Pude leer la obra de Stephan Talty, ‘Garbo,
el espía. El agente doble español que se burló de Hitler e hizo posible el
desembarco de Normandía’.
Alrededor de Garbo, es decir, Juan
Pujol García, se urdió la estrategia aliada para que los nazis creyeran que el
desembarco del día D se produciría en Calais, no en Normandía:
“este brillante espía (…) era la joya de las fuerzas de contraespionaje
de los Aliados.
Churchill
seguía sus aventuras con avidez;
más tarde J.
Edgar Hoover clamaría por conocerlo.
Su nombre en
clave era Garbo; un oficial británico le había dado ese alias porque
consideraba a Pujol ‘el mejor actor del mundo’ [además, ¿sería una mujer?]
(…) entendía
a los alemanes como un alemán y a los ingleses como un inglés”.
Pujol hablaba español, catalán,
francés, inglés y portugués. Pero no alemán.
Talty repasa la vida familiar de
Pujol para intentar comprender cuál era su ‘make
up’:
“en Barcelona no hacía falta más que un rumor para que lo
colocaran a uno contra una pared y lo fusilaran”.
Su padre era un individuo que adoraba
la tolerancia y que se esforzó por instaurar en su hijo la tendencia a hacer el
bien y tener fe en el ser humano.
El periplo de Pujol comienza en
Lisboa:
“Graham Greene, que entonces trabajaba en la sección de
Lisboa del MI6, aprovechó su estancia en la ciudad para reunir material para
sus novelas de espionaje, entre ellas ‘Nuestro
hombre en La Habana’, inspirada en la vida de Pujol”.
El español usó su desbordante
imaginación para inventarse, literalmente, una red de agentes que trabajaban
para él. Inicialmente actuó por su cuenta hasta que los ingleses (reacios de
entrada a confiar en él) se percataron de que podían usar esa tupida retícula,
salida de la mente de Pujol, en la que los nazis confiaban plenamente:
“el secreto de Pujol se guardaría mucho más tiempo que el de
J. Robert Oppenheimer”.
Su principal colaborador fue Tommy
Harris, un marchante de arte cuya especialidad era Goya:
“en Harris, Pujol encontró una versión de sí mismo, más
calculadora y previsora
(…) el genio
de Pujol era latino, pero el plan era anglosajón
(…) Pujol
aportó la astucia y un estilo personal; Harris, la inteligencia estratégica y
el orden”.
Entre ambos depuraron las
personalidades de los 26 agentes ficticios ideados por el español.
Según Pujol “existen tres clases de personas: las que hacen
que pasen cosas, las que ven que pasan cosas y las que no saben lo que ha
pasado”. El agente trabajaba para salvar vidas, no solamente aliadas
sino también alemanas:
“Garbo no solo había triunfado, sino que estaba haciendo algo
que no hizo ningún otro espía en la segunda guerra mundial.
Se estaba
convirtiendo, lenta e imperceptiblemente, de espía en analista”.
Los cálculos de bajas para el día D
resultaban escalofriantes, llegando a pronosticarse que 9 de cada 10 soldados
caerían bajo el fuego nazi. Por eso era crucial engañar a los alemanes para que
creyesen que el desembarco de Normandía era realmente una maniobra de
distracción y que la operación real se produciría en Calais:
“si en Berlín no daban crédito a su mensaje, morirían diez
mil hombres”.
Ante la sangría promovida por Hitler
confesaba Pujol:
“no soy judío, ni polaco, ni francés, pero siento el
sufrimiento de los judíos, de los polacos y de los franceses”.
Garbo logró detener el avance del
ejército alemán hacia Normandía y hacerle dar media vuelta:
“eran los soldados americanos, las tropas británicas y los
aviadores canadienses que se dirigían a Paris quienes salvarían Europa y el
mundo occidental.
Pero fueron
esos dos hombres misteriosos y medio borrachos (Pujol y Harris) quienes
salvaron a esos soldados
(…) un mes
después, veintidós divisiones de Calais estaban en alerta, preparadas para
rechazar a los invasores que nunca llegarían”.
Los alemanes concedieron a Garbo
(Arabel) la Cruz de Hierro, distinción reservada a combatientes, pero se hizo
una excepción para el espía más brillante del servicio secreto nazi. Algunos
meses después, los británicos le concedieron formar parte de la Excelentísima
Orden del Imperio Británico. Fue el primer agente británico en ser depositario
de ese honor.
Garbo se convirtió en leyenda.
Finalizada la guerra, el MI5 hizo desaparecer
a Pujol, quien, en realidad, continuó su vida en Venezuela:
“cuando Araceli (su mujer) se fue a España en 1948, Pujol
hizo borrón y cuenta nueva y empezó otra vida a los treinta y seis años
(…) la identidad
de Garbo había sido mucho tiempo el santo grial de los historiadores del
espionaje en la segunda guerra mundial”.
Cuando fue descubierto por Nigel
West,
“Pujol fue presentado a los británicos y al mundo entero como
el último gran héroe de la segunda guerra mundial”.
Quizá algún día no lejano algún
productor español se decida a promover una serie televisiva, o algún
largometraje, sobre Juan Pujol García. Argumento hay de sobra. Y también motivos.
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