Se publica en ‘Educational Psychologist’ un meta-análisis sobre los efectos de
transfer resultantes del entrenamiento de la memoria operativa. Los resultados
se obtienen a partir de 46 estudios independientes, observándose un interesante
‘near-transfer’ (entre 0.22 y 0.78), pero un reducido ‘far-transfer’ (0.15).
Quizá lo más interesante de este
meta-análisis es que se considera una serie de posibles variables moderadoras
que pueden influir sobre el transfer: edad, feedback, supervisión, apoyo
instruccional, modalidad de la tarea de entrenamiento, duración de las
sesiones, cantidad de entrenamiento (dose)
o lugar donde se lleva a cabo el entrenamiento (laboratorio, clases, hogar).
Las preguntas generales son: (1) ¿Cuáles
son los efectos de transfer después de entrenar la memoria operativa? y (2) ¿Cuáles
son las condiciones del entrenamiento que moderan los efectos de transfer?
En respuesta a la primera pregunta,
se observa near-transfer sobre la memoria a corto plazo y la memoria operativa,
tanto al terminar el entrenamiento como en el seguimiento. El far-transfer es
mucho menor y no se aprecia en el seguimiento.
Por lo que se refiere a la segunda
pregunta, los moderadores relevantes son la cantidad de entrenamiento (cuanto
más, mejor), la duración de las sesiones (cuanto más largas, mejor), la supervisión,
y el lugar en el que lleva a cabo el entrenamiento (el laboratorio es mejor).
Por tanto, se demuestra que la
memoria operativa es plástica:
“No obstante, la idea esencial del entrenamiento de la
memoria operativa supone mejorar una capacidad general crucial para otras
capacidades cognitivas distintas a la memoria operativa.
Este
meta-análisis no revela far-transfer a factores educativamente relevantes como
las capacidades verbales o matemáticas.
Por
tanto, la declaración de que el entrenamiento de la memoria operativa posee
consecuencias prácticas para el aprendizaje, o, en un sentido más general, para
la educación, es incorrecta
(…)
debemos abandonar la esperanza de que se puede mejorar el aprendizaje y la
educación aumentando algunas funciones cognitivas básicas de propósito general
y reorientar nuestros recursos hacia otros campos más prometedores”.
Pero tranquilos que la sangre no
llega al río.
Los autores sacan de su chistera el
efecto de las variables moderadoras para explicar que, en realidad, las cosas
pueden hacerse mejor.
Primero, el entrenamiento debe
orientarse a un aspecto concreto. Segundo, la edad es irrelevante. Tercero,
cuanto más dura el entrenamiento, mejor. Cuarto, es positivo que el individuo
conozca su progreso durante el entrenamiento. Quinto, se debe evitar el uso de
estrategias para completar la tarea sometida a entrenamiento. Sexto, el apoyo
instruccional, más allá de las consignas necesarias para completar la tarea, es
irrelevante. Séptimo, la supervisión activa por parte de un profesional es un
factor positivo. Finalmente, entrenar la memoria operativa verbal y no-verbal
es mejor que entrenar solamente una modalidad.
Los autores sugieren que la ausencia
de far-transfer puede atribuirse a que lo que se mejora con el entrenamiento de
la memoria operativa no es, en realidad, algo realmente general. La
cognición compleja requiere coordinar distintas funciones mentales. Las
habilidades complejas se adquieren en contextos complejos. El entrenamiento de
la memoria operativa se aleja de esta clase de contextos. Por tanto, se debería
entrenar esa memoria en contextos más ecológicos.
El artículo se adentra, a mi juicio,
en un escabroso terreno. Los resultados numéricos son claros, pero cuando se
pasa a la interpretación y la especulación comienza a patinarse peligrosamente.
De hecho, se pierde el equilibrio y se termina con el maxilar superior clavado
en el bordillo de la acera.
Lo que en realidad se deduce de lo
que los autores sugieren es que mejorar la
inteligencia exige mejorar la inteligencia. Demasiadas alforjas para
este corto viaje, ¿no?
Entrenar la memoria operativa en un
contexto natural, como el colegio (llegan a referirse al Montessori, invocando
así la presencia de gotas de sudor frío en mi espinazo), coordinándola con los
demás procesos complejos de la cognición, es equivalente a entrenar la
inteligencia, es decir, la facultad humana cuyo principal objetivo es coordinar las demás
funciones mentales.
En realidad, los autores proponen trabajar
bajo el
modelo que propusimos hace algo más de una década, pero que hasta nosotros
mismos olvidamos. En tres estudios con grupos independientes confirmamos que la
memoria operativa era el factor psicológico mejor predicho por el factor
general de inteligencia (g). Los
individuos más inteligentes, en general, son quienes presentan una mayor
capacidad de su memoria operativa.
Desde esta perspectiva, mejorar la
memoria operativa no tendría por qué presentar un efecto sobre g. Pero mejorar g produciría un efecto positivo sobre la memoria operativa (y sobre
los demás factores psicológicos, claro). Eso es lo que proponen los autores de
este meta-análisis sin usar esta terminología.
Aún queda mucha tela por cortar y no
terminamos de saber cuál es el patrón más adecuado para que el vestido nos tape
las vergüenzas.
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