lunes, 27 de marzo de 2017

The many faces of working memory

Hace unos meses, Nelson Cowan publicó un artículo on-line revisando las definiciones que, según él, se han usado, a menudo sin confesarlo abiertamente, en la investigación sobre la memoria operativa (working memory). Después de considerar la evidencia a la que tuvo acceso durante más de una década de darle vueltas a este espinoso asunto, decidió describir y discutir nueve definiciones en este breve artículo.

Sostiene Nelson que es muy relevante ser claro con respecto a cómo se define una determinada función psicológica, entre otras razones porque a menudo parece que los investigadores discrepan cuando en realidad no es así. Personalmente no me sorprende esta proliferación de definiciones. Las ciencias cognitivas son famosas por la habilidad de sus practicantes para proponer algo ‘nuevo’ sirviéndose de términos diferentes, para vender vino viejo en botellas nuevas.

Las definiciones que enumera Cowan van desde las concepciones originales basadas en el funcionamiento de los ordenadores hasta los modelos inclusivos que combinan procesos atencionales y memoria a largo plazo, pasando por los modelos de múltiples componentes, ecológicos o de propósito general (generic).

Una de las partes más interesantes del artículo se basa en comentarios –que deben leerse entre líneas—sobre la investigación del grupo de Randy Engle. Primero fue absolutamente necesario recurrir a la atención para comprender la elevada correlación de la memoria operativa con la inteligencia, pero cuando los hechos contradictorios comenzaron a amontonarse en la puerta se tuvo que producir –casi ad hoc—una concepción que incluyera a la memoria a largo plazo. El margen de maniobra del grupo de Randy parece no tener límite. Los modelos están al servicio de los caprichos del destino.

A Nelson se le ve el plumero, aunque evitar mojarse abiertamente. Se muestra partidario de la definición de propósito general (definición 6) que, por cierto, mi propio equipo de investigación lleva defendiendo, desde hace más de una década, para el caso de la relación de la inteligencia con la memoria operativa. Esta definición…

Evita cuidadosamente cualquier declaración sobre mecanismos o funciones que se alejen de la retención temporal de información.
Las únicas declaraciones que suscribe señalan a) que esa memoria está limitada (en cantidad), b) que la información presente temporalmente en esa memoria está más disponible que el resto de la información memorizada y c) que esa información es útil para el procesamiento”.

Nelson escribe que esta definición “sería atractiva para los investigadores con un enfoque diferencial (e.g., Colom, Chuderski, & Santarnecchi, 2016) que han observado altas correlaciones de la memoria operativa con la inteligencia general, incluso cuando se consideran tareas que subrayan el simple almacenamiento –siempre que se mida adecuadamente”.

Totalmente de acuerdo. “Simplicidad, agente Starling”—que diría Lecter.


Otra de las notas interesantes discutidas por el autor de esta revisión es que la combinación ‘almacenamiento + procesamiento’, que algunos han considerado crucial para valorar la memoria operativa, en realidad es innecesaria. Por ejemplo, la tarea de Running Span (que se basa exclusivamente en el almacenamiento temporal) predice igual de bien el nivel intelectual que las tareas duales (p. e. Operation Span).

Al compartir este artículo en Twitter, Guido Corradi llamó mi atención sobre un post escrito por Nelson en respuesta a comentarios de Oberauer o Morey, entre otros, sobre su artículo centrado en las definiciones de la memoria operativa.

Klaus Oberauer sostiene que aunque no haya una definición clara, lo relevante es que los científicos saben cómo se mide la memoria operativa. Además, una definición útil debe incluir detalles suficientes para estimular la investigación. Ninguna de las que discute Cowan se adecúa a ese criterio de utilidad, según Oberauer.

El comentario de Candice Morey confirma mi sospecha de que la definición que Nelson favorece es la de propósito general. Aún así, insiste en que no es necesario que la comunidad acuerde cuál es la mejor definición. Basta con que su elección se haga explícita.

Estoy de acuerdo con Klaus en que es más relevante consensuar cómo se debe medir la memoria operativa que devanarse los sesos en producir una definición universalmente aceptable –aunque Nelson lo niega, en realidad le encantaría llegar a ese clímax cognitivo.

Y, aún más importante, una vez exista ese consenso sobre cuáles son las medidas estándar de memoria operativa, se deberían obtener pruebas sobre su validez convergente y discriminante.

Los científicos que se dedican a explorar los secretos de la memoria operativa deberían poner un psicómetra en nómina.

Menos cháchara y más números.

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