Accidentalmente volví a leer la obra de Julio Verne, ‘Viaje al Centro de la Tierra’, el mismo día en que un volcán islandés decidió paralizar el tráfico aéreo en Europa vomitando detritus a la atmósfera. La naturaleza es cruel y nos barrerá del planeta si la dejamos actuar libremente, si no encontramos la mejor estrategia para defendernos de ella. Nunca supe por qué la venimos llamando ‘madre naturaleza’. Una madre cuida con esmero de sus retoños.
Las obras de Verne se consideran literatura juvenil, pero, la verdad, es difícilmente comprensible. Es el autor francés, más bien, para adultos instruidos y jóvenes inquietos.
La historia es simple: un profesor alemán descubre casualmente la nota de un sabio escandinavo (que fue perseguido por hereje y cuya obra fue quemada en 1573 en Dinamarca) en la que se consigna el hecho de que ha viajado al centro de la tierra, colándose por un volcán islandés (país en el que no hay caminos, ni siquiera senderos, y donde la vegetación borra pronto las huellas de los escasos viajeros; es Islandia un lugar privado de terreno sedimentario, compuesto únicamente de tobas volcánicas, de una aglomeración de piedras y rocas de una textura porosa). El tozudo profesor le da crédito y planea un viaje con su sobrino (Axel).
Al llegar a la isla contratan a un explorador aborigen (Hans). Los tres se internan en el Sneffels para iniciar su periplo hacia el corazón de la Tierra. Tras una serie de aventuras y descubrimientos de diversa índole, encontrándose con Mastodontes, e incluso con presuntos humanos ancestrales, salen a la superficie terrestre en Italia, a través del Etna.
Verne conocía la ciencia de su época y se sirvió de ella para hacer sus propias suposiciones. Por ejemplo, pone en boca del profesor Lidenbrock las siguientes palabras: “la ciencia es eminentemente mejorable y toda teoría se halla incesantemente destruida por otra nueva. ¿No se había creído, hasta Fourier, que la temperatura de los espacios planetarios iba siempre en disminución, y no se sabe actualmente que los mayores fríos de las regiones etéreas no pasan de cuarenta a cincuenta grados bajo cero? ¿Por que no ha de suceder lo mismo con el calor interno? ¿Por qué a cierta profundidad, no ha de llegar a un limite insuperable, en vez de elevarse hasta el grado de fusión de los minerales mas refractarios?”
También declara: “los hechos, como tienen por costumbre, echan abajo las teorías”.
O “la ciencia esta formada de errores, pero de errores que conviene cometer, porque conducen poco a poco a la verdad”.
Y “lo que debemos procurar no es explicar los hechos, sino aprovecharnos de ellos”.
Verne confía en la ciencia y confiesa que es bello sacrificarse por ella, lo que justifica un viaje tan arriesgado como el que emprenden sus personajes. También es uno de los primeros ecologistas: “así se formaron esas inmensas capas de carbón que un consumo excesivo agotará, sin embargo, en menos de tres siglos, si los pueblos industriales no moderan su ansia de despilfarro”. Y, ante la visión de las maravillas del centro de la Tierra, se replican Axel y su tío:
- Es maravilloso
- No, es natural
Como buen empirista admite Verne que “por grandes que sean las maravillas de la naturaleza, se explican todas por razones físicas”.
Julio Verne ha sido, y seguirá siendo, una escuela para futuros científicos. Los autores de manuales escolares sobre física, química o biología harían bien en leer a Verne para inspirarse, para saber cómo inyectar el veneno de la ciencia en los chavales.
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