¿Podría llegar un día en que se pueda
escanear psicológicamente a una persona? Y si llega ese día ¿será posible
descargar un individuo a la mente de otro? Y en el caso de que ambas preguntas
se pudieran responder afirmativamente ¿Elegiría usted ser otra persona?
Me planteé este experimento mental después del visionado de “The Congress” (Folman, 2013), que me
permitiré describir como dos películas de Ciencia Ficción pegadas una detrás de
otra.
La primera película plantea como realidad el
escaneo digital de personas. En un futuro próximo, estudios cinematográficos se
dedican a reclutar a actores en horas bajas para grabar “sus emociones, su risa, sus lágrimas, sus orgasmos,
su alegría, sus depresiones, sus miedos, sus deseos…”. Con esas
copias digitales mejoradas (más jóvenes, más proporcionadas, más simétricas,
etc.), los estudios Miramount sueñan perpetrar aquellas películas que los
originales siempre han rehusado hacer. Sin duda, el escenario elegido le da
verosimilitud a la idea, pues la presencia digital tiene cada vez más
protagonismo en el cine. No creo que estemos muy lejos de un potencial
escaneado completo de las características más superficiales (apariencia física,
expresiones faciales, voz). Otro guiño que hace creíble el guion es que la
actriz protagonista, que consiente en ser escaneada, es la actriz real Robin
Wright (“La princesa prometida”), que
hace de ella misma.
(Robin Wright se deja copiar)
El tema no es nuevo.
De forma más general, tanto en el cine como
en la literatura, el escaneo de la mente humana ha sido abordado con frecuencia.
En Proyecto Brainstorm (Douglas
Trumbull, 1983) se graban emociones y sensaciones en situaciones límite para
que puedan ser re-experimentadas por otro en el sillón de su casa. Tampoco
estamos muy lejos de esto. Ya se han dado los primeros pasos para reconstruir
las imágenes percibidas por alguien a partir de su actividad neural (Cowen, Chun, & Kuhl, 2014).
(Cristopher Walken poniendo ojitos en
Proyecto Brainstorm)
Más lejos estamos del escaneo planteado en Ciudad Permutación (Greg Egan, 1994), en la que los
seres humanos pueden descargarse al completo a un sistema informático y
convertirse en seres inmortales (al menos mientras nadie apague el sistema), o
en Mindscan (Robert Sawyer, 2005) en el que un enfermo terminal (y
millonario) descarga su mente en un androide sintético antes de morir. Pero al
final se cura de su enfermedad, lo que plantea el siguiente dilema: ¿quién será
ahora el dueño de su fortuna?
Pero dejemos el arte. Más allá de las demandas
computacionales ¿es posible
copiar digitalmente a una persona, incluida su consciencia? Creo que aquí
es relevante la distinción de David Chalmers (2010) entre los problemas fáciles y el problema
difícil en el estudio de la consciencia.
Entre los problemas “fáciles” están la capacidad de discriminar,
categorizar y reaccionar al ambiente, la integración de la información en el
sistema cognitivo, el informe de estados mentales, la habilidad para acceder a
los propios estados internos, la generación de hipótesis, el control deliberado
del comportamiento o la diferencia entre el sueño y la vigilia. Creo que todos
estos problemas pueden o podrán ser explicados en términos computacionales y/o
por mecanismos neurales.
Por ejemplo, la consciencia tiene un
componente representacional que parece “fácil” de resolver. No cuesta entender
que los patrones de
variación en la actividad y estructura de nuestros cerebros covarían con los
patrones de variación en la actividad y estructura dentro o fuera de nuestros
cuerpos (un dolor de
estómago, una emoción, una intención, la imagen de un sueño, los estados
internos de los que nos rodea, un cambio de luz). De alguna manera, nuestros
estados internos codifican una parte de la realidad, almacenan información.
El componente representacional de la
autoconsciencia tampoco resulta difícil de encajar. A pesar del paradójico
bucle que introduce la auto-referencia, puede concebirse un cerebro que representa
al propio organismo que lo contiene, sus deseos, sus miedos, sus memorias (un
“Yo”). En “Yo soy un
extraño bucle”, Douglas Hofstadter (autor del maravilloso ‘Godel, Escher y Bach, ese
Extraño y Grácil Bucle’) considera factible la presencia de símbolos que se
refieran al propio sistema generador de símbolos. No hay nada mágico y él lo
ilustra acudiendo al sistema de numeración de Gödel (ese que, recuerden, acaba por permitir la
peligrosa autoreferencia en un sistema formal e, indeciblemente, la consistente
destrucción del mismo).
