Wendy
Williams
y Steve Ceci publican un
informe en PNAS en el que se muestra que existe una clara preferencia por
contratar mujeres en el mundo académico de las STEM (ciencia, ingeniería, tecnología y matemáticas). Se concluye
que, por tanto, se está ahora en un momento perfecto para impulsar las carreras
científicas de las mujeres. El mensaje social, propagado con frecuencia, de que
no es así, sería contraproducente para promover ese desarrollo.
De hecho, esta investigación se
dirige a contrastar la extendida idea de que las mujeres lo tienen más
complicado para seguir una carrera académica por razones ajenas a su nivel de
competencia. Es verdad que las mujeres que logran un doctorado en alguna de las
STEM no persiguen una carrera académica, pero se trata de una elección. No se
debe a que sean rechazadas, sino a que simplemente declinan continuar.
Aquellas que deciden seguir con su
carrera académica logran promociones y reconocimientos al mismo nivel que sus
colegas varones:
“Sin embargo, para ser contratada y obtener un puesto fijo
(tenure), la mujer debe optar activamente.
Por
desgracia, aunque tengan éxito una vez son contratadas, las mujeres optan en
mucho menor grado que los varones.
¿Por
qué?”
Una razón verosímil podría ser que se
desanima a las mujeres, pero se carece de evidencia sólida al respecto. No
existen estudios que demuestren la presencia de tendencias sexistas en los
procesos de contratación por parte de miembros de las facultades a los que se
invita a evaluar candidatos igualmente cualificados. Hay algún intento de hacer
algo así para puestos de un relativo bajo nivel, pero no para puestos fijos (tenure-track) que deben ser cubiertos
por personal altamente cualificado.
Por esa razón, Williams y Ceci consideran
varones y mujeres (ficticios) igualmente cualificados para que sean evaluados
por miembros (reales) de la comunidad universitaria en cincuenta estados de
Norteamérica. La investigación considera centros de ingeniería, económicas,
biología y psicología. Se calcula la probabilidad de que mujeres y varones
igualmente cualificados sean elegidos en primera instancia para cubrir el
puesto.
A través de una serie de cinco experimentos
se van manipulando una serie de características de los candidatos como, por
ejemplo, si están casados o solteros, si tiene niños pequeños, si su pareja
está en paro o si pidió alguna excedencia por razones familiares.
El diseño tiene su aquel porque los
evaluadores pueden olerse el pastel:
“No podemos limitarnos a enviar descripciones idénticas de
dos candidatos que únicamente difieren por su sexo y preguntar qué persona
preferiría contratar”.
Usan descripciones narrativas de los
candidatos para que los evaluadores ordenen por preferencia a tres individuos.
El mismo candidato es descrito como varón en un caso y como mujer en otro,
teniendo en cuenta (y balanceando) las variables de interés. El complejo diseño
resultante permitió separar el efecto las preferencias según sexo, estilo de
vida del candidato, sexo del evaluador y campo disciplinar. Los análisis ayudan
a saber qué candidato resulta elegido en primer lugar y en qué condiciones por
cada miembro de una determinada facultad.
Los autores concluyen de este tajante
modo:
“Nuestros resultados experimentales no apoyan los mensajes
sociales omnipresentes sobre el actual clima inhóspito del profesorado de las
STEM hacia las mujeres”.
Uno de los hallazgos más llamativos
es que los profesores varones valoraron en mayor grado a las mujeres candidatas
que habían pedido un año de excedencia para cuidar a su hijo, que a las mujeres
que no solicitaron esa excedencia.
A día de hoy, si no hay más mujeres
profesoras en las STEM es por su elección, no por la presencia de sesgos a la
hora de contratar.
Aunque se dice de pasada, los autores
reconocen que el impulso social para contratar mujeres y equilibrar la balanza,
pudiera tener el efecto de generar un sesgo hacia los varones. De hecho, sus
resultados hablan de una ventaja de 2 a 1 favorable a las mujeres.
En suma, el mundo de la academia es
ciega al sexo. O casi.
Rob, estos son temas siempre difíciles ... parece que la gente reacciona de forma muy emocional, con nervios descubiertos ... son temas que es difícil tratar con tranquilidad.
ResponderEliminarAquí el post que te mencioné en el blog de Pablo:
http://evolucionyneurociencias.blogspot.com.es/2015/05/empatizadoras-y-cuotas-de-genero.html?m=1
Está claro que venimos de un pasado (no demasiado pasado) donde las diferencias sexuales generaban sesgos y persecuciones, pero ahora que la situación es más tranquila, por lo menos en nuestras sociedades occidentales, porqué se sigue respondiendo de forma muy sensible a estos temas? Más allá de las cicatrices del pasado, cual es en tu opinión el factor psicológico que desencadena el rechazo y el miedo en enfrentarse a estas diferencias?
Gracias por la reflexión Emi. Dudo de que haya ningún factor psicológico que contribuya a explicar el rechazo a considerar y discutir con naturalidad sobre las diferencias poblacionales (o grupales). En Psicología diferencial, disciplina en la que se han investigado exhaustivamente esas diferencias (y semejanzas) han sido siempre un tema controvertido. Eso si, pienso que la situación actual es principalmente responsabilidad de los científicos, quienes en lugar de defender la necesidad de expresarse libre y abiertamente fomentando una discusión constructiva, se han puesto una mordaza para evitar un enfrentamiento abierto con los mass media.
ResponderEliminarTe recomiendo un par de lecturas breves que creo puede ayudar a entender mi perspectiva.
http://robertocolom.blogspot.com.es/2015/02/censura-en-alemania-y-mas-alla.html
http://robertocolom.blogspot.com.es/2014/05/estoy-totalmente-en-desacuerdo-con-lo.html
Saludos, R
Bueno, pero esto solo desplaza el mismo problema de una perspectiva a otra. Después de haber acosado las diferencias a lo largo de siglo ahora estamos negando que existan. ¿Negamos su existencia para miedo a ellas? ¿O para miedo de que no podemos aceptarlas?
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo en que los científicos se están escaqueando, y a menudo se dividen en los que aprovechan del populismo barato y demagógico para caer bien, y los que sencillamente se callan para no meterse en berenjenales. Pero ahí vamos: ¿por qué? ¿Porque es arriesgado reconocer (y valorar) las diferencias?
Es como si hubiera un límite con el que la psicología humana, sobre todo a nivel social, prefiere evitar enfrentarse … las reacciones a menudo son demasiado emocionales y afuera de cualquier lógica sencilla ... el análisis no llega al cerebro, se queda en el corazón ...
Más que en el corazón, en el hígado. Saludos, R
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