En la UE hay cinco millones de niños y jóvenes con discapacidad intelectual recluidos en instituciones de distinta naturaleza. Del resto ni se habla...
Según los expertos, estos chicos "se encuentran con importantes obstáculos para acceder a servicios adecuados y eficaces de promoción de la salud y atención sanitaria".
El hecho de que estos chicos estén recluidos denuncia el fracaso de las intervenciones dirigidas a su integración social.
En un intento de corregir la situación, la UE establece el siguiente decálogo:
1. Protección ante el abuso y el maltrato.
2. Mantener la cohesión familiar.
3. El abandono de las instituciones por su integración en la comunidad.
4. Identificar sus particulares necesidades.
5. Atención a su salud, física y mental.
6. Apoyar a su familiares y promover su capacitación para tratarles.
7. Promover la toma de decisiones por parte del propio discapacitado.
8. Desarrollar su capacidad laboral.
9. Explorar sus necesidades y los servicios disponibles.
10. Potenciar la igualdad de oportunidades.
Aunque el decálogo haya sido respaldado por las más altas esferas, es evidente que recoge elementos que entran en contradicción con la propia naturaleza de la discapacidad intelectual.
Eso por un lado. Por otro, del documento se desprende que, hasta ahora, apenas se hizo nada para ayudar a la integración de las personas con discapacidad intelectual.
Sin embargo, sirva como ejemplo que allá por los años 80 comencé a investigar con un equipo --gobernado por el Profesor Manuel de Juan-Espinosa-- dirigido, exclusivamente, a cuantificar los recursos del entorno que facilitaban o dificultaban la integración de las entonces llamadas personas con retraso mental. Esa era la primera fase. Pero, a renglón seguido, se establecían pautas, muy concretas, para mejorar esas posibilidades, y promover, así, en la medida de lo posible, su integración social.
Ahora parece que nada de eso existió, desaprovechando la experiencia acumulada.
¿Es esto un buen negocio? Quizá para algunos, depende de cómo se mire.
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