Según
parece, se está poniendo de moda eso del ‘Hate-Speech’,
el discurso del odio, la policía del pensamiento, eso que ya saben, no miren
hacia otro lado.
Cuidado
con lo que se dice porque le puede molestar a alguien en algún lugar. Pongámonos
en la boca un esparadrapo bien prieto para que no entren moscas y, de paso,
para evitar decir cosas de las que alguien nos obligará a arrepentirnos en
algún momento.
Siempre
habrá alguien.
Es
un paso más allá de eso del PC, de la práctica destinada a dictarnos cuáles son
las declaraciones aceptables, cuáles de ningún modo deben ser pronunciadas y
cómo se deben decir cuando se admite.
Y
cada día se admite menos.
Se
está construyendo una sociedad encorsetada en la que se reduce progresivamente
el margen. La calle por la que podemos movernos es cada vez más estrecha. Se
está divinizando la cosa, así que podríamos preguntarnos:
¿apretarán, pero no ahogarán?
La
tendencia es mundial, global. Y no hay escapatoria porque hemos ido cediendo
terreno sin protesta real. Enseguida será demasiado tarde para recular. Ya no
habrá vuelta atrás, salvo catástrofe.
El
homo sapiens es inteligente, pero mas
a menudo de lo esperado parece idiota. Francamente.
La
sociedad occidental se había hecho fuerte en un espacio de libertad de
expresión y de acción envidiable, pero los embistes de determinados colectivos están logrando que la estructura se
tambalee. Una versión remasterizada de la secta de los asesinos de Hassan Sabbah
o el Tribunal de la Inquisición de la Santa Sede, está logrando poner en jaque
a las autoridades que deberían velar por la preservación de eso que nos ha
caracterizado aquí en Occidente. Aún no es mate, pero si no espabilamos será
inevitable.
Cantidades
crecientes de grupos y asociaciones están dispuestos a ofenderse por cualquier cosa que
alguien pueda decir en algún lugar en algún momento.
Contra
los fumadores, contra los gordos, contra los flacos, contra los taurinos, contra los que rechazan la convivencia con
animales defecadores, contra las supuestas castas políticas, contra quienes
sostienen que el Islam decapitará la sociedad secular, contra quienes desean
que la Unión Europa sea fuerte, contra quienes quieren salirse de ese
macro-estado, contra los extorsionadores estados-unidos-de-américa, contra los
matrimonios gays, contra los matrimonios no-gays, contra quienes miran
fijamente al hablar, contra el que eleva la voz, contra el que no respeta la
distancia de seguridad en la calle, contra quien dice piropos, contra lo que
sea.
Es
igual.
El
caso es ofenderse y que se sepa que la ofensa es inaceptable.
La
situación es estúpidamente terrible y, por supuesto, las redes sociales son un
descontrolado difusor de la falta de inteligencia y del terror mental sin
cuartel.
El
deseo de control es extraordinario y esos que están dispuestos a ofenderse por
lo que sea se lo están poniendo fácil a los controladores. Se frotan las manos
ante el patinazo de sus correligionarios de especie.
No
puedo evitar recordar la época dorada de los 80 en mi país.
Sí,
la conocida ‘movida’.
Se
salía de una dicta-blanda y el ansia de libertad recorría las calles. El nivel
de apertura demostrado por los ciudadanos españoles asombró al mundo. Se
hablaba con plena libertad y las regulaciones eran mínimas. Los artistas podían
crear sin pensar que alguien podría ofenderse. Quienes disfrutaban de ese arte,
se limitaban a pasarlo bien. Escuchaban, leían y veían respetando
escrupulosamente la creatividad del artista. El arte es arte. Puede gustarnos o
disgustarnos, pero no parecernos bien o mal.
Estábamos labrando un futuro en el que la apertura de miras resultaba clave para darle un portazo a un pasado de cerrazón asfixiante.
Estábamos labrando un futuro en el que la apertura de miras resultaba clave para darle un portazo a un pasado de cerrazón asfixiante.
Escuchábamos
cómo un grupo de chicas declaraban, en una canción, que les gustaba ser zorras.
La gente que iba a sus conciertos se lo pasaba en grande, y hoy paz y después
gloria. O que un grupo de Vigo hacía canciones como ‘El sudaca nos ataca’, ‘Las
tetas de mi novia’, ‘Todos los
ahorcados mueren empalmados’, ‘Los
chochos voladores’ o ‘Me pica un
huevo’ y nadie hacía ningún drama.
Felizmente,
esos maravillosos años coincidieron con mi época de universitario en la capital
del reino. No puedo evitar recordarlo con nostalgia cuando miro a mi alrededor
y me disgusta, mucho, lo que veo. Gozábamos de verdadera libertad para hacer cualquier
cosa sin que nadie se sintiera ofendido. Era algo que estaba en el ambiente y
se respiraba sin dificultad. Nadie apretaba. Al contrario, se te invitaba a abrir
los pulmones.
Si
no recuperamos ese espíritu, si no regresamos a ese futuro y lo exportamos al resto de los países democráticos, todo aquello no habrá servido de nada. Era un grito de libertad
que duró algunos años. Pero de un tiempo a esta parte nos hemos precipitado por
un peligroso precipicio. Si llegamos a tocar fondo el castañazo será
descomunal. Ojalá nos despertemos a tiempo para darnos cuenta de que era solamente
un sueño.
La
libertad de acción ha sido esencial en los pasos que se han ido dando hacia
delante. Quien quiera terminar con eso debería ser extirpado de nuestra
sociedad. Es igual que sean colectivos propios (y sería fácil nombrar un
puñado) u otras culturas que parecen desear vengarse por unas cruzadas medievales
que ganaron sobre el papel.
El
derecho a ofenderse se está universalizando, como denunciaba hace poco en
este blog mi querido amigo JMG.
Combatamos
activamente ese diabólico proceso o nuestra sociedad democrática se irá al
garete.
Los
otros habrán triunfado.
¿Esto incluye ofenderse cuando alguien pita el himno?
ResponderEliminarSi.
ResponderEliminarLa libertad de expresión siempre tiene unos límites. En España, el codigo Penal deja clara la tipificación de los delitos de opinión y, desde mi punto de vista, es excesiva y restrictiva. No es sencillo, pero desde luego sigo dos criterios generales partiendo de una valoraciòn muy positiva de la libertad de expresión: en caso de duda, debe fallarse siempre a favor de la libertad de expresión; si alguien se ofende, pues que se tome una tila.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo con esos dos criterios, Félix. La tila sienta fenomenal. Un abrazo
ResponderEliminar