Cuando se usa el término explosión nuclear la gente se pone realmente nerviosa. Sin embargo, la Tierra es resultado de una vasta detonación nuclear: “no menos de tres millones de átomos inestables procedentes del cataclismo que dio origen a la Tierra se fragmentan cada minuto dentro de nuestros cuerpos”. De hecho, la vida empezó bajo condiciones de radioactividad considerablemente más agresivas que las que en la actualidad ponen los pelos como escarpias a los auto-denominados ecologistas.
Gaia ha logrado propiciar la vida en la Tierra ‘manipulando’ las condiciones necesarias para mantener el clima. La temperatura en Gaia ha impulsado la vida regulándose igual que nuestros cuerpos mantienen su temperatura corporal en distintas condiciones ambientales.
La contaminación es una consecuencia inevitable de la vida: “en un mundo sensato, los desechos industriales no serían proscritos sino aprovechados. Responder negativa, destructivamente, prohibiéndolos por ley, parece tan idiota como legislar contra la emisión de boñigas por parte de las vacas”.
Y hablando de contaminación, “el abundante oxígeno gaseoso en el aire de un mundo anaerobio debe haber sido el peor episodio de contaminación atmosférica que este planeta ha conocido jamás. La primera aparición de oxígeno en el aire significó una catástrofe casi fatal para la vida primitiva”.
Pero Gaia superó la situación crítica y la vida siguió su camino. ¿Por qué? Porque “la vida de este planeta es una entidad recia, robusta y adaptable. Nosotros no somos sino una pequeña parte de ella. Su fracción más esencial está constituida por el conjunto de criaturas que habitan los lechos de las plataformas continentales. Los animales y las plantas de gran tamaño son relativamente irrelevantes”.
Chorros de tinta han corrido sobre la capaz de ozono. Algunos Sapiens han sido duramente criticados por otros por contribuir a destruir el ozono. Sin embargo, la naturaleza agrede a la capa de ozono desde el comienzo de su existencia sencillamente porque un exceso de ozono es indeseable. Todos los componentes de la atmósfera presentan un nivel aceptable. La temida radiación ultravioleta posee efectos beneficiosos sobre la vida en la Tierra. Si la capa de ozono fuese demasiado gruesa se producirían efectos adversos: “nuestro persistente y autoimpuesto apartamiento de la naturaleza suele hacernos pensar que los productos industriales están en las antípodas de lo ‘natural’. Pero, en realidad, son resultado de la actividad de un grupo de seres vivos por lo que resultan tan naturales como todos los demás compuestos químicos de la Tierra”.
En suma, lo que se considera contaminación es, en realidad, un producto conocido por Gaia, y, por tanto, susceptible de ser tratado dentro de su complejo sistema auto-regulatorio. Sistema que a los sapiens nos cuesta trabajo comprender, o que, quizá por motivos no demasiado transparentes, se desea ignorar.
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