Mi hermano dirigió mi atención hacia
el best-seller de Christopher McDougall ‘Born to Run’ (2009). Sus variados
contenidos han cautivado a este lector, pero, en esencia, se pueden reducir al
siguiente dato: la
variable que mejor predice las múltiples lesiones asociadas al acto de correr
es el precio de la zapatilla (cuánto más cara, mayor la probabilidad de
lesionarse).
Ese dato, que el autor rodea de múltiples
detalles, sustenta la recomendación general: nuestro sistema locomotor, al
desnudo, está diseñado evolutivamente para correr. Si nos calzamos una
zapatilla moderna con absurdos sistemas de amortiguación, abriremos la puerta a
las lesiones. El acto natural de correr se transforma en el acto artificial de
hacer el estúpido.
Alrededor de la evidencia que
demuestra que el acto de correr es consustancial al humano moderno, se construye
una historia basada en la competición organizada por un excéntrico personaje (Caballo Blanco) que reside en las Barrancas del Cobre (Méjico), patria
chica de los indios tarahumara, y en la que participa un grupo de
ultra-corredores (entre ellos Scott
Jurek).
Los ultra-maratones (160 kilómetros
de carrera por escarpados paisajes) son fenómenos peculiares en los que, en
promedio, las mujeres son más fuertes que los varones, los viejos más fuertes
que los jóvenes y los primitivos tarahumaras calzados con elementales sandalias
más fuertes que cualquier corredor occidental calzado con zapatillas
ultra-modernas:
“los tarahumara recordaban que correr era la primera forma de
arte de la humanidad, nuestro acto original de creación inspirada.
Mucho
antes de empezar a rayar paredes con dibujos o golpear rítmicamente troncos
huecos de árboles, estábamos perfeccionado el arte de combinar nuestro aliento,
nuestra mente y nuestros músculos en un fluido movimiento de autopropulsión
sobre terreno salvaje”.
Hay varios entrañables personajes en
la historia, como ‘Barefoot Ted’, dedicado a luchar
“contra el mayor crimen cometido contra el pie humano: la
invención de la zapatilla de deporte
(…)
durante millones de años, los seres humanos corrieron sin protección para el
arco del pie, control de pronación, ni plantillas de gel para los talones
(…)
Leonardo Da Vinci consideraba el pie humano, con su fantástico sistema de
suspensión de peso compuesto por la cuarta parte de los huesos del cuerpo, una
obra maestra de ingeniería y una pieza de arte”.
Otro individuo a resaltar es Jack Kirk, el Demonio de Dipsea (que seguía participando en esa diabólica carrera
a los 96 años), quien solía proclamar:
“uno no deja de correr porque se hace viejo, sino que se hace
viejo porque deja de correr”.
McDougall no se reprime al desvelar
las barbaridades que han hecho compañías como Nike. Los responsables siempre supieron que las mejores zapatillas
de correr son las peores para evitar lesiones. Cuanta más amortiguación tiene
la zapatilla, pero protección puede ofrecer. Sus campañas contribuyeron a que
la gente olvidara que los seres humanos están diseñados para correr sin
zapatillas (las dolencias de los pies no existen en los países en los que la
gente vive descalza).
Naturalmente, ante los contundentes hechos,
Nike ha recurrido a un nuevo reclamo, ‘corre descalzo’, para promover sus Nike Free.
Es en el capítulo 28 en el que quien esto escribe alcanzó el clímax y su
particular epifanía. Las preguntas que se formuló hace casi un cuarto de siglo David Carrier, estudiante de la
Universidad de Utah, sobre la velocidad del conejo, le llevó a descubrir que
nuestro cuerpo está diseñado para obtener aire del modo más eficiente posible. Según
su teoría, los humanos adoptaron su posición erguida para respirar mejor y, de
este modo, poder correr más eficientemente. Aunque su tutor, Dennis Bramble, se mostró escéptico
ante la teoría de David, ambos se pusieron manos a la obra para, en lugar de
subrayar semejanzas, encontrar diferencias con nuestros primos los simios. Observaron,
por ejemplo, que ellos carecen de tendón de Aquiles o de pie arqueado. Nuestros
dedos son cortos y están juntos porque facilita la carrera. Nosotros tenemos un
poderoso trasero, ellos no. Además, nuestro ligamento nucal sirve para
estabilizar la cabeza mientras se corre. El cuerpo humano se fue adaptando para
correr, “para
llegar lejos, no rápido”.
