Dos noticias ocupan importante
espacio en los medios de comunicación: personas muy vulnerables se lanzan al
mar en condiciones muy duras con la esperanza de alcanzar algo mejor, unas al Mar Mediterráneo, para ir desde Libia hasta Sicilia, y otras al mar de Andamán,
desde Myanmar hasta Tailandia o Malasia.
Separadas casi 9.000 km., son
situaciones diferentes, pero también comparten rasgos que permiten hacer una
reflexión común sobre ambas.
En las aguas próximas a
Sicilia, miles de personas procedentes de África y Medio Oriente intentan acceder
a la rica Unión Europea, con la esperanza de encontrar asilo o simplemente un
puesto de trabajo en la economía sumergida. En el mar de Andamán, personas que
sufren una dura exclusión e incluso persecución en Birmania (Myanmar), intentan
llegar a Tailandia, Malasia o Indonesia, en este caso casi exclusivamente para
poder sobrevivir.
Son problemas de enorme calado,
que obedecen a causas variadas y complejas, por lo que no
existen soluciones fáciles. Es compleja la situación en los países de
origen que da lugar al éxodo; es igualmente complejo el proceso de tránsito, el
viaje, que les lleva a su destino. Y es compleja la acogida en los países de
destino. Esa complejidad exige abordarlo desde perspectivas diferentes. Voy a
centrarme en una consideración previa y sobre todo en dos aspectos del
problema.
La complejidad no debe nunca
olvidar el drama central y prioritario: estamos hablando de seres humanos
concretos, con rostro, con una historia personal única, que están en situación
de extrema vulnerabilidad, en muchas ocasiones de peligro inminente de muerte
en su viaje hacia un mundo mejor.
Las grandes cifras nos permiten
captar la magnitud del problema y logran que la noticia aparezca en primera
página. Pero también difuminan el dolor personal, ese que mueve a los seres
humanos a ser compasivos y prestar ayuda. Por muy complejo que sea el tema, hay
algo que está claro: los países hacia los que se
dirigen tienen la obligación ineludible de socorrerles, sin otra limitación que
las estrictamente técnicas. Y conociendo el problema, deben desplegar
medios suficientes para hacer frente a las tareas de salvamento. Mirar para otro lado o decir que ese no es su problema es
profundamente inmoral.
Si nos fijamos en los países
hacia los que se dirigen esas personas, llama mi atención las diferencias en la
manera de abordar el problema en las dos áreas.
Por un lado, el nivel de
desarrollo tecnológico y riqueza de los países de acogida es muy distinto: los
medios de los que dispone la Unión Europea para afrontar el problema son muy
superiores, por lo que su responsabilidad es también mayor.
Por otra parte, Europa goza de
una profunda y larga tradición en la defensa de los derechos humanos, que en su
actual formulación nacieron precisamente en el ámbito de la cultura Europea u
Occidental. Eso ha provocado una reacción muy fuerte de la sociedad civil que
ha actuado, a través de diferentes organizaciones, para presionar a sus propios
gobiernos exigiendo que presten ayuda a esos inmigrantes.
Quizá por eso, pero también
porque esa tradición de derechos humanos ha dejado su huella en las
instituciones políticas y jurídicas europeas, la respuesta parece estar
mejorando, sin poder solucionar del todo el drama, con miles de muertos en el
mar. La conciencia moral europea es más sensible, más todavía porque persiste
una mala conciencia procedente de la valoración de la etapa imperialista de
Europa.
La respuesta en los países del
Mar de Andamán no está siendo tan intensa ni eficaz. En parte porque su nivel
de desarrollo tecnológico no les permite hacer mucho, pero también en parte
porque allí esa conciencia moral no se halla en la misma situación, sobre todo
en lo que hace referencia a los derechos individuales, aspecto que no ha
impregnado con suficiente fuerza el funcionamiento habitual de las diferentes
instituciones, incluidas la policía, el ejército y los gobiernos. Y tampoco
tiene una red tan tupida y fuerte de organizaciones defensoras de los derechos
humanos.
No se sigue de esta apreciación
ninguna superioridad moral de Europa sobre esos países asiáticos, sino tan solo
una posible explicación de la diferente manera de actuar en este caso.
Visto el problema desde los
países de origen, se aprecia, claro está, una situación de condiciones extremas
de vida que empujan a esas personas a afrontar un viaje sumamente arriesgado: sobre
todo el hambre y la miseria, la persecución por causas políticas, religiosas o
étnicas, pero también, en muchos casos, el simple deseo de mejorar sus
condiciones de vida, tanto materiales como sociales o culturales, el suyo
propio y el de su familia más próxima. No se resignan a su suerte y lo ponen
todo en juego para poder cambiarla.
Esta última observación me
lleva a una última reflexión.
El mundo actual asiste a un
profundo y vasto, muy vasto, proceso de migraciones, en el que, gracias a las
mejores condiciones de desplazamiento, millones de personas se lanzan a otros
territorios buscando una vida mejor. Algunas emprenden el viaje forzadas por
duras causas; a otras les mueve el deseo de mejora. Y no debemos olvidar el
papel que desempeña un deseo muy propio del ser humano: el deseo de explorar,
de emprender aventuras marcadas por la dificultad y el azar, de avanzar hacia
territorios parcial o totalmente desconocidos.
Visto desde este punto de
vista, estamos ante la manifestación actual de algo que ha ocurrido siempre: los seres humanos han arrostrado grandes peligros en su
deseo de explorar nuevos espacios y mejorar sus condiciones de vida.
Lo hicieron posiblemente
nuestros primeros congéneres, al salir de África hace ya casi 100.000, pero
también lo hicieron los habitantes de Polinesia, los vikingos, los pueblos de
las estepas asiáticas, pobladores que descendieron desde Alaska hasta Tierra
del Fuego, o los europeos.
Y es posible que lo tengan que
hacer en masa nuestros sucesores si en un futuro las condiciones de vida del
planeta llegan a sus límites, una tesis bellamente expuesta por una reciente
película, Interestelar.
Esta es también la tesis que
inicia una espléndida exposición sobre Hernán
Cortes, un caso emblemático de todo lo bueno y lo malo que puede suceder en
esos procesos migratorios de los seres humanos a lo largo de su historia.
No pretendo con esta reflexión
final minimizar la gravedad del problema que ha dado pie a este escrito. Tengo
claro que la obligación inmediata de todos es buscar soluciones para ese
problema concreto, extremadamente grave, y procurar evitar el sufrimiento al
máximo número de personas, en especial a las más débiles. Solo pretendo
situarlo en un marco más amplio para evitar discursos
apocalípticos y críticas que sobre todo nos flagelan a nosotros mismos,
empeñados en resaltar siempre el lado oscuro de nuestra conducta.
Pretendo también recordar que
el proceso migratorio es connatural al ser humano, con una enorme dimensión
positiva para las personas y para la propia especie, por lo que nunca será una
solución frenarlo o bloquearlo. Debemos gestionarlo lo mejor posible, pero en ningún caso, como bien afirma un popular
proverbio, es posible poner puertas al campo.
Cierto, no se pueden poner puertas al campo, por eso mismo es cuestión de tiempo que en los países de acogida se desate una ola de rechazo al inmigrante. Antes o después esto estallará por algún lado. Pretender que una sociedad actúe al margen de su instinto de conservación no es mas que una ilusión.
ResponderEliminarNo es eso lo que pretendo, anónimo. La xenofobia ya está creciendo en Europa y las tensiones son previsibles, por eso es necesario gestionarlo lo mejor posible, abordando muchos frentes. Algo de eso se está haciendo. por parte de los gobiernos de la UE, aunque tímidamente. Yo mismo estoy implicado en una modesta propuesta http://peace.tugraz.at/es/ que aborda uno de los aspectos. Además, ya menciono que esos procesos migratorios provocan grandes tensiones y mucho dolor, que hace falta, cuando menos, mitigar. Pero tienen su lado positivo pues nos enriquecen a todos: todos las pueblos somos productos de migraciones previas.
ResponderEliminarInmigración Inmigración si o si o si y a quien no le guste sus nuevos vecinos que emigre junto a sus iguales
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