lunes, 9 de marzo de 2015

Conversaciones con Arthur R Jensen

En 2002, Frank Miele publicó una serie de entrevistas a Arthur Robert Jensen en las que se trataron cuestiones como la definición de inteligencia, el jensenismo, la herencia y el ambiente, la ciencia y la política, o la raza. El libro se tituló ‘Intelligence, Race, and Genetics. Conversations with Arthur R. Jensen’.

Conocí personalmente a Miele en 2012 San Antonio (Texas) durante la celebración del encuentro anual de la ISIR y supe entonces que Jensen le había encargado trabajar en un aparato para estandarizar la medida psicológica usando tareas cognitivas elementales (ECTs). El dispositivo en cuestión se denomina ‘mental chronometer’ y se encuentra actualmente en proceso de construcción en el Instituto de Cronometría Mental (IMC). Jensen dejó parte de su herencia para que este proyecto pudiera materializarse.

Este psicólogo diferencial, que comenzó siendo un psicólogo del aprendizaje y que desarrolló su actividad científica en el departamento de educación de la Universidad de Berkeley, visitó el laboratorio de Hans J. Eysenck, en Londres, en 1956-58. Ahí comenzó su contacto con la escuela de Londres, modelada según las pautas de Galton y Spearman, y cambiaron sus intereses:

Jensen ha explorado el papel de la herencia en la diferencia que en promedio separa a los euro de los afroamericanos no porque estuviese obsesionado con la raza, sino por su dedicación a comprender la que considera es la más importante posesión de la sociedad, es decir, la inteligencia.
Esquivar el problema de la raza hubiese significado ignorar una pieza importante del rompecabezas –un acto de cobardía intelectual”.

Este científico explica por qué es tan preciada la inteligencia en la sociedad. En contraste con los factores de la personalidad, cuya importancia relativa depende de las circunstancias y, por tanto, varía de unas a otras, la inteligencia contribuye a la conducta en la práctica totalidad de esas circunstancias. Su efecto, en contraste con el de otras variables psicológicas, es sistemático.

Durante las conversaciones se subraya el hecho de que la diferencia media de CI que separa a los hermanos criados en la misma familia (en la que el nivel cultural y socioeconómico es, lógicamente, idéntico) es mayor que la diferencia que en promedio separa a familias de distintos nivel de SES o que se identifican con distintos grupos culturales:

Mucha gente se sorprende, pero es un hecho.
Al menos la mitad de las diferencias poblacionales de CI se producen dentro de las familias”.

Otra de las curiosidades es la discusión que mantienen Miele y Jensen sobre el supuesto fraude de Sir Cyril Burt:

Nadie que posea sofisticación estadística, y Burt tenía mucha, informaría de exactamente la misma correlación, 0.77, tres veces seguidas si pretendiese falsear sus resultados”.

En cuanto a la influencia de los avances en genética y neurociencia comenta Jensen:

Debemos explorar en ambas direcciones, desde los genes y desde el cerebro. Igual que al hacer un túnel, debemos excavar desde ambos lados”.


Por lo que se refiere a las diferencias de grupo (por ejemplo, grupos raciales o diferencias entre sexos), Jensen comenta que las políticas que suponen que esas diferencias son superficiales y fácilmente modificables pueden rendir más perjuicios que beneficios. Pero eso no quiere oírse:

Mi libro (sobre el factor g) se publicó (en 1998) después de que fuese rechazado por ocho editoriales (…) mi objetivo es producir ciencia de calidad, no cambiar el mundo o estimular algún programa social o político”.

Por ahora ignoramos cómo eliminar las diferencias individuales, pero podemos adaptar los métodos de enseñanza para reducir su impacto. Un modo de estimular ese proceso es reducir el control central de la enseñanza dándoles autonomía a los centros educativos.

Esta es una de las últimas frases de Jensen, fallecido en 2012, en este libro que dice mucho sobre su talante:

Es irrelevante si estoy en lo correcto o estoy equivocado.
Lo que importa es que se apoye sin trabas la investigación”.


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