miércoles, 19 de septiembre de 2012

Conectividad global e inteligencia humana


Michael W Cole y cuatro de sus colegas han publicado un interesante artículo en la revista 'The Journal of Neuroscience' (2012, 32 (26) 8988–8999) en el que presuntamente se demuestra que la conectividad global de la corteza dorsolateral prefrontal (DLPFC) resulta clave para comprender las diferencias individuales en una capacidad intelectual esencial, la denominada inteligencia fluida (Gf) sobre la que se cimenta nuestra capacidad de razonamiento abstracto.


Como es habitual en los artículos publicados en revistas de renombre, quizá la conclusión sea demasiado optimista. Realmente, la fuerza de esa conectividad global daría cuenta del 10% de las diferencias de inteligencia fluida. Esa proporción deja fuera una parte sustancial del pastel, aunque no conviene menospreciar el resultado.

Los autores se sirvieron de la resonancia funcional (fMRI) para estudiar a 94 individuos. Exploraron las relaciones en nivel de actividad en reposo de una serie de regiones cerebrales, usando como referencia, como anclaje, la actividad de la DLPFC al realizar una exigente tarea de memoria operativa (n back).


Obtuvieron puntuaciones de conectividad entre las distintas regiones relacionándolas con las diferencias observadas al resolver dos tests de inteligencia fluida especialmente reconocidos (el test de Raven y el test libre de influencias culturales de R B Cattell).

Esta investigación se dirige al corazón de un tema ampliamente debatido: ¿puede existir una región clave en la que se sustenten las diferencias de capacidad intelectual que nos separan a unos de otros?

Este artículo parece concluir que esa región específica de la DLPFC, y, más en concreto, del hemisferio izquierdo, se encarga del control necesario para desplegar una conducta inteligente. Las conexiones entre regiones pueden ser más o menos débiles, pero su debilidad no implica irrelevancia sino, simplemente que deben recorrer una mayor distancia entre regiones. Esa debilidad puede provenir, asimismo, de una mezcla indeterminada de conexiones positivas (excitatorias) y negativas (inhibitorias).

Un resultado especialmente interesante es que el nivel de conectividad global de la DLPFC no se relacionó con el nivel de activación de esa región específica. Es decir, sus conexiones con las demás regiones no dependen de que esa DLPFC presente una mayor o menor actividad.

Los autores reconocen que la conectividad global de la DLPFC con regiones de la red fronto-parietal, pero también con otras regiones no incluidas en esa red, son únicamente una parte de la historia. Y, además, que esa parte es insuficiente para conocer cuál es el nudo de esa historia.


La conectividad valorada parece ser responsable de determinados procesos de control, pero la inteligencia humana debe necesariamente aglutinar otros factores. Por ejemplo, el volumen del cerebro o el nivel de actividad de la DLPFC producen resultados de una magnitud similar a la apreciada para esa conectividad.

Aún así, no pueden evitar la tentación de concluir que "en comparación con otros estudios que han subrayado la contribución de todo el cerebro a la inteligencia o los que han resaltado la contribución de ciertas regiones en concreto, nosotros hemos observado que la conectividad global de una región muy específica predice las diferencias individuales de inteligencia".

O sea, que aunque cara a la galería declaran que la DLPFC no es el asiento de la inteligencia, en realidad piensan que así es. Las personas con una mayor conectividad son capaces de reconfigurar dinámicamente sus recursos dependiendo de las exigencias. Y esa flexibilidad daría cuenta de las diferencias de inteligencia.

El coraje es muy valioso para el avance de la ciencia.



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