Los ciudadanos de a píe, quienes, por norma general, no solemos cometer crímenes de ninguna naturaleza, quienes vamos al trabajo, recibimos un salario a cambio y llevamos a cabo las actividades, escasamente peligrosas, que nuestro poder adquisitivo malamente nos permite, hemos tenido que someternos a la presunción de culpabilidad cada vez que decidimos coger un avión. Todos y cada uno de nosotros es sospechoso de llevar encima objetos, de lo más delirante, destinados a hacer volar por los aires la sofisticada máquina que nos desplaza por los cielos (o alguna otra cosa innombrable).
Digo que nos hemos sometido, voluntariamente, a esta vejación de nuestra presunción de inocencia. Han logrado persuadirnos de que ‘es por nuestra seguridad’. ¡Y un rábano! Aceptar esa situación ha degradado ostensiblemente nuestra presunta capacidad intelectual como población (mi buen amigo Jim Flynn debería revisar sus estadísticas). A no mucho tardar nos obligarán a viajar como nuestra madre nos trajo al mundo y aceptaremos gustosos (nota de Blogger: la verdad es que, en determinadas circunstancias, puede resultar tan estimulante como gore).
Ahora, el ayuntamiento de Madrid ha comenzado con la instalación de cámaras de seguridad en los más de 2.000 autobuses urbanos que recorren las calles de la capital (Gran Vía incluida). La justificación es que “tendrá un potente efecto disuasorio sobre vándalos y gamberros de todo tipo”.
La verdad es que sorprende, y mucho, teniendo en cuenta que, a pesar de que esos autobuses transportan una media de un millón y medio de ciudadanos cada día laborable, el número de incidencias registradas anualmente no superan las 50. Si, leyeron correctamente, 50 casos de alguna relevancia en todo un año ante semejante avalancha humana.
Eso sí, colocar esas cámaras supondrá una inversión de 20 millones de euros. No hagan cálculos porque (a) es muy cansado y (b) se agarrarán un enfado de campeonato. ¡Viva los negocios!
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