viernes, 11 de diciembre de 2015

Leyendo la mente con Jorge Volpi


Volpi es un tipo brillante y culto. Sus producciones destilan una refrescante combinación de ambos factores. Su breve e intenso ensayo (Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción, 2015) es un ejemplo más.

Su tesis es atrevida:

El arte no sólo es una prueba de nuestra humanidad; somos humanos gracias al arte (…) la literatura nos hace humanos”.

Su hipótesis central (mal formulada) es que la ficción es un instrumento para escudriñar la naturaleza, porque la ficción es real.

Según su perspectiva, realidad y ficción comparten el mismo sustrato neurobiológico; se usan los mismos pedacitos de cerebro.

Así visto, un psicólogo mostrará su sorpresa. Quien no distingue realidad y ficción se convierte en un psicótico. ¿Sugiere Volpi que somos unos psicóticos hiper-controlados, como el matemático John Nash? Su recurso a Alonso Quijano reafirma la sospecha.

El autor mejicano va más allá y se refiere a un ‘Yo’, así, en cursiva, que “nos estructura, nos controla, nos vuelve quienes somos (…) mi yo es una fantasía de mi cerebro (…) los humanos somos rehenes de la ficción (…) en vez de homúnculo, lo llamaré Mini-Me” (me gusta esta referencia a la hilarante trilogía de Austin Powers).

El acceso a las historias inventadas, o su creación por el narrador, es un juego en el que siempre se gana. Permite ponerse en la piel de los demás humanos y eso rindió beneficios en nuestro pasado como especie. Por eso persiste:

Los humanos somos símbolos mentales obsesionados con relacionarnos con otros símbolos mentales”.

Me recuerda el grandioso título de una obra de nuestro querido Ángel Rivière (Objetos con Mente, 1991, Editorial Alianza).

Me interesó su aceptación de cómo la misma historia es interpretada de modo peculiar por cada lector, sirviéndose del término ‘experiencia’. Lástima que no aproveche para conectar la idea con los resultados de la genética conductual, aunque no me sorprendió, porque sus conocimientos sobre ese campo de investigación no son demasiado finos (al igual que su escaso dominio sobre el mundo de los superhéroes –querido Jorge, Louis Lane no es la novia de Spiderman, sino de Superman).

Su esfuerzo por vincular su línea argumental con el cerebro me seduce, en general:

Sólo conozco el mundo exterior tal como se representa en mi cerebro
(…) todo se concentra en mis cien mil millones de neuronas
(…) las ideas (y la cultura) son un claro producto del cerebro
(…) no somos más que nuestro cerebro”.

Se confiesa admirador incondicional de Douglas Hofstadter, especialmente de su ‘Gödel, Escher, Bach (1979)’ (“cuando aún era estudiante de Filología en Salamanca, leí por primera vez esta obra y quedé anonadado por su profundidad y su grandeza”). También de Daniel Dennett y Jeff Hawkins.

Recuerda Volpi que la cantidad de conexiones nerviosas que se proyectan desde el sistema nervioso central al periférico es sustancialmente mas abundante que al revés. Debe existir una poderosa razón y supone cuál puede ser recurriendo a Hawkins (On Intelligence, 2004). En esencia, el cerebro hace cuatro cosas (literalmente):

1.     Almacena secuencias de sucesos.
2.     Crea y almacena asociaciones de sucesos.
3.     Crea y almacena invariantes, más allá de las diferencias superficiales.
4.     Ordena la información almacenada según su relevancia, es decir, en una jerarquía.

Sus ideas sobre el ‘yo’ recuerdan el famoso libro de Mike Gazzaniga (The social brain, 1985) y su ‘módulo intérprete’ deducido de la investigación de pacientes con el cerebro dividido:

El yo necesita coherencia y estabilidad
(…) nuestra historia personal es nuestra primera ficción
(…) la ficción nos inocula el síndrome de personalidad múltiple”.

A medida que avanzamos, Volpi se anima a decepcionarnos porque reconoce que los humanos somos incapaces de leer la mente de los demás:

Una novela contada en primera persona es lo más cerca que estaremos nunca de contemplar, en directo, una conciencia ajena”.

Conecta la tesis del gen egoísta de Richard Dawkins con la del ‘meme’ egoísta (“las ideas nos subyugan, somos máquinas a su servicio”).

En suma, el autor mejicano usa su artillería para llevarnos al huerto, para que admitamos que los humanos necesitamos de la ficción. Aunque, en realidad, no es una cuestión de necesidad, sino un producto inevitable de nuestro cerebro, de ese gran inventor.

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