Progresivamente, Carrier y Bramble se
aproximaron a la conclusión de que
“la evolución parecía ser un asunto centrado en el aire;
cuanto más evolucionada era la especie, mejor era su carburador
(…)
somos los únicos mamíferos que se deshacen de la mayoría del calor corporal a
través del sudor”.
Los humanos se adaptaron para correr
largas distancias, para resistir, no para correr velozmente. ¿Por qué?
Dan
Lieberman se une a Dennis para sugerir que mejoramos nuestra capacidad de correr
porque obtuvimos lastre cuando nuestro cráneo se hizo más grande. Las
exigencias energéticas del cerebro humano obligaban a conseguir proteínas
animales y eso nos llevó a perseguir a la presa hasta su muerte:
“cuando a Bambi empieza a agotársele el tanque de oxígeno,
nosotros aún estamos empezando a agitarnos”.
Bambi corre más deprisa, pero cae
exhausto mucho antes (o se detiene o muere):
“si puedes correr seis millas en un día de verano, entonces
eres un arma letal en el reino animal.
Nosotros
podemos despedir calor mientras corremos, pero los animales no pueden aguantar
el jadeo mientras galopan”.
Por cierto, la capacidad de correr de
los humanos contribuye a explicar por qué superaron a los neandertales. Al
término de la gran glaciación, éstos no pudieron sobrevivir porque no eran
capaces de correr eficientemente.
La última pieza del rompecabezas la
puso el matemático sudafricano Louis Liebenberg
quien, a comienzos de los años ochenta se preguntó por el Big Bang de la mente humana:
“el hombre primitivo mejoró su hardware con un cerebro más
grande, pero ¿de dónde sacó el software?”.
Para encontrar alguna respuesta, Louis
abandonó la Universidad y se fue a vivir con un reducido grupo de díscolos
Kalahari que se negaban a adaptarse al nuevo estilo de vida occidental:
“en las llanuras Kalahari, la proyección mental era un
talento muy real y potencialmente letal
(…)
visualización, empatía, pensamiento abstracto y proyección al futuro
(…)
con la caza especulativa, los cazadores humanos primitivos habían ido más allá
de unir los puntos; estaban uniendo puntos que solo existían en sus cabezas”.
Liebenberg se puso en contacto con
Bramble cuando vio su artículo publicado en ‘Nature’ para ofrecerle la prueba que necesitaba su teoría:
“¿Sabe por qué la gente corre maratones?
Porque
correr se encuentra arraigado en nuestra imaginación colectiva, y nuestra
imaginación se halla arraigada en correr.
El
lenguaje, el arte, la ciencia, los transbordadores espaciales, la cirugía
intravascular, todo tiene su origen en nuestra capacidad de correr.
Correr
fue el superpoder que nos hizo humanos, lo que significa que es un superpoder
que todos los seres humanos poseemos”.
Este excelente capítulo concluye
denunciando el lamentable papel de nuestra mente para explicar la actual
endémica situación por lo que a la salud del sapiens se refiere:
“nuestra fantástica resistencia fue la que le dio a nuestro
cerebro el alimento necesario para desarrollarse, y ahora nuestro cerebro
menoscaba nuestra resistencia (…) apremiándote para que descanses”.
El sedentarismo contribuye a explicar
los múltiples problemas de salud que actualmente nos asolan. Un sedentarismo
que promueven nuestros cerebros buscadores de energía. Ahora no tenemos que
salir de caza durante horas con nuestros colegas para obtener esa energía así
que ¿para qué moverse? Mejor subirnos al coche para recoger una hamburguesa de
dudosa calidad en el establecimiento de la esquina y regresar prestos al sofá.
O descolgar el teléfono para que alguien nos haga llegar al domicilio una pizza
con la que celebrar los goles de nuestro equipo.
Termino con la respuesta de Caballo
Blanco a la oferta de la compañía ‘The
North Face’ de convertirse en su patrocinador:
“Correr no se trata de hacer que la gente compre cosas.
Correr
debe ser un acto de libertad”.
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