jueves, 18 de abril de 2013

Samarcanda


En mi relativamente absurdo proyecto de revisitar novelas que recuerdo con cariño, volví a leer 'Samarcanda' de Amin Maalouf, publicada en 1988 (y que pasó por mis manos en 1990).

Es una novela dividida en dos partes. En la primera se relatan sucesos que giran alrededor de tres personajes históricos en el cambio del primer al segundo milenio: el sabio Omar Khayyam, el fundador de la secta de los asesinos Hassan Sabbah y el visir Nizam el-Molk. En la segunda parte, un norteamericano obsesionado con las Rubaiyyat de Khayyam recorre Oriente Próximo en búsqueda del manuscrito original. En su recorrido vive el proceso revolucionario en Irán, alrededor del cambio del siglo XIX al XX, en plena época colonial.

Maalouf nos cuenta que ese peculiar manuscrito se hunde con el Titanic, en el que viajan Benjamin Omar Lesage y su amante (la princesa Xirín). Ellos sobreviven a la catástrofe, pero las Rubaiyyat son tragadas por el mar ("¡Las Rubaiyyat en el Titanic! ¡El florón de Occidente llevando a la flor de Oriente! ¡ Khayyam, si pudieras ver el bello instante que se nos ha otorgado vivir!").

Me resulta mucho más interesante la primera que la segunda parte de 'Samarcanda'. El libro primero (poetas y amantes) y segundo (el paraíso de los asesinos) relata cómo el sabio es protegido por el visir, cómo el visir, por consejo del sabio, contrata a Sabbah, quien termina desterrado por los celos de Nizam el-Molk. La relación de Khayyam con Sabbah es realmente fascinante, a pesar de sus visiones absolutamente contrapuestas sobre la vida.

Confiesa Khayyam: "mi único sueño, mi única ambición es tener algún día un observatorio, con un jardín de rosas y contemplar el cielo hasta perderme en él, con una copa en la mano y una hermosa mujer a mi lado".

En Alamut, Hassan construye la máquina de matar más temible de la historia: "los asesinos no tenían otra droga que una fe inamovible, constantemente fortalecida por la más rigurosa de las enseñanzas, la más eficaz de las organizaciones, el más estricto reparto de tareas".

Khayyam reflexiona sobre sus cuartetas y sobre la fortaleza de los asesinos: "Sabbah construyó Alamut; yo solo he construido este minúsculo castillo de papel, pero pretendo que sobreviva a Alamut. Ésta en mi apuesta y éste es mi orgullo".

El destino hace que el manuscrito de Khayyam termine en la extensa biblioteca de Alamut. Cuando Gengis Kan destruye la fortaleza, alguien consigue salvarlo del incendio.

Por si se lo preguntan, la respuesta es sí, existen ediciones de las Rubaiyyat. Apenas un puñado, pero suficientes para transmitir la visión del mundo del sabio árabe. Como nos dice Ramón Hervás, para Khayyam, "los goces de la voluptuosidad presente son preferibles a las angustias del tiempo que se va". Sus cuartetas son brutales expresiones de esta perspectiva vital.

"Tan rápidos como el agua del río
o el viento del desierto, nuestros días huyen.
Dos días, sin embargo, me dejan indiferente:
el que partió ayer y el que llegará mañana".

"Escucha lo que la sabiduría
te repite a lo largo de todo el día:
'La vida es breve, tú no tienes nada en común con las plantas
que vuelven a crecer después de haber sido cortadas".

"Mi nacimiento no aportó el menor provecho al Universo.
Mi muerte no disminuirá ni su inmensidad ni su esplendor.
Nadie ha podido explicarme por qué vine,
por qué partiré".

"Los sabios no te enseñarán nada,
pero la caricia de las largas pestañas de una mujer te revelará la felicidad.
No olvides que tus días están contados y que pronto serás la presa de la tierra.
Cómprate vino, llévatelo aparte y luego déjate consolar".

"Pobre hombre, nunca sabrás nada.
No dilucidarás jamás ni uno solo de los misterios que nos rodean.
Puesto que las religiones te prometen el Paraíso,
cuida de crearte uno sobre esta tierra porque el otro quizá no existe".

Esto es lo que hay.

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