Hace tiempo Andreu
Vigil recomendó esta desternillante (pero no
sólo eso) obra de Ed
Strosser y Michael Prince (Stupid
Wars: A Citizen’s Guide to Botched Putsches) en este mismo foro. No tiene
desperdicio, como ejemplificó su presentación de la cuarta cruzada (“en 2001, el Papa
Juan Pablo II pronunció una disculpa formal por las terribles acciones que se
llevaron a cabo en la Cuarta Cruzada”).
La obra recorre distintos momentos de
la historia, desde los romanos a las cruzadas, desde la guerra del pacífico
hasta la invasión de Rusia por parte de los Estados Unidos, desde el intento de
golpe de estado perpetrado por Hitler
en Múnich hasta la invasión soviética de Afganistán o el episodio de la bahía
de cochinos.
El capítulo tres relata la llamada
rebelión del Whisky (“la vida era muy dura y el whisky ayudaba”).
Comienza describiendo el carácter de la república norteamericana en sus
orígenes:
“los asuntos financieros se antepusieron a cualquier otra
cosa, incluida la continua esclavización de toda una raza, el lento holocausto
de los nativos americanos y la privación del derecho a voto a la mitad de la
población por razones de género”.
Ahora esa república imparte doctrina
moral en el resto del mundo y el resto del mundo la asimila dócilmente.
El capítulo sobre la guerra de la
triple alianza narra el episodio del dictador paraguayo Francisco Solano López y su esposa: “esta pareja de amantes torturó, asesinó y robó
a toda la población de Paraguay. Fue una de las más retorcidas historias de
amor de todos los tiempos”. Su mujer (Eliza Lynch), ex prostituta de París, “inició la guerra más sangrienta de la historia
de Sudamérica” (Paraguay redujo su población en un 60%).
La invasión de Siberia por parte de
los USA tuvo como protagonista al Presidente Woodrow Wilson quien “eran tan arrogante que incluso los franceses le odiaban (…)
esos franceses siempre dispuestos a establecer acuerdos que nunca pueden
cumplir”. El general encargado de la invasión (Graves) cumplió órdenes, pero confesó que no tenía la más remota
idea de cuál era realmente el objetivo.
El capítulo sobre la guerra de
invierno entre Rusia y Finlandia es fenomenal. Incluye perlas como el Tratado de No Agresión entre nazis y
soviéticos (1939) una vez los primeros habían invadido Austria, Checoslovaquia
y Polonia:
“el mundo fue informado de ello a finales de agosto, con el
matiz de ironía de que un tratado entre los dos países más agresivos de la
historia de la humanidad contuviera las palabras ‘no agresión’”.
El caso es que cuando los rusos invadieron
Finlandia la cosa se puso fea porque se encontraron un ambiente hostil (a lo
que se unió la incompetencia de los invasores). Algunos soldados soviéticos
recibieron esquís sin manual de instrucciones sobre cómo usarlos, mientras que
otros tuvieron el manual pero no esquís:
“tal vez el plan era atar los manuales a los pies de los
soldados y que los usasen
(…)
las bajas soviéticas fueron tan numerosas que algunos soldados finlandeses se
vinieron emocionalmente abajo tras matar a tantos enemigos
(…)
los soviéticos avanzaron en masa y murieron también en masa (Stalin condujo a
su pueblo a una guerra que acabó con unos 20 millones de ciudadanos soviéticos,
y, para alivio de todo el mundo, murió en 1953)”.
La invasión rusa de Afganistán
constituye una triste historia con muy malas secuelas:
“el reflejo automático de los americanos era intervenir y
apoyar a cualquiera, absolutamente a cualquiera, que estuviese dispuesto a
luchar contra los odiados soviéticos.
El
resultado fue una larga, sangrienta y destructiva guerra que dejó Afganistán en
ruinas, puso a la Unión Soviética en el camino de su desmembramiento y creó un
nuevo tipo de enemigos para Estados Unidos, justo a tiempo de compensar la
desaparición de la URSS”.
Los soldados de Dios (muyahidines) se
pusieron por objetivo matar soviéticos:
“los soviéticos respondían destruyendo pueblos y matando
civiles, el plan de respuesta automática de la superpotencia para ganarse los
corazones y los espíritus de los lugareños, tal como perfeccionó Estados Unidos
en Vietnam”.
Los muyahidines se entrenaban en
campos financiados por los norteamericanos; uno de esos individuos fue un tal Osama Bin Laden. Y, por cierto, los
misiles Stinger que los norteamericanos cedieron a la resistencia afgana
terminaron en un país en el que fueron analizados para ser clonados: Irán:
“a finales de 1986, la guerra se había convertido en un
grotesco espectáculo a lo Disney en el que Estados Unidos patrocinaba la
preparación terrorista”.
Permítanme unirme a la recomendación
de la lectura de esta obra. No se trata de un documento antibelicista ni nada
de eso, sino de un auténtico tratado que denuncia, con estilo, hasta dónde
puede llegar la estupidez de algunos humanos y el daño irreparable que puede
causar.
Al hablar del pacto entre Nazis y Comunistas, se me ha venido a la cabeza cierto hecho histórico, muy cercano en el tiempo y el espacio, que creo que merecería ser recordado más a menudo: Hitler fue nominado para el Nobel de la Paz en 1938, a propuesta de un parlamentario socialista sueco (E.G.C Brandt), después de una vigorosa campaña de prensa en apoyo de tal candidatura liderada por la escritora Gertrude Stain, judía y feminista (sí, y lesbiana).
ResponderEliminarathini_glaucopis@hotmail.com
Gracias por compartir la información sobre ese hecho histórico. Desde luego que merece la pena ser recordado. Saludos, R
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