Michael W Cole y cuatro de
sus colegas han publicado un interesante artículo en la revista 'The Journal of Neuroscience' (2012, 32 (26) 8988–8999) en el que presuntamente se
demuestra que la conectividad global de la
corteza dorsolateral prefrontal (DLPFC) resulta clave para comprender las
diferencias individuales en una capacidad intelectual esencial, la denominada inteligencia fluida (Gf) sobre la que se cimenta nuestra
capacidad de razonamiento abstracto.
Como es habitual en los artículos publicados
en revistas de renombre, quizá la conclusión sea demasiado optimista.
Realmente, la fuerza de esa conectividad global daría
cuenta del 10% de las diferencias de inteligencia fluida. Esa proporción
deja fuera una parte sustancial del pastel, aunque no conviene menospreciar el
resultado.
Los autores se sirvieron de la resonancia
funcional (fMRI) para estudiar a 94 individuos. Exploraron las relaciones en
nivel de actividad en reposo de una serie de regiones cerebrales, usando como
referencia, como anclaje, la actividad de la DLPFC al realizar una exigente tarea
de memoria operativa (n back).
Obtuvieron puntuaciones de conectividad entre
las distintas regiones relacionándolas con las diferencias observadas al
resolver dos tests de inteligencia fluida especialmente reconocidos (el test de
Raven y el test libre de influencias culturales de R B Cattell).
Esta investigación se dirige al corazón de un
tema ampliamente debatido: ¿puede existir una región
clave en la que se sustenten las diferencias de capacidad intelectual que nos
separan a unos de otros?
Este artículo parece concluir que esa región
específica de la DLPFC, y, más en concreto, del hemisferio izquierdo, se
encarga del control necesario para
desplegar una conducta inteligente. Las conexiones entre regiones pueden ser
más o menos débiles, pero su debilidad no implica irrelevancia sino,
simplemente que deben recorrer una mayor distancia entre regiones. Esa
debilidad puede provenir, asimismo, de una mezcla indeterminada de conexiones
positivas (excitatorias) y negativas (inhibitorias).
Un resultado especialmente interesante es que
el nivel de conectividad global de la DLPFC no se relacionó con el nivel de
activación de esa región específica. Es decir, sus conexiones con las demás regiones
no dependen de que esa DLPFC presente una mayor o menor actividad.
Los autores reconocen que la conectividad global
de la DLPFC con regiones de la red fronto-parietal, pero también con otras
regiones no incluidas en esa red, son únicamente una parte de la historia. Y,
además, que esa parte es insuficiente para conocer cuál es el nudo de esa
historia.
La conectividad valorada parece ser
responsable de determinados procesos de control, pero la inteligencia humana
debe necesariamente aglutinar otros factores. Por ejemplo, el volumen del
cerebro o el nivel de actividad de la DLPFC producen resultados de una magnitud
similar a la apreciada para esa conectividad.
Aún así, no pueden evitar la tentación de
concluir que "en comparación con otros estudios que han subrayado la
contribución de todo el cerebro a la inteligencia o los que han resaltado la
contribución de ciertas regiones en concreto, nosotros hemos observado que la
conectividad global de una región muy específica predice las diferencias
individuales de inteligencia".
O sea, que aunque cara a la galería declaran que
la DLPFC no es el asiento de la inteligencia, en realidad piensan que así es.
Las personas con una mayor conectividad son capaces de reconfigurar
dinámicamente sus recursos dependiendo de las exigencias. Y esa flexibilidad
daría cuenta de las diferencias de inteligencia.
El coraje es muy valioso para el avance de la
ciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario