Desde hace siglo y medio, parece que vivimos instalados en la seguridad de
que la ciencia es lo mejor y lo primero, en realidad lo único --parece-- que
merece nuestra completa confianza. Así razonan los periodistas, los políticos,
la gente de la calle y muchos intelectuales. Esa idea está acompañada de otras
convicciones que, en mi modesta opinión, representan más un prejuicio que el
fruto de una reflexión profunda. Así que, cuando Roberto me pidió un escrito
para su interesante blog, pensé que
quizá era buena idea tratar de “sacudir” esas
convicciones.
Podríamos hablar de otras cosas, pero qué mejor que la música, algo que nos
hace humanos --no sé si somos muy racionales, pero somos el animal musical--, algo que hace la vida
más vivible. La opinión común nos dice que la música
es una forma de arte, y por tanto algo agradable y subjetivo, en oposición a la
ciencia, que es objetiva y desapasionada.
La música acompaña a los humanos desde que empezaron a serlo, mientras que
la ciencia es un invento reciente. Todo el mundo sabe que la ciencia moderna
empezó allá por el año 1600, o quizá algo antes, con Copérnico, Kepler y Galileo, en lo que dio en denominarse
la Revolución Científica. Bien, pues hace ya
tiempo que algunos expertos llamaron la atención sobre las conexiones entre las
nuevas ideas de esos “sabios” que establecieron nuestra tradición científica y
sus pensamientos acerca de la música. Un
ejemplo es la obra de H. Floris Cohen, Quantifying Music: The Science of Music at
the First Stage of the Scientific Revolution, 1580-1650. Dohrdrecht, Kluwer
Academic Publishers, 1984.
El padre de Galileo, Vincenzo,
fue un importante músico y teórico de la armonía en la Italia del XV. Su hijo
aprendió a tocar el laúd, y en sus primeras observaciones de los péndulos
--mirando una lámpara oscilar en la catedral-- llevaba el compás para disponer
de un registro objetivo de los tiempos. Pero el caso más llamativo es el de
Kepler: de sus célebres tres leyes del movimiento de los planetas, la 1ª y la
2ª vieron la luz en un libro de 1609 (Física celeste, dedicado a analizar el movimiento
de Marte) y la 3ª en el fascinante Harmonices mundi (La armonía del mundo)
de 1619. Este libro trata de comprender los parámetros del movimiento de los
planetas desde la teoría musical, mostrando que realmente hay una música
celestial (no audible, sino racional) que manifiesta en el mundo creado los
patrones de la perfección armónica. Es un libro que combina filosofía y
metafísica, física y astronomía, música y armonía, para intentar comprender a
un nivel profundo el esquema de los fenómenos.
Es evidente por lo recién dicho, y es bien conocido, que Kepler era un
seguidor de la tradición pitagórico-platónica. Y basta pensar en ello para
acordarnos de que la primera propuesta de un análisis
matemático de los fenómenos naturales, la de los pitagóricos, nació
precisamente del descubrimiento de las razones matemáticas que subyacen a la
armonía musical. Fue el famoso descubrimiento de Pitágoras, que los
intervalos musicales de octava, cuarta y quinta se corresponden con las
proporciones simples 1:2, 3:4 y 2:3. De ahí surgió su famosa metafísica, según
la cual todos los fenómenos --tanto físicos como mentales-- se corresponden con
proporciones numéricas simples. Y luego vino el descubrimiento de la
inconmensurabilidad o irracionalidad... pero ese es otro cuento.
Se podrían mencionar más ejemplos importantes, como --volviendo al XVII--
los trabajos de Mersenne, o los
paralelismos entre óptica y música establecidos por Newton. Todo esto basta para apuntalar la idea de que la música
está en el origen de las ciencias físicas. Y surge la pregunta: ¿dónde habrá que dejar entonces la oposición entre ciencia y
arte, objetivo y subjetivo?
El físico teórico combina la tradición de la astronomía con la de la teoría
musical, como muestra la importancia de las simetrías de todo tipo en la
física, y las extiende a muchos otros campos de la experiencia. Mirándolo desde
otro punto de vista, quizá tiene sentido pensar que los
físicos teóricos de hoy, con su ideas sobre “teorías del todo”, supercuerdas y
gravedad cuántica, están tan perdidos en el intento de comprender las razones
profundas de los fenómenos como lo estaba Kepler, en 1619, buscando una
“sinfonía de los planetas”.
Hay otro tema más que, en realidad, me parece el más importante en la
relación entre la música y la objetividad científica: su papel en el origen de
la noción de un tiempo común, medible e intersubjetivo. Pero este asunto me lo
guardaré para otro día, si es que a nuestro amigo Roberto le apetece de nuevo
invitarme a este portal.
pero, si la musica esta en el origen de la ciencia, ¿donde esta el origen de la musica? quiza sea ahi donde esta el origen de la ciencia.
ResponderEliminarpor cierto, los humanos son solo un animal musical, no el animal musical, nada sorprendente por supuesto ;-)
Un saludo
No, querido amigo: somos *el* animal musical. Entiendo por música una expresión de la creatividad humana, y los pájaros no son creativos: se limitan a imitar sonidos, y además viene pre-programados para esto.
ResponderEliminarBueno, para ser objetivo, diré que hay una especie de pájaro que al parecer sí tiene cultural musical: el Cracticus nigrogularis, estudiado por Taylor, Hollis ("Decoding the song of the pied butcherbird: An initial survey." Transcultural Music Review 12 (2008): 1-30.)
Respecto al otro punto: Precisamente esta entrada pretendía ir un poquito en contra de la manía de reducir las cosas. A alguno le gustaría decir, quizá, que el origen de la música está en tal area cerebral. Yo no creo que eso aclare nada, y precisamente me interesa observar que los orígenes de la música interrelacionan poesía, trabajo físico, etc.
Saludos!
Me gustó mucho la entrada, está plagada de referencias muy interesantes!
ResponderEliminarNo obstante, sería una pena acotar el concepto de música cuando precisamente se pretende ampliar el de ciencia...
Me gusta pensar que las ballenas se comunican con canciones. Imitan sonidos, sí, pero esa práctica requiere más tiempo de aprendizaje que la de los pájaros. Además, luego los combinan de diferentes formas, dependiendo de lo que quieran comunicar(aunque sobre ésto último sólo cabe la especulación) y, eso se parece un poco más a la composición, ¿no?
Por otra parte, tiendo a imaginar el origen de la música en los homo también relacionada con la comunicación y con la imitación de sonidos.
Un saludo!