El heredero del imperio de Carlos V fue concebido en Granada en 1526 y nació en Valladolid en 1527 emergiendo del vientre de Isabel de Portugal. Falleció en 1598 en su Monasterio de El Escorial.
Vivió, por tanto, durante un interesante periodo del siglo XVI, en una época en la que durante “casi 80 años hubo alemanes que lucharon contra alemanes, ingleses que lucharon contra ingleses, y holandeses que lucharon contra holandeses, porque los participantes en la pugna estaban unidos por la religión, no la nacionalidad”
(Parker, 1991, ‘Felipe II’).
Según el historiador Robert Watson “ningún personaje fue pintado jamás por distintos historiadores con colores tan opuestos como Felipe II”.
El holandés J L Motley escribió que “Felipe II es la encarnación del mal, el enemigo común de la cristiandad, un hombre cuya malignidad y duplicidad son casi sobrehumanas, un hombre sin una sola virtud y que no puede poseer todos los vicios solamente porque ningún ser humano puede alcanzar la perfección, ni siquiera en la maldad”.
Según el británico O Feltham, un acérrimo admirador de Felipe II, estamos ante “el monarca mas poderoso de la cristiandad, que tiene en sus manos las riendas de la guerra y tiene ahora un mando tan amplio, que en sus dominios el sol ni se levanta ni se pone”.
A menudo los europeos criticaron a Felipe II por ser demasiado español.
Conviene aquí recordar lo que escribió el influyente ‘erudito’ bajo cuyo nombre ahora se beca a los estudiantes europeos para viajar por el continente, Erasmo de Rotterdam:
“No me gusta España”.
A Erasmo le disgustaba iberia porque había demasiados judíos y apenas cristianos.
En sus más de cuarenta anos de reinado, Felipe II gobernó el imperio más grande de la historia contemporánea, lo que supuso enfrentarse, generalmente con bastante éxito, a numerosos problemas administrativos inéditos hasta el momento.
A pesar de ser tan español:
1.- Su colección de libros (14.000 volúmenes) era, en esa época, la mayor biblioteca privada del mundo occidental.
Y ese material no estaba ahí para adornar sus estanterías. Felipe II poseyó unos conocimientos enciclopédicos que uso en su prolífica correspondencia.
2.- Convirtió el monasterio de El Escorial en un centro de investigación.
3.- Se caracterizó por una genuina e incombustible curiosidad por la ciencia.
4.- Fue un gran mecenas de eruditos, fundando en 1582 la ‘Academia de matemáticas’, teniendo bajo su tutela a compositores y artistas como Tomas Luis de Victoria, Antonio de Cabezón o Philippe Rogier, o protegiendo a Santa Teresa de las acusaciones de heterodoxia.
5.- Llevó la calidad de la justicia a su nivel más alto.
6.- Fue un trabajador infatigable.
7.- Logró unir política, económica y culturalmente las distintas regiones de su imperio.
En Italia se decía que “Dios se había hecho español”.
Los intelectuales y aristócratas holandeses escribían y leían en español.
8.- Bajo su dominio, los nativos de America fueron considerados seres racionales, con un derecho natural a la vida, libertad, propiedad privada y organización social. Una auténtica novedad para la época.
Su control administrativo firme y cuidadoso explica, según G Parker, que un territorio tan vasto como las Américas siguiera siendo español hasta el XIX.
Hay tres sucesos del reinado de Felipe II que no se puede dejar de comentar brevemente.
En primer lugar, la muerte de su hijo, Don Carlos, motivo de una obra dramática del alemán Schiller y de la opera del italiano Verdi inspirada en el texto del teutón.
La historia manipulada de la muerte de Don Carlos fue contada, entre otros, por el aristócrata holandés Guillermo de Orange y, en esencia, venía a decir que Don Carlos pretendía huir para aliarse a los rebeldes de los países bajos y oponerse a su padre. Felipe II se enteró de la conspiración y urdió un plan para deshacerse de su único hijo.
Nada de esto se encuentra apoyado por los hechos conocidos. Don Carlos heredó la tendencia a la locura de su bisabuela Juana y tuvo que ser encerrado. Murió de inanición durante ese periodo.
El segundo suceso tiene que ver con su más famoso secretario, Antonio Pérez. Fue degradado por Felipe II durante la resolución del asesinato de un miembro de la Corte, Juan de Escobedo, quien, presuntamente, conspiraba con el hermano del rey, Don Juan de Austria, para crear un gobierno paralelo en connivencia, una vez más, con los países bajos. La historia terminó mal para casi todos.
Pérez caracterizo a Felipe II como un tirano mezquino, rencoroso y algo obtuso. No tuvo reparo en usar la correspondencia con el rey para ofrecer una imagen coherente con ese diagnostico desfavorable.
Finalmente no se puede soslayar el famosísimo suceso de la ‘Armada invencible’, el intento fallido de invadir Inglaterra. Algunos de mis colegas sajones me recuerdan, a veces, que si se hubiera tenido éxito en esa empresa ahora el mundo hablaría español. Pero no fue así y ahora nos comunicamos en ingles --un idioma absurdo y gratuitamente complejo según no pocos nativos.
Una de las cosas mas molestas para los historiadores informados, como G Parker, es que se usa ese suceso para alimentar la leyenda negra contra España, cuando, en realidad “no se debe deducir de la derrota de la Armada que la maquinaria del gobierno español era ineficaz y estaba trasnochada. No era así”.
La popularidad de las caracterizaciones hostiles contra Felipe II confluye con esa leyenda negra que pintaba al español como cruel, orgulloso y lascivo, es decir, luciferino.
Era el español, además, impuro –no podía ser un europeo de verdad—puesto que tuvo la insensatez de mezclarse con judíos y musulmanes –y también con los aborígenes americanos, por supuesto.
Hasta el XIX, las biografías sobre Felipe II se escribieron con el telón de fondo de esa leyenda.
El español –y, por tanto, Felipe II, demasiado español—era, en suma, un monstruo.
Ahora nos desvivimos por ser europeos, pero ¿somos realmente bienvenidos en ese club?
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