Se ha publicado un
informe en el que se pretende predecir las diferencias de personalidad que
separan a casi 300 individuos a partir de su actividad cerebral en estado de
reposo (valorada con EEG).
Conclusión: hay demasiado ruido en
las señales y la predicción es imposible. No existen patrones visibles.
Cómo no, los rasgos de personalidad
evaluados corresponden a los famosos Big
Five: extraversión, cordialidad, responsabilidad, inestabilidad emocional y
apertura a la experiencia. Los autores de este informe predicen que estos
rasgos deberían asociarse a las diferencias individuales en el funcionamiento cerebral
basal (una característica estable, como los rasgos –es un suponer). Por tanto,
estudiando las señales cerebrales debería poder predecirse las diferencias en
los rasgos. Un
típico estudio neuro-métrico.
Mientras que la (escasa) investigación
publicada ha sido generalmente confirmatoria (hypothesis-driven), los autores optan aquí por dejar que los datos
hablen (data-driven). Para alcanzar
ese objetivo, usan modelos matemáticos que permiten clasificar las señales
biológicas (machine learning) y
averiguar si dicen algo sobre las diferencias de personalidad.
Consideran distintos tipos de
evidencia para comprobar si algo va mal con la información considerada por los
algoritmos. Por ejemplo, binarizar los datos de personalidad o mantener su
naturaleza continua. En este segundo caso aplican una interesante técnica (que
actualmente también estamos usando en nuestro equipo de investigación) denominada
LASSO,
pero tampoco se llega a ver ninguna luz al final del túnel (la dimensión de
‘apertura a la experiencia’ se aproxima, pero no logra sobrevivir a la pesadilla
de la corrección por comparaciones múltiples).
Ante tan desolador panorama, los
autores se preguntan si su ‘pipeline’
es la responsable de que no se encuentre nada de nada. Para comprobarlo usan un
criterio poco discutible: ¿podemos predecir si el individuo tiene los ojos
abiertos o cerrados? El resultado señala, en sus propias palabras, que “cuando hay un
patrón claro de información en los datos, nuestro algoritmo es capaz de
extraerlo. Este resultado indica con claridad que el fracaso al predecir los
rasgos de personalidad a partir de los registros EEG en estado de reposo,
probablemente no puede atribuirse a errores en el algoritmo o en su aplicación”.
En un alarde de valentía, este grupo
de científicos intenta ofrecer una lección para la neurociencia de la
personalidad. Su investigación se basa en la intensidad de las señales (power spectrum) pero las oscilaciones y
las correlaciones temporales podrían resultar más interesantes. La
inestabilidad emocional se ha relacionado, por ejemplo, con las amplitudes en
alpha/beta y en theta/delta.
También señalan que es probable que
el EEG no sea particularmente adecuado para obtener la información que resulta
relevante para contribuir a comprender las diferencias de personalidad. Quizá
sea mejor explorar las diferencias de estructura cerebral o, incluso, el nivel
de activación de estructuras subcorticales a las que el EEG es insensible.
Pero quizá el argumento más
convincente sea el de que las diferencias de personalidad pueden ser mejor
exploradas, con respecto a su sustrato biológico, ante determinadas situaciones.
Por ejemplo, hace mucho tiempo que Eysenck observó que las diferencias entre
individuos neuróticos y estables son irrelevantes cuando la situación no evoca
inestabilidad.
En 2009, la Profesora M. Ángeles
Quiroga y quien esto escribe publicamos un
informe en el que contrastamos la hipótesis del ruido neuronal asociada al
neuroticismo. Se había observado, en algún estudio puntual,
que la variabilidad intra-individual en medidas de velocidad mental (usando
tareas cognitivas elementales) se asociaba a las diferencias en neuroticismo.
La idea era que a mayores niveles de ruido neuronal, menor eficiencia de procesamiento
(mayor variabilidad intra-individual) y, también, mayor neuroticismo.
Fracasamos miserablemente: la
eficiencia de procesamiento no se asoció a las diferencias de neuroticismo. Por
tanto, una mayor variabilidad en los tiempos de respuesta ante tareas
cognitivamente elementales, que, teóricamente, permitía evaluar una mayor
presencia de ruido neuronal (los individuos más variables serían a veces
rápidos y a veces lentos debido a oscilaciones inconsistentes durante la
transmisión de información) no tuvo nada que ver con las diferencias
individuales observadas en los niveles de neuroticismo.
Sin embargo, el índice de eficiencia
que usamos se asoció a las diferencias individuales de inteligencia, algo que no
se tuvo en cuenta previamente (para variar).
En suma, el estudio revisado en este post sugiere que explorar el nivel de actividad
EEG en estado de reposo para encontrar alguna relación con las diferencias de
personalidad, puede constituir una aproximación equivocada. Además, como no se
cansaba de recordar David T. Lykken (a quien Quiroga y un servidor hicimos
caso), cuando estudie usted variables de personalidad, mida la capacidad
intelectual (por si acaso).
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