viernes, 21 de noviembre de 2014

El canon y las listas –por Jesús Mª Gallego

En uno de esos blogs sobre literatura que proliferan sin control ni medida —que giran desde el ejercicio escolar de exégesis del Lazarillo de Tormes hasta propuestas verdaderamente renovadoras del arte de la reseña de libros— leía hace unos días un lamento profundo por la ausencia en la literatura española de las últimos décadas de obras de auténtica envergadura, de esas “que cuando las lees te cambian la vida”. Al margen de que no creo que, estadísticamente, al ente etiquetado como literatura española, de espectro entre medio y bajo, le toque producir más de 0,75 obras de envergadura por década, lo que me pareció un signo de conmovedora ingenuidad, en consideración a la avanzada edad de la autora del blog, fue la apelación a la simple posibilidad de que un producto cultural te cambie la vida.

Creo que si alguien con más de 30 años persiste en la ilusión de que un libro o una película le puede cambiar la vida es que ha experimentado un muy defectuoso proceso de transición a la vida adulta. Los libros, las obras de arte, las sutilezas filosóficas, ciertos paisajes, algunos amaneceres, voltean, día sí día no, la vida del sujeto con la sensibilidad en período de formación. Después no, afortunadamente. A mí me tocó cambiar de vida casi todas las semanas en la década de 1980, en particular en la segunda mitad. Podía ser una exposición, un bar, un cortometraje, un nuevo tipo de bocadillo, una chica, Thomas Bernhard… Escuchabas a Murray Head cantando Say It Ain’t So y de pronto la vida era otra. Recuerdo una noche cambiando intensamente de vida en compañía del propietario de este blog, por el simple hecho de haber visto una película tan infame como Altered States, de Ken Russell. Es doloroso aceptar que si no la hubiese vuelto a ver habría seguido pensando, para siempre, que se trataba de una buena película. Creo que hasta podría haberla recomendado, arruinando así cualquier mínimo prestigio como consejero.

La bloguera que se lamenta de que las novelas españolas ya no son lo que eran parece olvidarse de que ella tampoco lo es. Seguramente si se tomara la molestia de releer alguna de aquellas obras que tanto le cambiaron la vida se le vendría abajo el edificio, más o menos como a mí me pasó con Altered States. Y todo esto me obliga a considerar la espantosa banalidad de los grandes esfuerzos sistematizadores basados en prolongados períodos de tiempo.

Pienso, por ejemplo, en el Canon Occidental de Harold Bloom. El sabio y controvertido Bloom decidió tirarse a la piscina y elaborar la lista de referencia, la relación cuasidefinitiva de los autores occidentales canónicos que todo ser no iletrado debería leer en algún momento de su vida. Naturalmente, llovieron las críticas (los fanáticos de las listas solemos frotarnos las manos ante cualquier nuevo esfuerzo compilador, pero no podemos evitar entrar en el juego recurrente de “lo que falta y lo que sobra”). Casi todas las objeciones iban dirigidas a acusar a Bloom de no haber garantizado un sistema de equilibrios y paridades (intercontinentales, intergenéricos, interraciales). Me temo que la aceptación de esas sugerencias habría propiciado un canon tal vez políticamente más correcto, pero infinitamente menos acertado.

Mi crítica personal no va orientada en ninguna de esas direcciones. Se fundamenta en la idea de la pura imposibilidad de establecer un canon unipersonal por el hecho de que los cientos, o miles, de libros que Bloom ha tenido que leer para elaborar su lista han sido leídos por muy diferentes haroldsblooms, y el haroldbloom que leyó a Dickens con 20 años es completamente distinto del que leyó a Faulkner con 30 o a Nabokov con 40. El haroldbloom que publica su canon con casi 70 años no está determinando realmente el canon occidental sino el conjunto de preferencias de un investigador judío de 70 años y sus circunstancias, a partir, en su mayor parte, de recuerdos de experiencias pretéritas vividas por distintos haroldsblooms a lo largo de un prolongado período formativo que, en puridad, obligaría a una constante tarea de reconsideración de todo lo apreciado en cada momento e imposibilitaría, en la práctica, toda tentativa de consolidación de criterios.

El tipo de lista preferido por un adicto a las listas es siempre el producto de una encuesta entre iniciados, cuantos más mejor. No obstante, debemos considerar preferible la lista unipersonal de alguien a quien atribuimos autoridad, como Harold Bloom, frente a la simple concurrencia democrática de opiniones modelo IMDB Top 100 o Goodreads Best Books. Esos deprimentes procedimientos democráticos siempre colocarán a David Bisbal y a Julia Navarro por encima de Nacho Vegas y Luis Mateo Díez.

A propósito, la revista Rockdelux cumple 30 años y publica un número especial con los mejores 300 discos publicados en ese tiempo, elegidos por un montón de críticos absolutamente dignos de confianza. Corran al kiosko, compren la revista, seleccionen algún disco que no conozcan, háganse con él, escúchenlo, dejen que les cambie la vida.


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