Hace meses mi colega
de la Universidad de Salamanca, el Dr. Gerardo
Prieto, me envió un provocador estudio que hizo el Profesor Craig Bennett (ahora en la Universidad
de Santa Bárbara, California) usando un salmón muerto.
Un salmón
muerto del Atlántico, para más señas.
Los resultados le
sirvieron a Bennett para denunciar los excesos de quienes usan la resonancia
magnética funcional (fMRI) para
investigar el cerebro. Nunca llegó a publicarlo en ninguna revista 'seria',
pero el mensaje es interesante. Fue presentado en el congreso anual de la 'Human Brain Mapping Society'.
En el estudio se ubicó
al salmón muerto en una máquina MRI, y se le presentaron una serie de
fotografías cuyo contenido eran humanos interactuando. Al salmón muerto se le
pedía identificar las emociones de esos humanos. Se presentaron 15 fotografías
durante diez segundos cada una, usando un intervalo entre estímulos de 12
segundos. El tiempo total de registro fue de 5.5 minutos.
Con la información
obtenida durante el registro se procedió a realizar una serie de cálculos sobre
los vóxels de la imagen 3D del salmón. Sorprendentemente se apreciaron signos
de actividad en el cerebro del salmón muerto. Los resultados apoyaban la
conclusión de que el pez estuvo pensando en la valencia emocional de las
fotografías de los humanos presentadas durante el registro.
"Por pura casualidad
encontramos algunos vóxels activos en el cerebro del salmón. Si fuera un
investigador estúpido habría concluido que un salmón muerto puede identificar
emociones humanas" declaró Bennett.
Este investigador,
junto con George Wolford, han
intentado denunciar la presencia arrolladora de falsos
positivos en los estudios fMRI.
Piensan que puede mejorarse mucho la estadística que subyace a este tipo de
estudios. Separar la señal del ruido cuando se exploran más de 130.000 vóxels
por individuo escaneado es tremendamente complejo. Hallar
un resultado por casualidad es relativamente fácil.
Los neurocientíficos filtran
los datos fMRI para revelar señal en
medio de mucho ruido. Para evitar encontrar lo que no existe en los datos deben
aplicarse rigurosos controles estadísticos. Pero esta práctica también entraña
el peligro de eliminar resultados interesantes al cruzar la línea del
sobre-control. El pánico al falso positivo puede
llevarnos al falso negativo.
Las imágenes
coloreadas del cerebro poseen un indudable 'sex
appeal', pero, en realidad, detrás de esos colores hay números. Y esos
números son enormes. Conviene coquetear con la idea de crear algo así como un departamento de asuntos internos para controlar la
euforia de los científicos del cerebro.
Hay que comenzar a
aceptar como algo natural el hecho de que los
resultados negativos son tan importantes para el avance del conocimiento como
los positivos. Los comités editoriales de las revistas de mayor impacto
parecen ignorar este hecho incuestionable. La consecuencia es que quienes
desean publicar en esos foros someten a sus datos al tercer grado para
'encontrar algo', a ser posible llamativo y que atraiga los focos de los
medios.
En lugar de guardar en
el cajón los resultados negativos que sabemos nunca serán aceptados en las
mejores revistas, deberíamos reivindicar, asertivamente, la necesidad de que la
mayor parte de los científicos tuviesen conocimiento de los intentos fallidos.
A fin de cuentas, la
ciencia no debería actuar como los artistas o los políticos en busca de titulares.
Se supone que esa ciencia busca conocimiento.
Se supone.
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