miércoles, 9 de abril de 2014

Marco el Romano

El finlandés Mika Waltari se hizo famoso con ‘Sinuhé el Egipcio’ (1945). Esa novela fue llevada al cine bajo la dirección de Michael Curtiz. Se estrenó en 1954 con Víctor Mature como protagonista.

Pero no escribiré hoy sobre la obra más famosa de ese escritor, sino de ‘Marco el Romano’, una novela anterior.

La historia comienza con bastante fuerza. Marco es un ciudadano romano podrido de denarios que sale por patas de la ciudad eterna para dirigirse a Alejandría y esperar a su amada Tulia (una pieza de cuidado que recuerda a la famosa esposa del emperador Claudio: “el hombre que ha pasado de los treinta no debería ser esclavo del amor”).

Después de llevar una vida de crápula (“el mero placer llena al hombre de tristeza”) y decepcionado con el plantón que le da Tulia, decide dirigirse a Judea porque ha llegado a sus oídos que en aquella región romana se están produciendo interesantes sucesos (“es lógico y comprensible que el nacimiento del nuevo soberano universal deba producirse bajo el signo de Piscis”).

Llega a Jerusalén justo cuando Jesucristo está dando los últimos estertores en la cruz. De hecho, es testigo de su muerte y supuesta posterior resurrección (“había partido de Alejandría en busca del rey de los judíos y le encontré ante la puerta de Jerusalén crucificado en la colina todavía vivo (…) no existe nación más sanguinaria que la de los judíos (…) el cadáver simplemente había desaparecido”).

Nace en Marco la irresistible curiosidad de conocer detalles sobre la vida del mesías, llegando a entrevistarse con Poncio Pilatos, Lázaro o María Magdalena. En su búsqueda tiene algunos encuentros esporádicos con los apóstoles, quienes se lo ponen complicado porque no se fían de un romano incircunciso.

El autor de la novela se ceba bastante con la tendencia de los judíos a excluir a quienes no forman parte del pueblo elegido. Pone especial cuidado en  incluir en ese grupo a los seguidores del verdadero Mesías. Juega con la ambigüedad de los mensajes del hijo de Dios y explora las incertidumbres de unos discípulos que no comprenden a su maestro y que, tras su muerte, se sienten extraordinariamente perdidos (“los hombres tranquilos y sencillos causan menos daño que los inteligentes y ambiciosos que han alcanzado una posición de responsabilidad”).

Además del encuentro en el Gólgota, Marco tiene (sin darse cuenta) un contacto casual con Jesucristo resucitado en un lago, y, por fin, en un monte en el que el Mesías se despide de su paso por la Tierra ante una multitud de seguidores incondicionales.

Desgraciadamente, la historia va perdiendo interés a medida que se avanza en la lectura. Los momentos narrativamente tediosos ganan terreno y el final es decepcionante.

Hay bastantes preguntas que quedan en el aire. No sabemos cuál puede ser el papel de Marco en la propagación de la palabra de Dios por el Imperio o si, sencillamente, el escritor usa a ese personaje para volver a contar una historia contada miles de veces.


Sea como fuere, la lectura de esta novela puede merecer la pena porque el autor se documentó apropiadamente y usa presuntos hechos para hilar una historia que tiene el suficiente poder intrínseco como para capturar la atención del lector.

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