miércoles, 25 de febrero de 2015

Garbo, el espía

Nunca será suficiente la atención dedicada a este (peculiar) individuo. En nuestro país se hizo un interesante documental, pero nada más, por ahora.

Pude leer la obra de Stephan Talty, ‘Garbo, el espía. El agente doble español que se burló de Hitler e hizo posible el desembarco de Normandía’.

Alrededor de Garbo, es decir, Juan Pujol García, se urdió la estrategia aliada para que los nazis creyeran que el desembarco del día D se produciría en Calais, no en Normandía:

este brillante espía (…) era la joya de las fuerzas de contraespionaje de los Aliados.
Churchill seguía sus aventuras con avidez;
más tarde J. Edgar Hoover clamaría por conocerlo.
Su nombre en clave era Garbo; un oficial británico le había dado ese alias porque consideraba a Pujol ‘el mejor actor del mundo’ [además, ¿sería una mujer?]
(…) entendía a los alemanes como un alemán y a los ingleses como un inglés”.

Pujol hablaba español, catalán, francés, inglés y portugués. Pero no alemán.

Talty repasa la vida familiar de Pujol para intentar comprender cuál era su ‘make up’:

en Barcelona no hacía falta más que un rumor para que lo colocaran a uno contra una pared y lo fusilaran”.

Su padre era un individuo que adoraba la tolerancia y que se esforzó por instaurar en su hijo la tendencia a hacer el bien y tener fe en el ser humano.

El periplo de Pujol comienza en Lisboa:

Graham Greene, que entonces trabajaba en la sección de Lisboa del MI6, aprovechó su estancia en la ciudad para reunir material para sus novelas de espionaje, entre ellas ‘Nuestro hombre en La Habana’, inspirada en la vida de Pujol”.

El español usó su desbordante imaginación para inventarse, literalmente, una red de agentes que trabajaban para él. Inicialmente actuó por su cuenta hasta que los ingleses (reacios de entrada a confiar en él) se percataron de que podían usar esa tupida retícula, salida de la mente de Pujol, en la que los nazis confiaban plenamente:

el secreto de Pujol se guardaría mucho más tiempo que el de J. Robert Oppenheimer”.

Su principal colaborador fue Tommy Harris, un marchante de arte cuya especialidad era Goya:

en Harris, Pujol encontró una versión de sí mismo, más calculadora y previsora
(…) el genio de Pujol era latino, pero el plan era anglosajón
(…) Pujol aportó la astucia y un estilo personal; Harris, la inteligencia estratégica y el orden”.

Entre ambos depuraron las personalidades de los 26 agentes ficticios ideados por el español.

Según Pujol “existen tres clases de personas: las que hacen que pasen cosas, las que ven que pasan cosas y las que no saben lo que ha pasado”. El agente trabajaba para salvar vidas, no solamente aliadas sino también alemanas:

Garbo no solo había triunfado, sino que estaba haciendo algo que no hizo ningún otro espía en la segunda guerra mundial.
Se estaba convirtiendo, lenta e imperceptiblemente, de espía en analista”.

Los cálculos de bajas para el día D resultaban escalofriantes, llegando a pronosticarse que 9 de cada 10 soldados caerían bajo el fuego nazi. Por eso era crucial engañar a los alemanes para que creyesen que el desembarco de Normandía era realmente una maniobra de distracción y que la operación real se produciría en Calais:

si en Berlín no daban crédito a su mensaje, morirían diez mil hombres”.

Ante la sangría promovida por Hitler confesaba Pujol:

no soy judío, ni polaco, ni francés, pero siento el sufrimiento de los judíos, de los polacos y de los franceses”.

Garbo logró detener el avance del ejército alemán hacia Normandía y hacerle dar media vuelta:

eran los soldados americanos, las tropas británicas y los aviadores canadienses que se dirigían a Paris quienes salvarían Europa y el mundo occidental.
Pero fueron esos dos hombres misteriosos y medio borrachos (Pujol y Harris) quienes salvaron a esos soldados
(…) un mes después, veintidós divisiones de Calais estaban en alerta, preparadas para rechazar a los invasores que nunca llegarían”.

Los alemanes concedieron a Garbo (Arabel) la Cruz de Hierro, distinción reservada a combatientes, pero se hizo una excepción para el espía más brillante del servicio secreto nazi. Algunos meses después, los británicos le concedieron formar parte de la Excelentísima Orden del Imperio Británico. Fue el primer agente británico en ser depositario de ese honor.

Garbo se convirtió en leyenda.

Finalizada la guerra, el MI5 hizo desaparecer a Pujol, quien, en realidad, continuó su vida en Venezuela:

cuando Araceli (su mujer) se fue a España en 1948, Pujol hizo borrón y cuenta nueva y empezó otra vida a los treinta y seis años
(…) la identidad de Garbo había sido mucho tiempo el santo grial de los historiadores del espionaje en la segunda guerra mundial”.

Cuando fue descubierto por Nigel West,

Pujol fue presentado a los británicos y al mundo entero como el último gran héroe de la segunda guerra mundial”.

Quizá algún día no lejano algún productor español se decida a promover una serie televisiva, o algún largometraje, sobre Juan Pujol García. Argumento hay de sobra. Y también motivos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario