Pero no es ese el tema del que quiero hablar hoy, sino otro que sé está cerca del ‘corazón’ (¿o es alguna región cerebral?) de nuestro blogero. Es el tema de otra peli, The Way (2010), que muy recientemente ha puesto de moda la ruta de la Vía Láctea, el Camino a Santiago, entre los norteamericanos.

Siendo gallego, de Santiago, y gustándome la historia, es normal que me haya hecho preguntas sobre el famoso Camino que fue descubierto por Alfonso II el Casto, con el apoyo de Carlomagno, y mucho más recientemente por Manuel Fraga. Lo más divertido del tema es la cantidad de teorías diferentes, conspirativas o bien intencionadas, que lo rodean. El motivo por el que Fraga fijó su interés en el Camino fue su indudable olfato para los asuntos del turismo (de 2.500 peregrinos al año, hacia 1985, hemos llegado ya a los 200.000); el motivo de Alfonso II y Carlomagno fue más bien apoyar la lucha contra los infieles con todo un arsenal de elementos simbólicos. Este es el origen del ‘Santiago y cierra España’ con el que los cruzados españoles se enfrentaban a los moros. Una gran cantidad de historias interesantes. Hoy me gustaría pensar por escrito sobre los orígenes pre-cristianos del Camino.

VERSIONES SOBRE EL ORIGEN DEL CAMINO

La versión más divertida, cómo no, es la del francés Louis Charpentier (El misterio de Compostela): según él, las formas de cultura superior nos vienen de los atlantes –sí, los de la Atlántida– que en tiempos antiguos se encontraban en lugares de la costa atlántica con ‘iniciados’ (maestros masones, carpinteros, etc., que hicieron las catedrales); de ahí que existan caminos hacia poniente, hacia el land’s end, en varios lugares de España, Francia e Inglaterra; el camino hacia Finisterre en Galicia es el más famoso de todos ellos debido a que luego fue apropiado por el cristianismo. (Ah, se me olvidaba añadir que –según el maestro Charpentier– los atlantes también instruyeron a los egipcios para hacer sus pirámides, y que el Camino está muy relacionado con el juego de la Oca; casi todo encaja, ¡lástima que no sea el juego de la vieira!).

Otra versión, menos fantasiosa, es la idea de que el camino de la Vía Láctea a Finisterre responde a una antigua ruta de tiempos celtas y a una idea de caminar hacia la muerte (hacia el ocaso) con el objetivo de ‘renacer’ a la vida. En una forma u otra, esta idea es muy popular, tanto que se ha hecho real porque ya existe en detalle la continuación del Camino desde Compostela hasta la costa –incluida la subida a las tierras meigas de Muxía por la Costa de la Muerte–. Sobre esto cabe decir que, salvo la dirección general de la ruta, el atractivo nombre de Finisterre, y el atractivo aún mayor de ver allí la puesta de sol, ¡no hay ningún motivo para pensar que el camino pre-cristiano terminaba en la costa! Pero claro, estas razones frías no tienen peso frente a la cultura popular de la época new age. ¡Bienvenidos al siglo XXI!

Otra versión es la ortodoxa, según la cual sería cierto que Santiago Zebedeo, el apóstol que acompañó a Jesús, está enterrado en aquella colina. Lástima que sea tan poco creíble, y tan fuertes en cambio los motivos político-militares que existieron para que el “descubrimiento casual” se realizara en el año 813, menos de cien años después de la conquista musulmana, con la frontera mora tan cerca de Santiago.

Una cuarta versión, muy popular y atractiva, es la de que el enterrado no es otro que Prisciliano, obispo del siglo IV que quiso reformar el catolicismo y fue decapitado en Tréveris, luego declarado hereje. Al menos esta idea tiene visos de credibilidad histórica, ya que Prisciliano era galaico (en el sentido amplio, romano, del término) y el priscilianismo fue muy fuerte en la Galicia de época visigoda, hasta dos siglos después de su muerte. Por ello es creíble que sus restos fueran enterrados en Galicia y también que existiera una importante corriente de peregrinos a su tumba. Las jerarquías de la Iglesia habrían actuado para acabar con estas heterodoxias, y como en otros casos habrían procedido a ‘catolizar’ esa tradición precedente, reinventándola bajo la forma de peregrinación al sepulcro del Apóstol. No quiero dejar de mentar el atractivo del propio Prisciliano, cuya idea del cristianismo era más popular y próxima a lo primitivo que la de sus colegas obispos de fines del Imperio, cada vez más ligados al poder. Y qué decir de la indudable ironía de esta historia, si fuera verdad.

UNA VERSIÓN ALTERNATIVA… Y CREÍBLE

Yo, por mi parte, me quedo con la convicción de que el Camino y la invención del sepulcro del apóstol responden a una apropiación católica de una tradición muy anterior. Creo que la ocasión para reinventar e impulsar esa tradición fue sobre todo político-militar (un apoyo religioso y simbólico fuerte a la guerra contra el invasor musulmán), pero eso no impide que su base estuviera en tiempos celtas. Y lo creo sobre todo por algunos detalles de la leyenda del apóstol. Aquí va mi versión particular.

Las noticias que nos llegan por el Códice Calixtino (Libro III) hablan de cómo los dos amigos del apóstol tuvieron que emplearse a fondo para conseguirle un lugar de entierro digno, superando las estratagemas ideadas por una “señora” de tierras en torno a Iria Flavia que es conocida hoy en Galicia como la Reina Lupa. Los detalles de estas andanzas son interesantes porque simbolizan, según creo, el triunfo del cristianismo sobre las religiones primitivas de la zona. Los del apóstol pedían nada menos que emplear un templo pagano para entierro del nuevo santo, y la señora Lupa buscó varias estratagemas para librarse de ellos. Se piensa que bajo el nombre de Lupa, que en latín significa loba, se esconde el dios Luc o Lúgh de la mitología celta, de hecho su dios más importante (cuyo nombre aparece por todo el mundo celta: de él deriva el nombre de Lugo, pero también el de Lyon, antigua Lugdunum, y otros). Así que el mito del apóstol nos narra el triunfo de Santiago y sus seguidores sobre las ideas paganas y demoníacas de Luc y sus fieles. Y varios lugares citados en el Códice, según esto, son sitios de gran importancia para la religión celta.

La cultura celta fue una cultura de montañas y ríos: basta pensar en los castros, pero además los altares estaban situados en lugares altos, sobre todo en grandes piedras ‘sagradas’ de origen natural (pensad en Muxía); por otro lado, los muertos se encomendaban a los ríos o al mar. Desde este punto de vista, no parece casual que el apóstol arribe a Iria Flavia (junto al actual Padrón), en la desembocadura del río Ulla, que forma la ría de Arosa. También junto al río Ulla se encuentra el Pico Sacro, cuyo nombre ya es muy significativo, monte que tiene un papel estelar en la historia del santo. Es allí a donde la Reina Lupa envía a los amigos del apóstol encargándoles “coger unos bueyes mansos” que allí guarda para con ellos poder acarrear lo que haga falta y construir un sepulcro digno. En las laderas del Pico Sacro, los cristianos se encuentran lo inesperado, “un enorme dragón” echando fuego, listo para matarlos; pero al enfrentarse a él con la señal de la cruz, le hacen retroceder e incluso “revienta por mitad del vientre”. Tuvieron que arrojar de aquel monte “multitud de demonios”, para lo cual exorcizaron el agua del río y la esparcieron por todas partes. En cuanto a los bueyes, resultaron ser toros bravos, “una cruel amenaza de muerte”, pero bajo la invocación cristiana se apoderó de ellos la mansedumbre y lentitud, quedando “en manos de los santos varones”. Logrados estos prodigios, los del apóstol volvieron “con los bueyes uncidos” al palacio de la señora Lupa, quien “movida por estas tres evidentes señales” perdió su insolencia y se convirtió a la fe cristiana. Así se consumó el triunfo sobre el paganismo de los celtas.


