jueves, 16 de julio de 2009

EL PODER DE LOS GENES

Recientemente se ha publicado en la revista ‘Molecular Psychiatry’ un artículo que presenta hechos conocidos, pero con una mayor rotundidad: los genes se hacen más poderosos con el paso de los años, a medida que vamos creciendo.

Reuniendo datos de varios países (Estados Unidos, Reino Unido, Australia y Holanda) los científicos han estudiado 11.000 pares de gemelos, tanto idénticos como no-idénticos, para estimar el efecto, sobre las diferencias de capacidad intelectual, de los genes y de dos tipos de factores no-genéticos: el ambiente familiar y la experiencia personal.

A pesar de que el sentido común dicta que los factores no-genéticos deberían cobrar relevancia con la acumulación de experiencias, los datos dicen justamente lo contrario (véase la gráfica): el poder de los genes pasa de un 41% a los 9 años de edad, a un 55% a los 12 años de edad, para llegar a un 66% al término de la adolescencia (17 años de edad).

Aunque en el citado artículo no se consideran datos de personas mayores de 60 años de edad, lo que sabemos, por ahora, es que, en ese periodo de la vida, el efecto de los genes llega a superar el valor del 80%.

Junto con esto se observa también que el efecto de los factores no-genéticos declina sustancialmente. De especial relevancia es el descenso de la influencia del ambiente familiar. Esta es, posiblemente, la conclusión más incorrecta políticamente.

Los autores extraen algunas consecuencias de estos resultados.

Primero, el aumento del poder de los genes significa que detectar los genes que, en concreto, están detrás de nuestras diferencias de capacidad intelectual, será más factible estudiando personas adultas.

Segundo, el aumento del impacto genético durante el desarrollo debe comprenderse en relación al desarrollo de los procesos cerebrales que mediatizan los efectos genéticos sobre la capacidad intelectual. La ‘conexión’ cerebral entre genes y capacidad intelectual no se debe necesariamente a un único factor general físico (como la densidad de dendritas), fisiológico (como la plasticidad sináptica) o psicológico (como el funcionamiento ejecutivo). Al contrario, se supone que cada gen asociado con la capacidad intelectual influye sobre muchos procesos (pleiotropia) y que muchos genes influyen en cada proceso (poligenia).

Finalmente se encuentran las implicaciones educativas. Los estudios longitudinales son consistentes con el hecho de que los genes contribuyen a dar continuidad al desarrollo, no a explicar los cambios. A medida que los niños van creciendo, aumenta su capacidad para seleccionar, modificar y crear sus propias experiencias, en parte debido a sus inclinaciones genéticas. Tales experiencias no se limitan a reflejar las diferencias genéticas que de entrada existen entre los niños, sino que las acentúan.

¿Ha llegado el momento de asimilar estos hechos y dejar de considerarlos parte de una agenda oculta de carácter político? ¿Estamos a las puertas de implicarnos, en serio, con la búsqueda de la respuesta a la pregunta de por qué se produce el patrón representado en la figura? ¿Somos proclives a dejar de debatir sobre intenciones para centrarnos en los hechos?

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