martes, 4 de enero de 2011

El desajuste de Maalouf

Amin Maalouf no es únicamente novelista, sino además un pensador.

En su ensayo 'El desajuste del mundo' sostiene que la caída del muro de Berlín, y, por tanto, el final de la Guerra Fría, ha sido catastrófico para nuestra civilización.

Por más que se esfuerza en ser constructivo, al cerrar el libro el diagnóstico general es que estamos abocados a una nueva conflagración mundial de descomunales proporciones. Hay que volver a empezar.

El modelo actual, en el que los Estados Unidos son los comisarios y los demás acumulan resentimiento, unido a la disipación de las identidades --un tema recurrente en Maalouf-- y la globalización de las comunicaciones, promueve un incremento del odio entre quienes viven mejor y los que lo pasan realmente mal.

Un número sorprendentemente elevado de páginas está dedicado a describir las razones del odio del mundo musulmán hacia Occidente. El Islam no encaja las centurias que lleva excluido y extorsionado, ni tampoco el hecho de que no ve ninguna salida a su situación en el contexto actual. La religión musulmana, en su vertiente más destructiva y radical, impregna la vida del creyente porque en ella encuentra el consuelo del que carece en la Tierra.

La actual situación sólo podrá superarse "si pensamos a escala mundial, como si fuéramos una nación grandísima y plural (...) los pueblos que sienten que los amenaza la aniquilación cultural o la marginación política no pueden por menos de atender a quienes llaman a la resistencia y al enfrentamiento violento (...) si nuestras civilizaciones sienten la necesidad de meter ruido para afirmar su singularidad, es precisamente porque esa singularidad suya se va difuminando".

Maalouf subraya que nuestra época no puede compararse con otras. Se requiere ahora inventar algo nuevo, ciudadanos que conozcan "en profundidad y de forma sutil el mundo que les rodea". ¿No destila esta visión un tufillo elitista?

Uno de los argumentos más sugerentes de la obra se centra en el papel de la Iglesia Católica en Occidente y del Islam en el mundo árabe. Mantiene Maalouf que la naturaleza de la Iglesia ha permitido salvaguardar el progreso de Occidente: "la desconfianza que prevalece en la tradición musulmana respecto a una autoridad religiosa centralizadora es totalmente legítima y de inspiración muy democrática, pero tiene un efecto secundario calamitoso: al no existir esa intolerable autoridad centralizadora, ningún progreso queda establecido de forma irreversible". La flexibilidad de la iglesia católica ha promovido consolidar el progreso en Occidente. Nada de eso ha sucedido en el mundo islámico.

Confía Maalouf en la ciencia para ayudarnos en la tarea descomunal de cimentar un mundo nuevo en el que los pueblos de la Tierra puedan caminar juntos en la misma dirección. Recurre, por ejemplo, sin saberlo, a uno de los descubrimientos más relevantes de la Psicología científica, aunque groseramente: "de lo que se trata no es de ignorar las diferencias entre un holandés y un argelino; pero tras tomar nota de esas diferencias, hay que darse un margen de tiempo para ir más allá, para decirse que no todos los holandeses son iguales, y que tampoco lo son todos los argelinos, que un holandés puede ser creyente o agnóstico, inteligente u obtuso, de derechas o de izquierdas, culto o inculto, trabajador o vago, honrado o sinvergüenza, austero o vividor, generoso o mezquino; y que a un argelino le pasa otro tanto".

No sé si será porque es francés de adopción, pero cuando explora los desastrosos efectos de la colonización practicada por Occidente, ignora absolutamente la capitaneada por España.

Ahora que ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras podría dirigir su mirada hacia el modo de actuar de los españoles, los ingleses y los franceses en esa clase de menesteres. Se sorprendería, gratamente, al comprobar que esos españoles --supuestamente canallas-- lograron hacer lo que ahora reclama Maalouf a los Estados Unidos para corregir el desajuste del mundo.

Existen pruebas contundentes de que el imperio español mostró:

(a) Una diplomacia exquisita con las 'razas nativas' a modo de honores, distinciones, protección, privilegios y educación.
(b) La corona evitó la emigración a sus colonias de ciudadanos socialmente indeseables.
(c) Jamás se intentó imponer algo inferior a lo que podía encontrarse en la península ibérica: los impuestos, ordenanzas municipales, estatutos universitarios, legislación criminal y civil, justicia, fomento de las artes, sociedades benéficas, prácticas comerciales, etc., eran muy semejantes al uso español.
(d) En ciudades como Lima se podían encontrar más hospitales que iglesias, y en los primeros había mas camas por habitante que en el actual Los Ángeles.

Concuerdo con Maalouf en que no se trata de volver al pasado para encontrar soluciones, pero mirar hacia determinados momentos de la historia de ciertos pueblos puede resultar inspirador.

2 comentarios:

  1. Roberto,

    una buena entrada que me ha abierto las ganas de leer el libro de Maalouf, excelente novelista.
    Un saludo

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  2. Muchas gracias Alfredo. Es un ensayo valiente, interesante y sugerente. Lo disfrutarás. Salu2, R

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