Las noticias sobre los resultados de la
investigación del cerebro son populares en los medios. Se hacen eco,
rápidamente, de los pasos que se van dando en su comprensión. A los lectores
les encanta estar al día y pensar que serán testigos de la gran revolución del
conocimiento sobre sí mismos, sobre por qué son como son.
Óscar Marín, del Instituto
de Neurociencias de Alicante, sostiene, basándose en una serie de simulaciones
por ordenador, que el azar (o sea, la suerte) es esencial para entender el
desarrollo del cerebro. Aunque las neuronas se ordenan en capas horizontales y
columnas verticales, las colisiones azarosas previas durante su viaje hacia el
destino pueden ser importantes. La genética sería menos relevante de lo que se
piensa, según él, aunque esta idea no encaja con el hecho de que la colocación
final de las neuronas presenta pocas variaciones.
Guillermina López-Bendito, de ese mismo instituto alicantino, ha
dirigido un estudio, publicado en 'Nature Neuroscience', en el que se analiza el gen Robo1 encargado de frenar la expansión de
los axones cuando alcanzan su destino en la corteza cerebral. Declara que el mecanismo
puede compararse "con un coche que circula velozmente por una autovía y
empieza a frenar a medida que se acercan a su destino". Este mecanismo de frenado puede fallar y
contribuir a la producción de trastornos.
Sebastian Seung, del MIT, es uno de los gurús del llamado
conectoma ("somos
nuestros conectoma", declara). El conectoma se encuentra
conformado por los billones de conexiones neuronales que convierten cada
cerebro en una pieza única. Ese universo de conexiones explicaría los recuerdos
y los olvidos, así como los trastornos psicopatológicos. Según él, debemos ser
capaces de comprender cómo un ingente número de
neuronas estúpidas pueden producir inteligencia.
Así es como describe Seung la construcción de un conectoma:
"Se toma un cerebro muerto y se cubre de plástico duro.
Después se corta en finas capas,
cada una mil veces más fina que un pelo.
Después se hace una imagen de
cada capa con un microscopio electrónico.
Al unir las imágenes de todas
las capas obtenemos un cerebro en 3D.
Luego hay que analizarlo,
estudiar el trazado de cada brazo de una neurona y encontrar las sinapsis.
Un milímetro cúbico de cerebro
llevaría 100.000 años de trabajo si hubiese que detectar las conexiones sin la
ayuda de ordenadores.
Con la inteligencia artificial
se reduce ese tiempo a unos 1.000 años".
Los conectomas de dos individuos cogidos al azar de la población
son sustancialmente más diferentes que sus genomas. Las mentes que los
psicólogos analizan son muy distintas porque los conectomas son maravillosamente
diferentes. Si no logramos comprender la lógica de los conectomas fracasaremos
al entender cómo funciona el cerebro, según Seung.
Un equipo de la Universidad de Yale, dirigido por Nenad Sestan, mantiene, en un artículo publicado en 'Nature', que los cambios
en tres letras genéticas (entre miles de millones) impulsaron la evolución y el
desarrollo de la red motora-sensorial de los mamíferos. Andando el tiempo
cimentaron el cerebro humano. Según ese equipo, SOX4 y SOX11 son importantes en
la formación de las capas de la corteza cerebral, un cambio que produjo una
mayor complejidad de la organización del cerebro en los mamíferos. Las
habilidades motoras son la base de las cognitivas.
Timothy Brown
sostiene que la edad del cerebro no tiene por qué corresponder a la edad que 'aparenta'
el individuo. Su equipo estudió el cerebro de 885 personas de entre 3 y 20 años de edad, identificando
231 biomarcadores de la anatomía del cerebro. Los cambios con la edad resultan
de la combinación dinámica de esos biomarcadores. El resultado se ha publicado
en la revista 'Current Biology'.
Me
tiembla el pulso al calificar esta clase de estudios como avances reales. Hay
distintas posibilidades para dar pasos y no hay que admitir que son hacia
adelante. Declarar que el conectoma conforma nuestra identidad no es decir
mucho. Considerar un descubrimiento el hecho de que los sistemas sensoriales y
motrices son la base de la cognición, es demasiado optimista. El azar puede ser
una apariencia, como demostraron hace tiempo las teorías del caos. Describir el
frenado de los axones no es lo mismo que entender el mecanismo o saber por qué
no se detienen.
El
siglo XXI promete, pero hay que ser cauto. A los científicos comienza a
sucederles algo similar a lo que vemos en los políticos: hablan demasiado.
Piensan muy rápido y no cesan de estrellarse y de desdecirse. La simplicidad es
interesante, pero aunque el cerebro pueda llegar a explicarse con mecanismos
sencillos, quizá no sean tan simples como nos gustaría.
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