Emiliano
Santarnecchi, de la Universidad de Siena, publica un
interesantísimo (y complejo) artículo en el que se concluye que los
individuos más inteligentes (según las puntuaciones alcanzadas en un test de
CI) resisten mejor los ataques dirigidos contra la integridad de las redes que
conectan las distintas regiones cerebrales.
Mediante una serie de simulaciones,
los autores comprueban el efecto, sobre la integridad de las redes, de ataques
dirigidos (targeted) o aleatorios (random). El principal resultado que
resume la evidencia observada es que los individuos
más inteligentes poseen una capacidad de procesamiento más distribuida,
de modo que el ataque a los nodos de las redes produce un efecto menor sobre su
integridad.
El resultado es fenomenal porque
ayuda a comprender qué es eso de la reserva
cognitiva, por ejemplo. O por qué, según ha demostrado la epidemiología cognitiva, los individuos
más inteligentes viven más tiempo que los menos inteligentes. Según la
hipótesis más atrevida, los individuos con mayor nivel intelectual disfrutan de
un sistema nervioso con más integridad que los que poseen un menor nivel
intelectual.
En concreto, las siguientes son las
preguntas que buscan respuesta en esta investigación:
1. ¿Corresponde una mayor
inteligencia a un cerebro más robusto?
2. Si es así, ¿cuáles son las
regiones cerebrales más o menos susceptibles a los ataques dirigidos o
aleatorios?
3. ¿Existe una relación específica
entre la inteligencia y el tipo de ataque?
4. ¿Existe alguna diferencia entre la
inteligencia fluida y la cristalizada?
Para responder estas preguntas se exploran
los registros de resonancia funcional en reposo (rsfMRI) de un grupo de algo
más de 100 individuos de entre 20 y 60 años de edad. Seguidamente se divide el
cerebro en 90 regiones corticales y subcorticales y se estudian sus niveles de
conectividad. Se obtiene una serie de indicadores de conectividad que se resumen
en valores de integración y segregación de las redes para estimar
el procesamiento local y distribuido, respectivamente.
Los resultados indican que la
resistencia del cerebro a los ataques se relaciona con el CI total (r = 0.65), verbal (r = 0.57) y no-verbal (r
= 0.53). Los valores son bastante dignos. Obsérvese que no hay apenas
diferencia entre los tests verbales (cristalizados) y no-verbales (fluidos).
A continuación se identifican las
regiones del cerebro que son las principales responsables de la interacción entre
inteligencia y resistencia. Se observa que, para los individuos de mayor nivel
intelectual, esas regiones se encuentran especialmente vinculadas al lenguaje:
pars opercularis (BA 44), giro frontal medial (BA 46), lóbulo parietal inferior
(BA 40), giro supramarginal y giro temporal medial. También se identifican algunas
regiones asociadas a la memoria: lóbulo temporal inferior y medial (BAs 20 y
21) y corteza cingulada posterior.
En el caso de los individuos de menor
nivel intelectual, las regiones más relevantes se encuentran vinculadas al
procesamiento emocional: amígdala, corteza cingulada anterior y polo temporal.
No sé muy bien qué se puede concluir de
esta diferencia entre las regiones más relevantes según nivel intelectual,
pero, probablemente, puede sugerirse que el ‘hardware’ sobre el que se
implementa el ‘software’ de esos dos grupos de individuos puede no ser
directamente comparable.
En resumidas cuentas, lo que se deriva
de esta investigación es que lo que representa la relación
inteligencia-resistencia es el procesamiento distribuido, no local. Ninguna
región en concreto, como, por ejemplo, la corteza prefrontal, sería crucial,
aunque quizá sea posible identificar una red de regiones particularmente
importante.
La evidencia observada en este
estudio subraya que las regiones frontales, parietal y temporales se encuentran
detrás de las diferencias individuales de inteligencia, pero también serían
responsables de la mayor resistencia mostrada por los individuos más
inteligentes. Además, las regiones que distinguen mejor a los individuos más y
menos inteligentes son el pars opercularis, el lóbulo parietal inferior (BA 40)
y el giro frontal medial (BA 46), es decir, regiones especialmente vinculadas
al procesamiento lingüístico.
Los autores finalizan su discusión con
posibles contribuciones de los resultados a los estudios experimentales
dirigidos a inhibir o estimular determinadas funciones cognitivas. Una de las
consecuencias básicas es que ‘provocar’ a una determinada región producirá
efectos en la red a la que pertenece esa región. Además, los efectos
experimentales interactuarán con variables diferenciales como el nivel intelectual.
Un ejemplo realmente bonito de cómo
el análisis de similitudes y diferencias enriquece nuestro conocimiento
científico y nos ayuda a avanzar con paso más seguro. Terminemos con la división
de campos disciplinares. Pero en serio, no solamente de boquilla.
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