En opinión del célebre Otero Pedrayo, el Pico Sagro o Sacro es “la cumbre más bella y simbólica de Galicia”: un monte de forma cónica situado sobre el Valle del Ulla, a unos 15 km. de Santiago, visible desde gran distancia en todas direcciones, cuya aislada y fina silueta domina los paisajes de la comarca. Dice además el Códice:

Este monte, pues, llamado antes el Ilicino, como si dijéramos el que seduce, porque con anterioridad a aquel tiempo sostenían allí el culto del demonio muchos hombres malhadadamente seducidos, fue llamado por ellos [los cristianos] Monte Sacro, es decir, monte sagrado.

Seguramente esos cultos celtas estaban bajo la advocación de Luc o Lúgh y es probable que se tratara de cultos mistéricos, quizá incluyendo el descenso al interior de la tierra –a las extrañas simas naturales que allí existen– para luego “dar a luz” al hombre nuevo.

EN RESUMEN...

Es natural pensar que este impresionante altar natural, de gran significación simbólica, era precisamente el objetivo, el término de la ruta celta: el Camino prehistórico no era un camino a Finisterre, sino hacia el Monte Sacro y los ritos que allí se cumplían. Esto explica la importancia que la leyenda del apóstol da a lo que sucedió en los dominios de la “señora” Lupa (en realidad el dios Luc, cuyo nombre transformó la etimología popular bajo la influencia del latín) y en particular en el Pico Sacro.

La apropiación cristiana tuvo lugar poco a poco, primero situando una iglesia en lo alto del Pico Sacro (que sería dedicada a Santiago), y por fin, a partir del siglo IX, buscando un nuevo emplazamiento en Compostela. Una nueva meta para el Camino situada en otro monte, no tan singular como el Pico Sacro, lo bastante cerca como para asegurar el triunfo de la suplantación y lo bastante lejos para al fin anular la mágica seducción del Monte Sacro.

Conviene aclarar tres cosas más. Nada sabemos acerca de dónde comenzaban esas peregrinaciones celtas, pero nada impide tampoco que fuera muy al este y también al sur. Los celtas ocupaban un territorio muy amplio en la Península, que de ningún modo se limita a Galicia: cubría toda la zona cantábrica, y hacia el sur abarcaba la zona lusitana, de manera que hasta en la actual Extremadura y el occidente de Andalucía se encuentra arqueología céltica; también los famosos verracos de Ávila o Toledo son celtas.

Segundo, a propósito del campus stellae: los signos astrales, las estrellas, tuvieron gran importancia en la religión celta y se encuentran todavía en las estelas de época romana de dichas zonas.

El tercer punto es que el Camino a Santiago que llega desde la romana Vía de la Plata (nombre derivado de al-Balat, ¡‘camino’ en árabe!) entra directamente hacia el Pico Sacro, cruzando el río Ulla en la escarpada zona del antiguo Puente Ulla. Solo queda invitaros a que visitéis la zona.

2 comentarios:

  1. Una hipótesis interesante y verosímil. Quizá influya en quienes defienden, racionalmente, algunas de las posibilidades que descartas. Personalmente me atrae poderosamente la versión de los Atlantes. Tendría también una cierta probabilidad de ser cierta en caso de confirmarse que la Atlántida hubiera estado ubicada al sur de la península ibérica. Ese origen sería anterior a los celtas. Podría estar bien conocer tu opinión sobre esa versión. Saludos y gracias por tu estimulante artículo. Roberto---

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  2. Bueno Roberto. La verdad es que yo no puedo evitar una sonrisa al hablar del tema de los atlantes. Creo que, con los métodos de la historia en la mano, no hay ninguna buena razón para creer en ella. Es preferible remitirse a personas o pueblos de los que hay clara constancia...
    Y hablando de eso, ¿sabes que hay gente que tiende a negar la presencia celta en la Península? Hay gente para todo. Sobre eso he encontrado un trabajo muy interesante, "Celtic Legacy in Galicia" de Manuel Alberro (Univ of Uppsala). Se puede encontrar en internet, en la revista e-Keltoi, y defiende la identificación de los galaicos como celtas con todo tipo de argumentos.
    ¡Curiosamente, la mitología irlandesa dice que de Gallaecia salieron los celtas que conquistaron Irlanda! (buscad info sobre el Lebor Gabála Érenn)

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