viernes, 6 de julio de 2012

Ni se imaginan ustedes todo lo que se están perdiendo --por Jesús Mª Gallego


¿Cuántos de ustedes responderían no a la siguiente pregunta?: ¿Le gusta la música? Avanzo la respuesta: cero.

¿Cuántos de ustedes han comprado últimamente discos de algún grupo o artista reciente no mayoritario? ¿Avanzo la respuesta?

Estoy hablando de música popular. Imagino un estudio estadístico hipotético con esta verosímil conclusión: el 94,6% de los mayores de 30 años, que en su juventud desarrollaron una afición alta o muy alta a la música popular, pasan, una vez instalados a todos los efectos en el proceloso terreno de la vida adulta, a reclasificar su afición como residual o nula.

Sí, pasa siempre. Pasa con el amigo que coleccionaba vinilos de garaje, con el devoto del rock sinfónico, con el que te acompañaba al Agapo o al Ya’stá, con el superexperto en los Talking Heads, con el que te ayudaba a descubrir a The Sound, a Pale Fountains, a Mood Six, con el fan de Laurie Anderson.

El patrón evolutivo suele responder a un hilo argumental muy básico: “mira, tío, me he ido desconectando, poco a poco vas perdiendo información y llega un momento en que ya no sabes por dónde tirar”.

Les preguntas si ya no escuchan discos y el arco de las respuestas tiende a ser desolador. Los hay que aceptan que ya jamás escuchan música (“ya sabes, en casa la tele y en el coche las noticias, para ir sabiendo cómo está el tráfico y tal”); los hay que se han reconvertido de The Smiths a, pongamos por caso, Melendi y de John Cale a, por qué no, Andy y Lucas. Y también está el grupo de los pertinaces: “sí, claro que escucho música, me he vuelto a comprar Dark Side of the Moon en un cofre conmemorativo con triple vinilo y DVD de un concierto pirata de 1973.”

Pero nada de nada de todo lo nuevo bajo el sol que, les aseguro, es apasionante, enriquecedor y fuente inagotable de diversión y emociones.

Vuelvan al circuito, no es necesario afrontar ningún replanteamiento indumentario ni ningún lifting capilar, es solo cuestión de bucear un rato en alguna de las fuentes a disposición de todos. Les propongo algunas: lean la revista Rockdelux, escuchen Siglo XXI en Radio 3, den una vuelta por sitios de internet como Pitchfork o Jenesaispop, interrelaciónenlo todo, cómprense un disco de Bonnie Prince Billy, otro de Squarepusher y un tercero de Nils Petter Molvaer, prohíbanse la televisión, renieguen de David Bisbal.

Lo acepto, tienen ustedes poco tiempo, y no es cosa de postergar lo impostergable, no es cuestión de descuidar el cumplimiento de los objetivos de primera línea: mantener el estándar de comodidad de sus seres queridos, garantizar una vida fragante y soleada a sus cuentas corrientes, velar por la limpieza de sus automóviles. Y además, en el caso de muchos de ustedes, investigar, he ahí el verbo.

Lo sé, no es fácil reparar en banalidades si estas exigen una cuota de alimentación que algunos podrían traducir en términos de esfuerzo, pero, créanme, el pequeño esfuerzo les reportará tantas satisfacciones que me aventuro a creer que, si lo afrontan, merecerá la pena.

Ni se imaginan ustedes las gloriosas banalidades que se están perdiendo.



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