Es esperable que la Ciencia avance en la
explicación de los modos (algoritmos) en que un sistema cognitivo procesa la
información, simula estrategias de respuesta y reacciona a su entorno. Uno sospecha
que somos algo más que algoritmos pero ¿qué más? Para Chalmers, el problema
“difícil” es el de la experiencia. ¿Para qué sirve la experiencia subjetiva
asociada a la ejecución de esos algoritmos? La paradoja es que uno puede imaginar un
sistema representacional perfectamente efectivo, pero completamente vacío. Es difícil
encontrarle a la parte “experiencial” de la Consciencia una utilidad (es decir,
uno puede imaginar perfectamente un organismo representacional eficiente sin la
parte experiencial). El problema “difícil” no parece que vaya a desaparecer con
el tiempo. Cada vez que alguien diga “la consciencia sirve para X”, otro
científico acabará por desarrollar una explicación algorítmica de cómo se hace X, y se hará patente que X
puede ocurrir sin la experiencia subjetiva asociada a la consciencia. En ese
sentido, la parte
subjetiva de la consciencia resulta (maravillosamente) inútil. A algunos
les parecerá ridícula esta idea:
¿Cómo podría existir un mundo Z (-ombie) exactamente
igual a este en el que yo estuviera
escribiendo este post sin tener la experiencia subjetiva de saber lo que estoy
haciendo?
***
Pero asumamos que puede escanearse la
consciencia completa y volvamos a “The
Congress”, que en su segunda película proyecta un futuro en el que el género
del cine ha evolucionado un poco más. Ahora el público puede introducirse en la
“zona restringida a la animación”, el
mundo de fantasía creado por los estudios Miramount.
La particularidad de ese Universo virtual, es que cada uno puede elegir quién
quiere ser. Cada ciudadano vive su propia realidad paralela. En medio de esta
orgía metafísica surrealista, la Robin Wright “real” viaja a la “zona
restringida a la animación” para asistir al Congreso de Futurología. Los
organizadores del congreso pretenden un escaneo más completo para convertirla en
producto de consumo, de forma que cualquiera pueda convertirse en Robin Wright.
No me quedó claro cuál es la profundidad del
escaneado en esta segunda parte. ¿Se copia y se descargan sólo apariencia,
expresiones y voz? (en ese caso, si nos instalamos una “Robin”, seguiríamos
siendo nosotros con una imagen distinta) o por el contrario ¿Se copian y
descargan los asuntos interiores (emociones, memorias, sensaciones)? Aunque es
fácil perderse en esta parte, la escena final parece sugerir que en el futuro
se ha llegado al segundo nivel de escaneado.
Si copiar una mente implica problemas,
descargarse una mente no implica menos. ¿Cuáles serían los problemas de
compatibilidad? ¿Cómo y a dónde se descargaría la estructura de información? ¿Es sólo una
cuestión de Software (Información) o de Hardware (Implementación de esa
información en la estructura neural)? Si usted se instala una “Robin Wright” ¿Sería usted
disfrutando de ser Robin o dejaría de ser usted para ser Robin? ¿Acaso cree que
“Robin Wright” se dejaría ser desinstalada?
***
Pero asumamos que puede disfrutar ser otra
persona, manteniendo parte de su propia identidad y volvamos a la tercera
pregunta: ¿Elegiría ser otra persona? ¿Querría vivir en su fantasía? Acaso…
¿Se siente tentado de vivir su fantasía
erótica inconfesable como… ?
¿Sueña con ser … para comprender el mundo con mayor
profundidad?
Deje en sus comentarios quién querría ser y
que fantasía le gustaría satisfacer.
Podríamos hacer un ranking de personalidades
elegidas. El Top Ten de la semana. Hecha la pregunta en la población, me temo
que obtendríamos (¿quizás?) una distribución de Pareto, lo que dejaría de manifiesto nuestra preferencia
común por la copia del modelo más perfecto.
La experiencia de ser otro podría ser
enormemente adictiva. Al fin y al cabo, la elección última de quién somos nunca
recayó directamente sobre nosotros mismos. ¿Nos daría esa elección una mayor libertad?
¿Cómo renunciar a la oportunidad de tener una segunda perspectiva de la
existencia?
***
Para concluir mi digresión, confesaré que un
leitmotiv une las dos películas en un único mensaje: somos alimentados cada día con el deseo
artificial de ser distintos a lo que somos. Los actores que dejan de cumplir el Canon
son rápidamente relegados a un segundo plano. Triunfan las drogas que permiten
a sus usuarios vivir en su propia fantasía o incluso ser otra persona (desde un
actor famoso hasta una divinidad hindú). Desde dentro de la fantasía, todos
viven en un mundo lleno de placer y color. ¿Pero es ese un mundo en el que queremos
vivir?
En “The
Congress” asistimos desde la butaca al deambular de los ciudadanos que, con
mirada perdida, se cruzan sin estrechar palabra, ensimismados en su propia
realidad.
¿Y qué respondería yo a la tercera pregunta?
Por mi parte, me encanta disfrutar de esta
autoconsciencia inútil y el regalo de la alteridad me resulta amargamente envenado.
Y no, no me cambiaría por otra persona.
Chalmers, D. J. (2010). The character of consciousness. Oxford University Press.
Cowen, A. S., Chun, M.
M., & Kuhl, B. A. (2014). Neural portraits of perception: Reconstructing
face images from evoked brain activity. NeuroImage, 94, 12-22.
Hofstadter, D. (2008). Yo soy un extraño bucle.
Metatemas: Tusquets.
David Chalmers hablando sobre la consciencia:
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