‘Historia de viajeros’ es el sexto capítulo
de la serie documental.
Comienza visitando el centro de
control de las naves Voyager 1 y 2
situado en el sur de California, concretamente en Pasadena. Ubicados en unas salas decoradas con una estética
semejante a las primeras películas de Spielberg sobre alienígenas, los
científicos recogen y discuten los datos enviados por las Voyager sobre los distintos rincones de nuestro sistema solar.
Sagan aprovecha la visita para explicar
el contenido del disco de oro que las naves llevan en su interior con los
sonidos de nuestro planeta (The Sounds of
Earth). Un registro que demuestra la existencia de vida inteligente en la
Tierra. Los destinatarios del disco son los posibles habitantes de planetas y
galaxias que pudieran llegar a capturar las naves diseñadas por nosotros para viajar
a través del cosmos.
A partir de aquí comienza un bonito
símil con la exploración del planeta hecha hace más o menos 500 años. El homo sapiens ha sido siempre un
explorador, un viajero, un ser terrícola deseoso de conocer. Sagan enumera
algunos casos para, finalmente, centrarse en los viajes de los holandeses
durante el siglo XVII. Una decisión que resulta sorprendente porque la verdadera
aventura, la que realmente exigió un inenarrable coraje, fue la expedición
destinada a llegar a las indias navegando hacia el oeste (un hecho ampliamente
reconocido).
Isabel la
Católica
apoyó el viaje del almirante que comandó la travesía de la Pinta, la Niña y la Santa María hacia el que llegó a conocerse
como nuevo mundo. La posterior exploración de ese continente desconocido por
parte de los conquistadores españoles fue una apasionante aventura de viajeros
y hallazgos.
Pero, aún así, el astrónomo judío
responsable de la serie documental decide concentrarse en Holanda, atribuyéndole,
además, a determinados individuos de esa región, logros que en absoluto les
corresponden (como, por ejemplo, la invención del telescopio que posteriormente
usó Galileo en sus observaciones del espacio).
La fascinación de Sagan por la
ilustración le conduce a ignorar los logros de culturas que, para él,
representaban la represión del pensamiento libre y el cultivo de la ciencia,
esa ciencia que ha permitido, en el siglo XX, construir robots que nos han
permitido ver de cerca los planetas de nuestro sistema solar.
Naturalmente es libre de optar por
contar su historia como le parezca más oportuno, pero de ahí no debería
seguirse que esa sea la historia más ajustada a los hechos conocidos. Una serie documental no es un largometraje de ficción, sino
que se le supone precisión en el contenido. También una interesante
imparcialidad.
Los contenidos de este capítulo, como
sucedió en el primero, son un claro ejemplo de los particulares sesgos de
Sagan. Respetables, por supuesto, pero también discutibles. A veces, de hecho,
muy discutibles.
El viaje que supuso el descubrimiento,
o la conquista, de América, abrió a Europa un nuevo mundo. Y también supuso una
auténtica revolución para los habitantes de aquel continente encontrarse con
los españoles, los representantes de los europeos en aquel histórico momento,
los verdaderos viajeros.
Los holandeses navegaban hacia Asia
por rutas conocidas. Los españoles se adentraron en un mundo por descubrir.
Ambos compartían el intenso deseo de encontrar riqueza en otros lugares, pero
solamente los segundos se enfrentaron
realmente a lo desconocido.
Quizá la preferencia de Sagan se deba
a que las Voyager sabían hacia dónde se dirigían, como en el caso holandés. No
fue esa la coyuntura de los navegantes españoles que viajaron sin conocer pero
con coraje.
En el suplemento del capítulo, preparado
diez años después de la emisión original, el presentador señala que cuando las
Voyager abandonan el sistema solar, giran sobre sí mismas para obtener la
última imagen de la Tierra. Aprovecha para recordar que debemos cuidar de nuestro
hogar, por ahora el único planeta que alberga vida inteligente.
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