El mecanismo que está detrás de la
configuración de un cerebro humano puede incluir métodos para protegerle de un
entorno que supone negativo por defecto. Sabemos –o creemos saber—que el
cerebro necesita de ese entorno para desarrollarse y alcanzar su máximo
potencial, pero es más probable que improbable que el camino sea de dentro
hacia afuera. Es el cerebro el que busca fuera lo que
necesita dentro y rechaza de modo conservador todo lo demás –por si
acaso.
Este supuesto vendría avalado por el hecho de que la cantidad de fibras que salen del cerebro es sustancialmente mayor que el número de fibras que entran en él. También por los resultados mostrados en la siguiente figura: arriba se muestra la estabilidad (sobre un máximo de 1) del factor general de inteligencia (g) durante el ciclo vital, mientras que abajo se presenta la semejanza asombrosa de la correlación del rendimiento intelectual (IQ) con las variaciones de grosor cortical (cortical thickness) en dos periodos del ciclo vital (a los 11 y a los 70 años).
Este supuesto vendría avalado por el hecho de que la cantidad de fibras que salen del cerebro es sustancialmente mayor que el número de fibras que entran en él. También por los resultados mostrados en la siguiente figura: arriba se muestra la estabilidad (sobre un máximo de 1) del factor general de inteligencia (g) durante el ciclo vital, mientras que abajo se presenta la semejanza asombrosa de la correlación del rendimiento intelectual (IQ) con las variaciones de grosor cortical (cortical thickness) en dos periodos del ciclo vital (a los 11 y a los 70 años).
Esa es la idea sobre la que se
sustenta la visión de que el individuo es, de
verdad, un ente activo. Esa es la perspectiva
que considera una ingenuidad asumir que el entorno modela nuestros cerebros,
sin más. A día de hoy parece mentira que esa visión se haya considerado
seriamente en el pasado, pero así es. Convendría que dejásemos atrás unas
alforjas que todavía siguen lastrando gravemente el avance del conocimiento
científico.
Lo que hace el cerebro es tan
importante para el organismo que su funcionamiento no se puede dejar al albur
de las caprichosas condiciones del entorno. La receta
que proporciona el genoma para cocinar un cerebro usando los ingredientes del
entorno debe ser lo más autosuficiente posible. Si busca en las
estanterías del supermercado ambiental y no encuentra lo que necesita, entonces
echará mano de otras posibilidades para seguir con su plan de cocinado. Y, lo
que es quizá más importante, la receta debe funcionar bajo mínimos de
suministro: no necesita grandes superficies comerciales para llegar a ‘su’
meta.
Todo esto viene a cuento de una
reciente nota publicada por Emily
Underwood para Science Magazine
en la que se hace eco de una presentación del encuentro anual de la Cognitive Neuroscience Society.
Buzsáki y Berényi insertaron 200
electrodos en el cráneo de un cadáver humano y aplicaron una corriente
eléctrica alterna externa. Pretendían registrar y cuantificar la respuesta
interna a la estimulación externa, pero no observaron nada. Es decir, la
corriente externa no lograba penetrar en el interior del cráneo del cadáver. La
mayor parte de la energía proyectada desde el exterior (un 90%) se dispersaba, como
la mantequilla untada en un pan tostado, por la piel del cráneo que actuaba
como una especie de escudo protector.
Este llamativo resultado apoya, de un
modo bastante melodramático, las reservas de algunos científicos sobre la
creciente popularidad de los métodos de estimulación transcraneal (tDCS y
tACS). Estos métodos (directos o alternos) se sirven de electrodos para dirigir
corrientes eléctricas débiles al cerebro de humanos vivos. El número de
informes científicos en los que se asegura que esa clase de estimulación
eléctrica posee efectos funcionales sobre el cerebro no para de crecer.
Sin embargo, el experimento con el
cadáver humano eleva serias dudas al respecto, puesto que la mayor parte de los
métodos usados en la investigación con humanos vivos emplean corrientes de 1 ó
2 miliamperios. Buzsáki asegura que para evocar alguna clase de actividad
relevante en las neuronas serían necesarias corrientes de al menos 4
miliamperios. Usándose a sí mismo como sujeto experimental, Buzsáki llegó a
aplicarse una corriente de 5 miliamperios. El resultado fue un mareo de
campeonato que estuvo a punto de conducirle al desmayo.
Quienes usan actualmente esta clase
de métodos de estimulación sostienen que funcionan, aunque no se sepa por qué.
Aquí pueden ver un
ejemplo, de entre los muchos disponibles que, por cierto, capturó la
atención del IARPA
Program. Actualmente este programa del ejército norteamericano está
financiando a varios equipos que usan, en parte, esa clase de métodos para intentar
mejorar
las capacidades cognitivas (es decir, la inteligencia) de los individuos. Yo mismo participo en uno
de esos proyectos.
Es posible que el resultado–más bien
la falta de resultado— observado con el cadáver humano no pueda generalizarse a
los humanos vivos: el tejido muerto no conduce la electricidad del mismo modo
que el tejido vivo.
Pero Buzsáki replica que en el tejido
vivo la falta de respuesta será aún mayor, puesto que está más hidratado. Ante
la presión de la reportera, este científico acaba admitiendo que puede que la
influencia de la estimulación eléctrica sea sutil, pero real.
Sin embargo, otros científicos, como Vincent Walsh –que han publicado informes
usando esta clase de métodos—no tienen reparo en declarar que la tDCS y la tACS
es un “sea of
bullshit and bad science”.
Cuando los focos de los mass media se centran intensamente en la
ciencia y los científicos compiten agresivamente por los escasos recursos
disponibles, puede resultar tentador componer cuadros demasiado pesimistas o
excesivamente optimistas. Ninguna de esas posturas es recomendable. Es mejor, y
posiblemente más eficiente, ser escépticamente constructivo y permitirse pensar
antes de actuar.
Comentaba Manuel Sebastián en Twitter
que esta presentación sobre el cadáver humano le recordaba al estudio con
resonancia funcional que se hizo hace tiempo con un
salmón muerto. Denunciaban los investigadores responsables de ese bizarro
estudio, que estrujar demasiado los datos puede equipararse a la confesión que
se le arranca bajo tortura a un prisionero.
Seamos cautos, pero no tanto como
para dejar de caminar. Ya nos advirtió Tolkien
en ‘The Lord of the Rings’:
“La prudencia es una cosa y la irresolución otra”.
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