viernes, 26 de septiembre de 2014

I'm gonna make him an offer he can't refuse

Sospecho que somos bastantes menos quienes leímos ‘El Padrino’, de Mario Puzo, que aquellos que visionaron la película gobernada por F. F. Coppola.

Este diagnóstico no posee ninguna implicación negativa. El celuloide soportó bastante bien la historia de Don Corleone (“una de las grandes personalidades de la Mafia, con más influencias políticas que Capone en sus mejores tiempos (…) el Padrino debía ser el hombre más inteligente del mundo (…) Vito Corleone no era sólo un hombre de talento, sino que, a su modo, era también un genio (…) era un hombre que había cometido muy pocos errores en su vida, y todos ellos le habían servido de experiencia”). De hecho, la película se atiene fielmente al texto original.

Sin embargo, existen pequeños detalles, quizá con grandes consecuencias, que se omiten en la película, pero que son esenciales en la novela. Es lógico que se sacrifiquen cosas en un medio que están presentes en el otro. Pero, en determinados casos, la ausencia es notoria.

En la película está claro que determinados individuos acude al Don para solicitar algo: “si queremos justicia, deberemos arrodillarnos ante Don Corleone”. Pero, ¿por qué no recurren a la justicia oficial? Una posible respuesta se encuentra cuando Puzo describe el carácter de los tres hijos del Don, Sonny, Fredo y Michael: “Don Corleone no tenía el deseo ni la intención de dejar que su hijo menor muriera al servicio de un país que él consideraba extraño”.

Michael, que supuestamente rechaza el mundo de su padre, termina convirtiéndose en su sucesor a raíz de la venganza por el atentado que sufre su padre y que casi le cuesta la vida (“la venganza es un plato que sabe mejor cuando se sirve frío”). Su hermano Sonny le confiesa: “yo  siempre he dicho que eras el más duro de la familia, más incluso que el Don (…) recuerdo cómo eras de niño. ¡Vaya temperamento el tuyo!

Pero, ¿qué es la Mafia?

Escribe Puzo que “a finales del siglo XIX, la Mafia era en Sicilia el gobierno en las sombras, mucho más poderoso que el de Roma”. Corleone puso en práctica las estrategias de su país de origen: “pagaba los estudios a una serie de muchachos brillantes, pertenecientes a familias italianas sin recursos, que al cabo de unos años se convertirían en los abogados, fiscales y jueces de la ciudad. Don Corleone preparaba el futuro de su imperio con el mismo cuidado con que lo haría un gran político”.

Los mafiosos son hombres, “sin un pelo de tontos”, que se niegan a ser “muñecos en manos de los poderosos (…) ¿por qué debemos obedecer unas leyes dictadas por ellos, para su propio beneficio y en perjuicio nuestro? (…) nuestro mundo es cosa nostra, y por eso queremos ser nosotros quienes lo rijan (…) ¿somos o no somos mejores que esos poderosos que han matado a millones y millones de personas en nombre de la patria?”.

Para los mafiosos, la Familia es más leal y digna de confianza que la sociedad. De hecho, la palabra ‘Mafia’ significaba, en su origen ‘lugar de refugio’. Luego “se convirtió en el nombre de una organización secreta creada para luchar contra los poderosos que durante siglos habían manejado a su antojo el país y a sus gentes (…) las autoridades nunca les habían dado la justicia solicitada, y en consecuencia las gentes acudían a aquella especie de Robin Hood que era la Mafia”.

Michael lo explica con claridad: “mi padre es un hombre de negocios que trata de ganar dinero para mantener a su familia y ayudar a sus amigos necesitados. No acepta los dictados de la sociedad, porque tales dictados lo hubieran condenado a una vida indigna de un hombre de su inteligencia y personalidad (…) los gobiernos no hacen gran cosa por la gente”.

La Mafia requiere que no haya “clemencia para los traidores”.

Desde esta perspectiva, el mundo de la mafia adquiere unos tintes difíciles de extraer de la película. Existen guiños, es cierto, pero el mensaje es bastante menos rotundo. Todo el mundo admira a Robin Hood, pero no sucede lo mismo con la Mafia. Resulta moralmente sencillo aceptar que alguien se convierta en bandido para equilibrar la balanza social, robándole a los ricos para dárselo a los pobres. Pero cuando un grupo de gente decide organizarse para encontrar la justicia que no ve en la sociedad, cual es el caso de la Mafia, entonces la brújula moral parece distorsionarse.

La visión de Puzo parece conducirnos de vuelta a las sociedades tribales. En una sociedad que ha evolucionado hacia un estadio distinto (y ‘evolucionado’, en este sentido, no implica ningún juicio de valor), basado en organizaciones más complejas que pretenden aglutinar los intereses sociales mayoritarios, el autor de origen italiano reclama un papel protagonista para la tribu, para los clanes, para, en una palabra, las familias.

Es una provocadora perspectiva que puede merecer una sosegada discusión. Algunos, como Nicholas Wade, mantienen que la sociedad occidental lidera actualmente el mundo por haber sido capaz de generar instituciones que se han distanciado del mundo tribal. Sin embargo, otros, como Charles Murray, reivindican con entusiasmo el valor social de las familias y los vecindarios, suscriben la perspectiva de que el gobierno estatal debería delegar muchas de sus funciones en los pelotones (platoons) sociales de reducido tamaño. Algo que suena a tribu.

Si admitimos que ambas visiones tienen algo valioso que aportar, ¿dónde se encuentra el virtuoso punto medio?


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