La editorial Paidós reeditó en 2010 la correspondencia entre el llamado ‘piloto de Hiroshima’ y el filósofo vienés G. Anders, relativamente famoso por su activismo antinuclear.
La principal tesis del manifiesto antinuclear de Anders se basa en que los humanos son incapaces de representarse algo tan monstruoso como los efectos de una bomba nuclear. Esa limitación de la conciencia humana reduce la sensación de peligro y obliga a que mentes sofisticadas como la del filósofo judío, residente en Viena, se vea en la obligación de tomar cartas en el asunto.
A medida que se va avanzando en el intercambio epistolar se alimenta la percepción de que el filósofo se sirve del militar, destrozado psicológicamente tras tomar conciencia de lo que hizo –él se salva de la atribución de Anders—para promocionar su propia figura. Ni siquiera sus ideas, sino a sí mismo.
El filósofo persigue el objetivo de que Eatherly salga del hospital de veteranos donde se encuentra cautivo, pero con el principal objetivo de demostrar al mundo, usando su figura emblemática, de que él está acertado en la persecución de una civilización sin bombas nucleares. Eatherly se huele algo, pero no acierta a concretarlo: “tengo la impresión de que no tienes ninguna intención oculta (…) nuestro objetivo es detener la carrera armamentística y establecer un gobierno internacional capaz de garantizar la paz”.
Las cartas están ‘decoradas’ con chocantes notas al píe escritas por el filósofo. Por ejemplo, “Eatherly escribe como suele hablar”. Curioso comentario cuando no llegaron a conocerse personalmente.
También permanece sin traducir un elevado número de expresiones en inglés, lo que produce una sensación de esnobismo absolutamente fuera de lugar.
Como es sabido, esos humanos sin conciencia, a los que se refiere Anders constantemente en sus cartas, lograron un acuerdo para dejar a un lado la carrera armamentística. En principio es posible que él y sus colegas del movimiento antinuclear contribuyeran a ello. Pero me permito dudarlo.
Pues no debieras dudarlo. Ciertamente el miedo a la destrucción total hizo que los gobiernos poseedores de las armas nucleares evitaran utilizarlas. Pero el fuerte movimiento antinuclear también aportó algo. No hay evidencias a favor ni en contra de esta tesis, pero lo más lógico es que en los procesos sociales influyan diversas causas (por eso se suele decir que hay multicausalidad). Excluir absolutamente la influencia de esos movimientos es poco sensato; establecer porcentajes de influencia no parece ser tarea sencilla.
ResponderEliminarUn saludo, Félix
La tesis básico de este artículo es que algunos intelectuales aprovecharon la coyuntura para promocionarse. Anders llegó a escribir a Kennedy en una carta abierta que se publicó en varios lugares del planeta. Los argumentos éticos de este individuo recuerdan a las denostadas películas de Hollywood, que él conocía bien, de los villanos frente a los héroes. Van bien, en este contexto, las palabras de Chrichton en una reunión que se inclinaba hacia esa clase de ridículas polaridades: "yo, que me considero un chico espabilado, no siempre llevo mi vida con acierto. Cometo errores y provoco enredos. Hago insensateces de las que después me arrepiento. Digo tonterías que debería callar. Muchos (políticos) ocupan puestos imposibles. La cuestión es en qué grado contribuyen ellos al fracaso. No por eso son grandes conspiradores. Creo que ponen el máximo ahínco". En otras palabras, ¿por qué suponer que los demás son unos canallas y tu sabes lo que es correcto? La amenaza nuclear, o cualquier otra, es, como indica el término, una amenaza. ¿Es razonable pensar que los gobernantes rusos o americanos en plena guerra fría deseaban realmente destruir el mundo conocido? Como decía la canción de Sting, "los rusos también aman a sus niños". Salu2, R.
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