sábado, 8 de octubre de 2011

Las reglas de Cajal

El Profesor Manuel de Juan Espinosa me recomendó, cuando comencé mi carrera como científico, las 'Reglas y Consejos sobre Investigación Científica' de Santiago Ramón y Cajal.

Hace poco recordé su valor y ahora compartiré algunas de las consignas de tan eminente investigador.

Cajal confiesa que la ciencia se "limita a fijar el orden de sucesión de los fenómenos y determinar las leyes empíricas y derivadas que los rigen". Aprovecha para bajar de su inmerecido pedestal al inglés Francis Bacon, cuyos escritos "nada contienen de los procederes que conducen al descubrimiento".

Solicita perderles el respeto a las grandes figuras del pasado: "los grandes hombres son, a ratos, genios, a ratos, niños, y siempre incompletos". En el laboratorio "nuestro culto por el ídolo disminuye tanto como crece el sentimiento de nuestra propia estima".

Con respecto al agotamiento de los temas científicos, escribe Cajal que "puede afirmarse que no hay cuestiones agotadas, sino hombres agotados en las cuestiones".

¿Cuáles son las cualidades necesarias para la investigación? La independencia mental ("de los dóciles y humildes pueden salir los santos, pocas veces los sabios"), la curiosidad intelectual, la perseverancia en el trabajo, la religión de la patria ("el género humano debe permanecer diversificado para mantenerse fuerte y desenvolver una actividad sin cesar renaciente") y el amor a la gloria ("rendimos tributo de veneración a quien añade una obra original a una biblioteca y se lo negamos a quien lleva una biblioteca en su cabeza").

Quien comienza su andadura como investigador "debe huir de resúmenes y manuales como de peste. Buenos para la enseñanza, los manuales son pésimos para el investigador".

En cuanto a la sobrevalorada relevancia de los medios disponibles para la investigación, señala Cajal: "para la obra científica los medios son casi nada y el hombre lo es casi todo (...) no basta declararse investigador para serlo; los descubrimientos los hacen los hombres y no los aparatos científicos y las copiosas bibliotecas".

¿Cómo deben ser las hipótesis científicas?

(1) obligatorias, es decir, sin ellas no puede explicarse el fenómeno
(2) contrastables
(3) fácilmente imaginables y mecánicas
(4) que resuelvan cuestiones de calidad en problemas de cantidad
(5) que sugieran investigaciones y controversias que faciliten nuevas concepciones.

Nos pide Cajal que tengamos presente que "observar sin pensar es tan peligroso como pensar sin observar".

¿Cuáles son las reglas para redactar un artículo científico?

(1) tener algo nuevo que decir
(2) decirlo
(3) callarse en cuanto queda dicho y
(4) dar a la publicación título y orden adecuados.

Y, por cierto, lo bueno si breve dos veces bueno.

En cuanto a la formación de los futuros científicos, escribe Cajal: "la más pura gloria del maestro consiste, no en formar discípulos que le sigan, sino en formar sabios que le superen".

¿Y sobre la política científica? También tiene algo que decir.

Primero, elevar el nivel intelectual de la población para comprender, estimular y galardonar al sabio.

Segundo, proporcionar a las clases sociales más humildes instrucción para que puedan reconocer la vocación "y sean aprovechadas, en bien de la nación, todas las elevadas aptitudes intelectuales".

Tercero, transformar la Universidad en un centro de impulso intelectual.

Finalmente, ayudar a viajar para contagiar y contagiarse de ciencia.

Por cierto, subrayaba ya entonces que España podía estar retrasada en ciencia, pero que de ninguna manera debía considerarse decadente. Para situarse en la cabeza del león no basta con elevar el nivel cultural general, sino que es necesario producir "grandes individualidades científicas que tomen activa participación en el movimiento intelectual del mundo y en la formación de la ciencia contemporánea".

En el post-scriptum escribe Ramón y Cajal: "trabajad hoy más que nunca por la creación de ciencia original y castizamente española.
No bastará para nivelarnos con los países cultos progresar según el ritmo perezoso de siempre; tan rezagados estamos, que será preciso concentrar en breves años la energía productora de dos siglos.
Si para la magna y redentora empresa os falta valor, rodeaos de estímulos poderosos, de esos excitantes morales que caldean el cerebro e hipertrofian el corazón: insultos que provoquen al trabajo iracundo, recuerdos que aviven continuamente el amor a la patria;
o, en otros términos, junto a la retorta, la balanza o el microscopio, poned la bandera nacional que os recuerde constantemente vuestra condición de guerreros (qué función de guerra, y hermosísima y patriótica, es arrancar secretos a la Naturaleza con la mira de defender y honrar a la patria), y tened a la vista, escritas en gruesos caracteres para que toda distracción sea imposible, esas amargas frases de desprecio, esas palabras de depresiva conmiseración y esas punzantes ironías con que escritores extranjeros nos han echado mil veces en cara nuestra falta de originalidad y nuestra pretendida incapacidad para la labor científica".

¿Pueden imaginarse a Garmendia y a Gabilondo dirigiéndose a los españoles en estos términos en 2011?

Yo no.

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