viernes, 13 de noviembre de 2015

¿Y si las diferencias genéticas son irrelevantes?


Aunque ya lo sabíamos por los informes publicados en los últimos años, en la entrevista que le hizo David Lubinski en el último encuentro anual de la ISIR (Septiembre de 2015), Robert Plomin confesó que llevaba casi dos décadas buscando, sin resultados, los genes responsables de la heredabilidad de la inteligencia.


La historia comienza con el famoso artículo de 1998 y su IGF2R. Desde entonces, a pesar de que la tecnología no ha parado de mejorar y las muestras han sido cada vez más numerosas, equipos como el de Plomin han ido de decepción en decepción. Hay que reconocerles una persistencia fuera de lo normal (aunque, como me comentaba el Profesor E. B. Hunt en un corrillo de ese encuentro de la ISIR, la idea es tan poderosa que los científicos se resisten a aceptar la derrota).

En un reciente artículo publicado en ‘Molecular Psychiatry’ se vuelve a la carga con una aproximación ‘positiva’ (“sólo se puede tener una inteligencia extraordinariamente alta si el individuo posee muchos alelos positivos y pocos negativos”).

En esa investigación se considera un numeroso grupo de individuos (N = 1409) con un CI por encima de 170 (es decir, personas situadas en el 0.003 % superior de la distribución poblacional de inteligencia –la elite de la elite). Ese selecto grupo se compara con un grupo control de 3252 individuos.

El análisis del genoma de esos dos grupos no reveló nada de nada.

Por tanto, seguimos ante el reto de la ‘missing heritability’, que “no es única en la investigación de la inteligencia, sino que es endémica en las ciencias de la vida”.

Esta es la conclusión de los autores: “estos resultados subrayan la compleja arquitectura genética de la inteligencia”.

Pero, ¿y si esos resultados –en unión con los acumulados en las dos últimas décadas—nos están diciendo que la búsqueda carece de sentido? ¿y si las variaciones genéticas, aunque reales, son irrelevantes para comprender las diferencias de inteligencia que nos separan?

Es una pregunta que merece la pena formularse con espíritu deportivo.

Si no son las diferencias genéticas, entonces debemos buscar en otro lugar. O, mejor dicho, las leves diferencias genéticas que nos separan pueden ser irrelevantes en sí mismas, pero no en interacción con las condiciones del entorno, con las situaciones por las que transitamos durante nuestro particular ciclo vital.

Esa es precisamente la idea que subyace al multiplicador individual del modelo de Bill Dickens y Jim Flynn.

Confieso que no le presté la debida atención hasta ahora. No lo hice porque es bastante complejo de contrastar, pero me temo que no hay más remedio que enfrentarse a esa cruda realidad.

¿Qué postula el multiplicador individual?

Una leve ventaja genética individual permite capturar una poderosa serie de fuerzas ambientales. Cuando se emparejan ambos factores, los efectos positivos se multiplican. Existe una retroalimentación positiva que hace que el individuo ligeramente más brillante genéticamente busque información con la que alimentar a su cerebro. Y ese cerebro va comiendo cada vez más y mejor, lo que le permite seguir buscando y estimulándose.

En consecuencia, si ese modelo es correcto, entonces buscar en las variaciones genéticas será irrelevante.


El programa de investigación más adecuado sería separarse de la línea de razonamiento seguida hasta ahora, basada en grupos, para centrarse en los individuos. No se trataría de comparar, por ejemplo, individuos de extraordinaria capacidad intelectual e individuos ‘normales’, sino que el objetivo sería comparar individuos más y menos brillantes intelectualmente.

Comparar esos individuos según su trayectoria vital. Caso a caso, pacientemente.

Los programas de mejora de la inteligencia no funcionan porque son obviamente inadecuados. Miramos un rato, a muy corto plazo, pero luego, a largo plazo, nos despistamos.

Necesitamos videos, no fotografías.

Igual que el proyecto BRAIN está buscando el modo de filmar las neuronas en acción, deberíamos buscar modos de filmar la vida de los individuos. Indagar en su historia. Explorar su viaje cognitivo por la vida.

Es bastante probable que encontrásemos que los individuos más brillantes han perseguido metas que han supuesto un reto sistemático para sus cerebros.

Como suele decir Flynn, esos individuos son curiosos, lectores voraces, culturalmente hambrientos, amigos de amigos estimulantes y con parejas brillantes. Viven en un permanente programa de mejora de la inteligencia.

No será tarea fácil, al menos tal y como se nos presenta ahora. Pero si es esa la vía regia para llegar al conocimiento que ansiamos, solo conseguiremos acumular frustración si persistimos en la misma estrategia.

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